Cuarenta años no son nada como medida de tiempo histórica y lo es casi todo en la vida de una persona. Cuarenta años de democracia (si contamos desde 1982) que neutralizan otros tantos de dictadura. Y cuando pensábamos que andando las décadas nos íbamos a convertir en una democracia aburrida resulta que ha vuelto el acné con tanto vigor que se ha instalado en el Gobierno de España con una implacable vocación de cazafantasmas. La dictadura de Franco igualada en tiempo contable a la democracia pasó desde el correaje cuartelero puro y duro al ascenso de tecnócratas adscritos al capital, al gran empresariado y al credo oficial de un catolicismo más nacional que universal con el espaldarazo de nuestros amigos los americanos del Norte y la apertura de muestro generoso litoral a los bárbaros y las bárbaras de la Escandinavia. A medida que el general se fue haciendo viejo el tiempo nuevo se fue amontonando en la puerta de la Historia para entrar a riadas en el yermo patrio después de coser una difícil y peligrosa Transición no exenta de sustos.
Y pasó lo que tuvo que pasar: Europa no podía permitirse limitar al sur con una dictadura militar y con la ayuda de los amigos alemanes se fue horneando la alternativa socialdemócrata para que estuviera lista cuando llegara la hora. Y la hora llegó un día como hoy de 1982 en que vimos por primera vez a toda plana en El País, el periódico de referencia, a un Felipe González tumbado en un sofá sobre el cómodo muelle de 202 diputados. Y no pasó nada porque ya quedó claro en el congreso del abjuramiento del marxismo y la renombrada frase del líder político más importante de la democracia cuando dijo que antes socialista que marxista en la línea de lo dicho por otro gran padre del cambio desde la otra orilla, Santiago Carrillo y su famosa disyuntiva: no toca Monarquía o República, toca democracia o dictadura.
Sin internet, sin redes, sin teles a todas horas, alimentados sobre todo por el papel impreso que salía de las rotativas, accedíamos a la información, a la que podíamos tener acceso claro, y respiramos la euforia de cambio que rezumaba por todas partes, en cualquier calle, en cualquier esquina. La España silenciosa y silenciada habló a voces después de hacerlo a media voz en las elecciones de 1977 y en las primeras municipales de 1979.
No estaba el horno para bollos: extramuros de la UE que ya nos esperaba, con una crisis económica de órdago, una moneda paupérrima y una carencia de infraestructuras tan evidente como vergonzante, los socialistas llegaron al poder sin que se produjera ningún terremoto. Tan solo un enemigo que estaba a las puertas y lo seguiría estando cruelmente por muchos años después -ETA- ensombrecería la enorme tarea de poner a España en el mapa de Europa homologándola al resto de los países e ingresándolo en la normalidad democrática.
Luego vino el ingreso formal en la UE que comenzó a enviar dinero por un tubo de diámetro considerable, el espinoso referéndum de la OTAN y la expansión económica, superada la crisis con el aval de los Pactos de la Moncloa. Poco a poco España se modernizó y se convirtió en un esperanzador solar en obras con los escaparates de los JJOO y la Expo de Sevilla con su envoltura de poderío y notoriedad. Europa remontaba los Pirineos y las elecciones venideras se hicieron costumbre… hasta que llegaron los tiempos malos de la corrupción y la negra página del terrorismo de Estado cuando el Gobierno decidió golpear a ETA en su propio terreno (con la aprobación doméstica de millones de españoles) de manera soterrada a la lucha legal que se cobró varios desmantelamientos de la banda vasca. Fueron las dos grandes sombras: terrorismo y corrupción frente a la innegable labor socialdemócrata que liberó el país del atraso secular. El nacionalismo catalán se quedaba en eso, nacionalismo. Sin noticias de Franco a quien nadie recordaba ni se le mencionaba. Su nombre pareció desaparecer del imaginario durante décadas hasta que llegó la resurrección en diferido y el franquismo, o mejor, dicho su fantasma regresó para alimentar a una joven izquierda que puso en entredicho la misma Transición de la que son hijos y por la que hoy se sientan en las instituciones y en el Consejo de Ministros, con tanto ardor juvenil que hasta trastocan el lenguaje con una reedición radical de derechos ya conseguidos.
Pero hemos llegado hasta aquí cuarenta años después. Imposible resumir los episodios que han jalonado el camino: detenciones y encarcelamientos relumbrantes de personajes de la banca y la política y cercanos a la Corona, la eclosión de la prensa critica al modo USA, la victoria de los conservadores en natural relevo democrático, la vuelta de los socialistas al poder…
Lentamente hemos ido ingresando en un mundo globalizado expuesto de continuo y al instante en las pantallas de nuestra cotidianeidad hasta un día como hoy en que casi nada está en su sitio, los Estados son menos libres y los ojos de la red se parecen cada vez más a lo que intuyó un tal Orwel. Vivimos bajo una sensación de manipulación masiva subyacente.
Hace cuarenta años los nombres eran Felipe González, Alfonso Guerra, Santiago Carrillo, Manuel Fraga, Miquel Roca Junyent, Francois Mitterrand, Olof Palme, Margaret Tactcher, Helmut Khol, Ronald Reagan, Mijail Gorbachov, etc,… y hace cuarenta años estábamos a punto de ver la caída del Muro de Berlín con todo su significado. Hoy son, Donald Trump, Boris Johnson, Liz Truss, Emmanuel Macron, Giorgia Meloni, Pedro Sánchez…
Hace cuarenta años de todo. Hemos tenido, además, de Adolfo Suárez y Leopoldo Calvo Sotelo, otros dos presidentes de derechas: José María Aznar y Mariano Rajoy. Y tres presidentes socialistas. Felipe González que obtuvo 202 escaños; Zapatero que ganó una elecciones cuyas vísperas fueron unos terribles atentados y Pedro Sánchez que llegó a la presidencia del Gobierno tras una moción de censura y luego con la suma aritmética de otrora enemigos declarados. Son hechos objetivos.
Y uno se pregunta si era este mundo y este país el anhelado o si hemos pasado de una democracia vigilada a una democracia tensionada y aún más vigilada por los mercados y la nueva moral. Y para colmo antes llovía a su amor cuando tocaba y ahora lo hace a mala leche y hace calor cuando no toca. Un sin Dios.
Democráticos saludos.