Natividad Cepeda.- Noviembre tiene esa extraña belleza de nostalgia y penumbra que precede a diciembre con su olvido del verde en los árboles y el despliegue amarillo de las hojas. Antes cuando los inviernos eran más fríos y también menos globalizados noviembre olía a leña y castañas asadas junto al adiós de los días largos y la venida de las noches largas. El mundo no era tan conocido porque carecíamos de Internet y las estaciones se sucedían con esos elementos propios de cada una en el calendario natural.
Noviembre, en los pueblos vinateros, era el reposo del vino nuevo junto al reposo de la tierra y la espera de la poda de los sarmientos de las viñas. Detrás de los cristales se adivinaban los hogares con sus familias relacionándose con la presencia habitual de familiares y vecinos. Aquella proximidad se quedó sometida al televisor y al cambio de generaciones desapareciendo costumbres centenarias gracias al imparable avance de las tecnologías. El mito de recordar a los muertos entre luces y sombras otoñales se ha ido diluyendo detrás de las hojas secas del otoño en el transcurrir de los días.
Pero el ciclo del tiempo no se doblega a las nuevas costumbres de la vida y la amalgama de las emociones nos invade con el suceso continuo de los acontecimientos. Así es como regresa el temor a la pobreza callada, no comentada, de familias que pierden calidad de vida y a la impotencia de la muerte de los jóvenes que se suicidan junto a las personas en soledad que perecen sin que nadie note su ausencia.
Noviembre en los últimos años tiene extensión de Navidad laica al proliferar en plazas y calles decoraciones eléctricas emulando ficticios abetos de la Europa del norte, y creando con multitud de bombillas y arcos de diseño, el efecto de una alegría fría que no suple el abrazo humano nacido del cariño y la amistad. No hay un solo viernes negro al año; el llamado “black friday’” sofisticado hace que se intensifique las compras al anunciarse la bajadas de los precios. En ese contexto se crea un consumismo general al influir subliminalmente en la persona creando un consumo innecesario. Sobre todo en la proximidad de la Navidad. Unas fechas sin tiempo para meditar en nuestro presente tan huérfano de realidad.
Porque éste noviembre tiene lutos en sus días a pesar de tener apartada la mirada de esa guerra en suelo europeo que no cesa. Y es que no hay tiempo para pensar en ello; no queremos saberlo. Jugamos a ignorar que ahí, en Ucrania, caen niños, jóvenes y adultos igual que las hojas de los árboles en noviembre. Y es importante no olvidarlo. Tan importante como los precios disparatados de la electricidad, los carburantes y los alimentos que se necesitan para vivir.
No todo es “black friday’” y luces multiplicadas creando soles y nieves inexistentes cuando todo eso es energía gastada innecesariamente. Viernes negros los hay cada semana para aquellos que los cubre el silencio de la muerte y la pobreza. Las luces multicolores tapan las luces del cielo, el exterminio humano de la guerra y la creciente línea divisoria de los que carecen, día a día, de ver como mengua su salario, sin que los observadores se dignen mencionarlo en los anuncios de la fiesta alimentada de ese gasto desenfrenado de energía.
Pienso que hay que tener cuidado con todos estos avatares y la alternativa de vicisitudes que suceden en países cercanos a nosotros y, en aquellos otros, lejanos en leyes y cultura como China o Irán, donde a pesar de los severos castigos que encuentran los que protestan se suceden las huelgas y las protestas en favor de una mejor convivencia y calidad de vida. No todo es fiesta cuando la miseria nos cerca y engulle. Apaciguar los problemas con apaños amañados es falsear la realidad. Y la realidad es que nos falta equilibrio para sortear en las orillas de noviembre el horizonte de diciembre bajo la injusticia de las cestas vacías de Navidad y año nuevo.
Natividad Cepeda