Casi ha coincidido en el tiempo, que no en el espacio, el fastuoso viaje –viaje con tintes electorales, como todo lo que ya se mueve en estos meses de cuesta electoral y de remontada de sondeos– de José Manuel Caballero Serrano, Presidente de la Diputación provincial de Ciudad Real y Secretario provincial del PSOE, a Bruselas a supervisar las inversiones europeas en la provincia, con el escalofriante –nunca mejor dicho– dato del invierno poblacional que se avecina. Un invierno provincial sólo superado por Zamora, Ávila y León –donde siempre hace frio, o hace más frío que hacía por aquí– en relación con los malos datos de futuro.
Si la primera de las realidades –el referido viaje, en compañía de alcaldes socialistas, según cuentan las crónicas– refleja el concepto de la política como gesto complacido y casi recreativo –y digo lo de gesto complacido por la limitación política de los acompañantes de Caballero: son de su exclusivo color político y no de los restantes que puedan existir en la geografía provincial y que representan a otras poblaciones y a otros ciudadanos–, el dato posterior y complementario, de que en pocos años según la Oficina Europea de Estadísticas –EUROSTAT– la provincia de Ciudad Real caerá, en el año 2050, por debajo de los 400.000 habitantes, con un cuarenta por ciento de población por encima de 65 años, deja muy en evidencia la utilidad del viaje bruselense de tan altas autoridades.
Que se pasean ostentosamente, con viajes subvencionados con dinero público y no solucionan los problemas reales de sus pueblos y ciudades, que pasan por esas conjeturas del vacío de políticas efectivas y del vaciamiento continuado de población. Porque los problemas reales de la provincia –ahora más que nunca y más que antes– emergen de forma evidente con los datos del EUROSTAT en la mano, y van camino de cronificarse y solidificarse. Aunque sea un sólido vacío. Y es que los problemas reales de la provincia, son estos asuntos centrales del vacío y la despoblación, y no materias accesorias de CTG o de autocaravanas, de Silos pintados o de Sabores del Quijote.
Van a Bruselas, todos ellos, diputados y alcaldes, a retratarse con la eurodiputada Cristina Maestre y con el responsable de la oficina en la capital belga, de Castilla La Mancha, –dependiente de la Dirección General de Asuntos Europeos, adscrita a la Vicepresidencia del Gobierno de Castilla-La Mancha, por más señas– y se traen un cesto de promesas y la evidencia de un tremendo vacío funcional y de un futuro despoblado. Por más que en la estructura regional de gobierno haya una Consejería específica de Desarrollo Sostenible, más la pieza separada de Desarrollo Rural, que se solapa con la de Agricultura y Agua. Se, y me consta por otra parte, que la institución provincial –igual que el Gobierno regional de García Page– vienen haciendo estudios diversos sobre la despoblación provincial –y regional, porque no se puede echar en saco roto los casos de Cuenca y Guadalajara, aunque ahora de lo que hablamos es de Ciudad Real–, que no es un fenómeno fortuito y casual, sino que es un hecho estructural desde hace largos años, por más que se pase de puntillas sobre el problema –que ya es conocido desde que en 2016 Sergio del Molino publicara su trabajo sobre la España vacía– o por más que el crecimiento se concentre en Toledo – con el consabido efecto inducido de capital regional– y en los corredores del Henares y de la Sagra. Y por la tozuda realidad que despliegan los estudios del EUROSTAT, la eficacia de esos otros estudios pormenorizados y trabajos provinciales que se vienen haciendo, se están produciendo a beneficio de inventario.
Y en tales realidades poblacionales decrecientes, no podemos olvidar la responsabilidad de la citada administración regional. Más pendiente –igualmente viajera de lo gratuito y de lo banal, como demuestra la promoción días pasados de –entre otros festejos muy considerados y muy considerables– la Pandorga local de Ciudad Real, en Londres, en el foro comercial World Travel Market, una suerte de FITUR inglés– de gestos que se producen de cara a la galería, tan viajera en las apariencias como sedentaria en los fines. Como demuestran los viajes de García Page a Puertollano –de la mano del hidrógeno verde o de la mano del primera piedra del Hospital o de la nueva Comisaria policial– o a Ciudad Real –para dar comienzo a la Ciudad Administrativa, para avalar a algunos candidatos del partido, o para dar por presentado el Centro de Atención Integral contra la violencia sexual–, gestos que se producen y reproducen por encima –o más allá– de los problemas estructurales que captan en el EUROSTAT.
P.D. Conocí, hace ya casi treinta años, de primera mano, otra experiencia viajera política –no tan fastuosa y más nacional–, de mano de un antecesor en el cargo de Caballero. Quien en primavera –y sobre todo en el año de vísperas electorales– compensaba, o lo trataba, el esfuerzo de los alcaldes de su partido –y potenciales candidatos a la reelección electoral– de pequeños pueblos, con unas jornadas –que con apariencia de ser una experiencia formativa e informativa– no dejaban de ser un pago compensatorio a su desinteresado esfuerzo en el desempeño de su puesto político escasamente retribuido. Sin saber bien, quien era el pagano de la experiencia insular –ya que se celebraba en Calviá, Mallorca– a beneficio de otro inventario viajero. Como si fuera un Viaje fin de curso.