Pedro González Coello.- Se remonta al siglo XVI y a santa Teresa de Jesús la frase de que «Dios escribe derecho con renglones torcidos». Era su manera de decir que la obra de Dios era perfecta a pesar de las imperfecciones del ser humano. Pero se necesita la fe de la monja carmelita para aceptar esta idea y obviar la contradicción lógica de que, si el ser humano es creación de Dios y si a la vez el ser humano es imperfecto, entonces de estas premisas se deriva forzosamente la conclusión de que la creación de Dios es imperfecta.
Partiendo de esta frase de santa Teresa, Torcuato Luca de Tena concibió en el pasado siglo XX la novela titulada Los renglones torcidos de Dios, (tan de moda ahora por su reciente adaptación cinematográfica), en la que el autor considera a las personas como renglones derechos, pero donde va a identificar esos renglones torcidos con las enfermedades mentales y con las personas afectadas por ellas. Esta identificación conlleva la enseñanza de la «resignación cristiana», por la cual dichos renglones torcidos generan un «camino de perfección» en los propios afectados y en las personas que los rodean o los cuidan, puesto que a través del sufrimiento cristianamente aceptado, y de la compasión cristiana por los sufridores se puede alcanzar el triunfo de la salvación.
Todos estos antecedentes místico-literarios desembocan ahora en el mundo del fútbol y se concretan en el Atlético de Madrid. La historia ha llevado a este equipo a ser conocido como «el pupas» o «el patético de Madrid». Entre los diversos avatares que han motivado estos apelativos se encuentran la pérdida y recuperación del nombre del club (Atletico de Madrid / Atlético Aviación / Atlético de Madrid) y del nombre de sus estadios (Antiguo Metropolitano / Vicente Calderón / Nuevo Metropolitano), los descensos al infierno de la segunda división, y otras numerosas decepciones, como la derrota en una final de Copa de Europa contra el Bayern Munich, que tuvo la suerte de empatar en el último minuto de la prórroga un partido que el «Atleti» ya tenía prácticamente ganado; en el partido de desempate, el Bayern arrasó a un «Atleti» totalmente desmoralizado.
Con todo ello, los seguidores rojiblancos ya nos habíamos acostumbrado a convertirnos en permanentes sufridores, con un espíritu forjado en la esperanza y la frustración. El maestro Sabina lo supo reflejar con precisión en su himno del Atlético de Madrid, compuesto con motivo de su centenario allá por 2003: «Qué manera de aguantar, / qué manera de crecer, / qué manera de sentir; / qué manera de soñar, / qué manera de aprender, / qué manera de sufrir; / qué manera de palmar, / qué manera de vencer, / qué manera de vivir…»
Pero entonces llegó la segunda década del siglo XXI, la década del Cholo Simeone como entrenador a partir de 2011, imponiendo una disciplina férrea de entrenamiento que ponía en valor la importancia del esfuerzo, del sacrificio y del compromiso, con los que se podría equilibrar la mayor calidad y presupuesto de las plantillas de otros equipos nacionales e internacionales más triunfadores, contra los que se intentaría competir con más posibilidades de éxito. Con un sistema basado en la seguridad defensiva, en la letalidad de su contraataque y en el poderío aéreo de su ataque a balón parado, y con la fe de no dejar de creer hasta el último minuto y del «partido a partido», empezaron a llegar algunos logros importantes: una Copa del Rey, una Supercopa de España, dos títulos de Europa League, dos Supercopas de Europa y dos Ligas de España, la última en la temporada 2020-2021 (solo «el pupas» podía ganar «la liga de la pandemia»). Y con ello empezaron a crecer las esperanzas y la autoestima de los aficionados atléticos.
Sin embargo, no podían faltar las decepciones (esto es el Atleti…). Y de igual manera que la antigua Copa de Europa se le resistió en aquella final de 1974 contra el Bayern de Munich, también se le seguiría resistiendo la nueva Champions League en las finales de 2014 y 2016. E igualmente con dos derrotas dolorosísimas contra su eterno rival, el Real Madrid, que le ganó la primera vez en la prórroga, tras empatar en el minuto 93 un partido que ya tenía prácticamente perdido, y la segunda vez, en la tanda de penaltis tras haber acabado el partido y la prórroga en empate.
Todo ello impidió que desaparecieran del entorno rojiblanco los viejos fantasmas de «el pupas» y «el patético de Madrid», a pesar de un cierto ascenso de la consideración del Atleti en Europa. También fueron creciendo los presupuestos del club y la calidad de la plantilla, pero quizá fueron menguando aquellos valores del esfuerzo, el sacrificio y el compromiso. Y el sistema que funcionaba con estos valores, fue desembocando sin ellos en un juego rácano, aburrido y hasta desesperante a veces, que no da para conseguir objetivos auténticamente grandes.
Al Cholo le iba bien con el papel de David que en ocasiones derribaba a poderosos Goliath gracias a su táctica defensiva con la que intentaba amarrar las ligeras ventajas que lograba alcanzar por sorpresa. Pero le está faltando arrojo y ambición para manejar plantillas con más calidad, a las que no está sabiendo dotar de esa mayor intensidad que hace falta para dominar los partidos y obtener los triunfos con resultados más amplios, que hagan disfrutar a los aficionados con mayor tranquilidad.
Por el contrario, esa falta de intensidad y concentración tiene como consecuencia que muchos partidos se empiecen perdiendo desde muy pronto y que sea necesario echar mano de épicas remontadas para obtener la victoria. Pero las remontadas épicas son fenómenos aislados, más propios de otros equipos con más ambición y espíritu victorioso, que en el Atleti solo se dan de tarde en tarde y que cada vez con más frecuencia mueren ahogados sin llegar a alcanzar la orilla.
Estos son los renglones torcidos del Cholo, representados metafóricamente esta temporada en las franjas de la camiseta del equipo, con un diseño tan penoso que da vergüenza propia y ajena y que ha generado una pérdida de respeto de los adversarios nacionales e internacionales a los colores del club. Esa falta de respeto a la camiseta y al juego del Atleti nos ha llevado a la situación actual: solo estamos a principios de noviembre y ya estamos definitivamente descolgados de la lucha por el título de Liga y, lo que es mucho peor, totalmente fuera de las competiciones europeas, tanto de la Champions League como de la Europa League. Ya solo queda, para acabar de tocar fondo, que el Almazán o cualquier otro equipo de categorías inferiores nos elimine dentro de pocos días de la Copa del Rey, cosa que no descarto.
La cuestión que se impone ya es: ¿Hasta cuándo los atléticos tendremos que sufrir resignados los renglones torcidos del Cholo? ¿Hasta dónde se tiene que prolongar nuestro «camino de perfección» para que alcancemos el premio sagrado de nuestra primera Champions League? Se nos empieza a acabar la fe de Santa Teresa de Jesús para creer que el Cholo, como Dios, escribe derecho con renglones torcidos.