En España se ha asociado la riqueza a la posesión de bienes inmuebles, principalmente rústicos. Y quienes los poseen son conocidos como terratenientes. Pero, en las Islas Canarias, a quienes se considera verdaderamente ricos son a los que poseen los recursos hídricos. Los aguatenientes. Y a esto vamos.
En la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo celebrado en Río de Janeiro en 1992, se sensibilizó a la población mundial sobre el grave problema de la escasez de agua. Desde entonces, el líquido elemento ha adquirido importancia hasta convertirse en un recurso estratégico clave para el desarrollo de las sociedades actuales, solo por detrás de las fuentes de energía, como el gas o el petróleo.
Según algunos analistas económicos, será el próximo recurso susceptible de especulación en un futuro no muy lejano, que puede acabar controlado por las grandes sociedades de capital. Ello puede provocar un encarecimiento considerable de este elemento vital para la población y restringir las posibilidades de desarrollo de las economías nacionales que carecen de agua suficiente.
El cambio climático que sufrimos —que puede reducir drásticamente las reservas de agua dulce en pocos años—, la sobrepoblación humana y la administración ineficiente de este recurso, pueden mermar su disponibilidad para toda la población. Según datos facilitados por Naciones Unidas en 2020, la asignación por persona se ha reducido en el mundo en más de un 20%, en dos décadas.
Con el fin de buscar soluciones a este grave problema, es necesario conocer los modelos de éxito que han demostrado que es posible mejorar la gestión y el uso del agua, manteniendo el nivel de desarrollo y los recursos que su consumo racional proporciona. El ejemplo de éxito más significativo es el de Israel, un país casi desértico, que gestiona eficientemente este recurso y que hoy, incluso, lo suministra a los países vecinos.
Cuando en 1948 se creó el estado de Israel, sus fundadores sabían que el problema del agua iba a ser uno de los grandes retos para la supervivencia del país, recordando lo padecido por sus antepasados. Lo primero que hicieron fue decidir que toda el agua fuera pública; después, crearon una infraestructura para trasvasarla desde las zonas menos secas al resto del país; y luego, entendieron que el agua tenía un coste que debían pagar sus usuarios y que su precio no estaría ligado a decisiones políticas, para lo que crearon una entidad gestora independiente, la Autoridad Nacional del Agua.
Casi toda el agua dulce almacenada está en el bíblico Lago Tiberiades y en otro lago artificial al que se bombea desde allí, el Schkol. En este estanque se depuran las aguas antes de entrar en la red nacional para su distribución. El sistema permite un filtrado sofisticado y que los excedentes sean depositados en los acuíferos naturales, aumentando sus reservas y evitando la evaporación. Pero la gran aportación de caudal a la red nacional, la proporcionan las desaladoras.
Estas instalaciones —gestionadas por empresas privadas—, a día de hoy, permiten el suministro del 85% del consumo del país y, en 2025, alcanzarán el 100%. Los avances técnicos de su sistema de desalación —reduciendo ostensiblemente la salmuera vertida al mar— y el menor consumo de energía —que reducen hasta en un 45%—, les posibilita obtener un producto saludable y rentable, y un volumen suficiente para proporcionarla también a Jordania y a los territorios dependientes de la Autoridad Palestina.
En cuanto al agua que se usa en la agricultura, gran parte de ella es reciclada y canalizada en una red paralela. Hay que destacar que fue un ingeniero israelí quien inventó el riego por goteo en 1959. Este sistema ha revolucionado los regadíos de todo el mundo desde entonces, consiguiendo un ahorro considerable de agua y permitiendo ampliar el número de hectáreas regables.
Los técnicos y científicos israelitas han seguido innovando con técnicas que los mantienen a la cabeza mundial de la tecnología hídrica. Además, su sociedad está concienciada y es disciplinada a la hora de hacer un uso racional del agua. Así, pese a que hoy no tienen restricciones, ellos han logrado reducir su consumo en más de un 20%, en pocos años.
Toda su red está monitorizada y sus pérdidas de caudal son de apenas el 3%, mientras que en España son del 25%. Allí reciclan el 85% de las aguas residuales, y en nuestro país alrededor del 10%. Y la eficiencia económica del riego es muy diferente. Mientras que aquí, por cada 1000 hectómetros cúbicos de agua utilizados en regadío, se generan unos dos mil millones de euros; en Israel, con ese mismo consumo, obtienen ocho mil millones.
En los últimos años, se han propuesto revertir la desertización de algunos de sus territorios, como el desierto de Néguev, en el que están plantando especies arbóreas para su explotación agrícola y generando un suelo más fértil, a la vez que se produce un microclima que reduce la sequedad y la temperatura.
Los efectos de la sequia se previenen cuando se gestiona racionalmente el agua de la que se dispone y no cuando se está en un punto de no retorno. Lo mismo ocurre con los incendios, que se deben prevenir en invierno y no en verano.
La gestión del agua en Israel, debe servir de modelo a países como el nuestro, en los que parece que se está a otras cosas, mientras el problema se sigue agravando.