Manuel Valero.- El Mundial corrupto de Catar ha impreso una imagen que es la muestra de lo absurdo y malvado de la condición humana. Bambalinas aparte donde se intercambiaron dinero y putas para que la adormidera del balón borrara el medievo y la chabacana opulencia catarí, lo que queda de la orgia cuatrienal balompédica es la final y la emergencia a flor de asfalto de la alegría colectiva.
Pues bien, hemos visto a un Messi, que mira la cielo y se santigua, enfundarse una prenda de mal gusto por la victoria final y a un país arrebatado por la mística de un objeto que sin uso es una cosa absolutamente prescindible. Allí los futbolistas son dioses sobre quienes se llegan a fundar religiones. Una sociedad así da miedo. Argentina es un país de diván perpetuo y su astro actual un muchacho que muchos tienen como un enviado de Dios a recoger el laurel del triunfo. El mismo Dios a quien ha insultado y contra quien se ha enemistado el jugador de fútbol iraní Amir Nazr-Azadani. Este muchacho de 26 años no jugó el Mundial que presentó al orbe todo a los verdaderos héroes de la gran cita balompédica: los jugadores de la selección que se negaron a cantar el himno en el primer partido.
¿Las acusaciones? Participó en las algaradas tras la muerte de la joven Masha Amini, detenida y apalizada en una comisaría de la Policía Moral por no llevar el velo en condiciones. Reconforta que organizaciones como Amnistía Internacional– sólo faltaba- y la Federación de Futbolistas Profesionales (FIPRA) han puesto voz a la denuncia y han pedido a instituciones y gobiernos que paralicen la ejecución. ¿Y los demás? Silencio. El silencio político es abrumador. Pero hay otro silencio mucho más doloroso: el de los futbolistas de élite y el de la propia FIFA, ahora que todavía resuenan casi en contradictoria armonía los gritos en las calles de Buenos Aires y en las calles de Teherán. En este país la vida del disidente no vale una mierda y el gobierno machaca y mata a su pueblo. La atroz amoralidad argumentada por una policía de la moral. Ese silencio duele porque te pone de frente a los misterios y los meandros de la existencia humana: un futbolista agasajado por los cataris y otro a la espera de ser colgado de una grúa en plena calle. Y sin embargo, ninguno de estos divos ricos hasta la náusea por darle patadas a un balón no son capaces de encabezar y firmar un comunicado, aprovechando su influencia mediática y social -quizá más que los gobiernos- que repudie la condena a muerte de Azadami e inste a las autoridades persas que dejen sin efecto la sentencia. Ninguno. Que se sepa. Y no me digan que no es una oportunidad de oro para que Messi encabece ese comunicado al que se podían unir los demás cuerpos de la constelación futbolísitica: Cristiano, Mbapée, Grizman, Bencemá y todos los demás.
En Irán la vida no vale nada si sales a la calle a defender que las mujeres se pongan el velo o no, según les salga del coño. En Irán, la vida del futbolista es tan valiosa como la de cualquiera otra persona. Ahora que todavía quedan efluvios de la gran orgía la solidaridad testimonial de los grandes del fútbol resonaría con fuerza inusitada y pondría a Irán bajo una presión desconocida.
Pero no. El muerto al hoyo y el vivo al bollo que se ha dicho de toda la vida. Esa es la imagen de un mundial infame: un chico endiosado que suelta eso de qué mirás bobo, andáte por ahí, una selección-secta que lleva el futbol al arrebato místico y ha demostrado un ganar abyecto. Saber perder es de fuertes, saber ganar es de héroes. Y al otro lado del mundo, un futbolista de club, de 26 años que si no apela en 20 días, ya menos, será colgado por el cuello para escarmiento del pueblo enfurecido.
Del silencio político ni hablamos. Uno ya está curado de espanto, pero qué otro sería el mundo si a los grandes mitos de la pelota les diera por salir en un mismo comunicado contra la sentencia iraní que condena sin pruebas a uno de los suyos. ¡Le van a decir ahora a Messi y la compaña que dediquen un tiempo a pensar lejos del dinero, de las miserias del lujo, de la adormidera colectiva en compañero lejano y pobre!
Qué bueno es el Dios de los cristianos que regala laurel y triunfo y qué malo el de los musulmanes que cuelga de una grúa a los traviesos.
Porca miseria. Y mucha.