Cuando el pasado 27 de julio, daba comienzo a estas notas deshilvanadas del estío más largo del recuerdo, el colega columnario Manuel Valero, llevaba diecisiete días de adelanto en su Cuaderno de verano.
Hemos coincidido –casi sin proponérnoslo y sin meditación compartida– en latitudes diferentes, en esta autopsia y en esta autopista del verano/estío, hasta el pasado 23 de agosto.
En que Manolo, abandona el barco del proceloso verano, sin previo aviso, sólo con una llamativa Última hoja.
Que refleja el final del calendario anual o estival, colgado de alguna alacena del piso bajo de la memoria.
Ultima hoja que es un anticipo de la mudanza del próximo otoño.
Que es, de hecho, una despedida anticipada.
Cuando todavía quedan hojas del calendario y días acogidos al marbete del verano.
Cuando todavía quedan hojas de los árboles.
Salvo los que han talado en el Seminario, sin previo aviso.
Hay quien piensa que el abandono valeriano de su cuaderno de vacaciones, es una ejercicio de calentamiento –y de recalentamiento– para coger tono en las próximas fiestas de su pueblo.
Para llegar refrigerado, si ello es posible.
Lo veremos en sus próximas entregas de Una cosa más, en este mismo digital.
Si canta o entona.
En esta soledad estival, me veo obligado a retomar asuntos que han quedado rezagados.
Desde un lejano –y ya aplazado, definitivamente– Viento de este, viento del oeste.
No sólo en velado homenaje a Pearl S. Buck, premio Nobel de literatura de 1938 y su novela homónima de ambiente chino y de cruce de civilizaciones.
Sino en evidente constatación de que estaba escribiendo –o como ven intentándolo– en plena canícula de Zahara de los Atunes.
Donde los dominios de los vientos sucesivos y alternados, hacen evidente el título anterior.
De Levante a Poniente.
Y las prerrogativas de cómo el clima altera los caracteres y modifica las conductas.
Como sostenía con precisión William Faulkner, conocedor de los tórridos veranos sureños de Mississippi.
Incluso –como señalan otras notas reservadas–, había apuntes de la Inmoralidad versus a Inmortalidad.
Otras más usuales hablaban –hasta lo ha hecho recientemente El País– de las películas del verano.
Que son las que se ven en los supervivientes cine de verano al aire libre.
Aquellos supervivientes que tengan oportunidad de airearse con un fondo de película.
Explotando los grandes éxitos del verano y del otoño próximo.
También el cine de verano, como correlato de películas con trasunto veraniego.
O como acertijo imposible.
Desde A pleno sol al Desprecio, rodada en Capri; desde Muerte en Venecia, filmada en el Lido, hasta Desayuno con diamantes; desde La tentación vive arriba –cálido verano de New York– a los días de Pearl Harbour en De aquí a la eternidad.
Igual podría hacerse con el otro relato más largo –Valero lo ha esbozado– de las canciones del verano.
Un rayo de sol, El final del verano, Capri se acabó, Sapore di sale o cualquier patochada de Georgie Dan
Sin saber bien donde apuntaban unas y otras recopilaciones.
También notas sobre la conservación de alimentos, ahora que en verano todo se dispara y desaparece.
Conservación del frío, de la sal, del fuego y del humo.
O el intercambio de las aguas dulces y saladas.
El itinerario de la piscina a la playa.
Con ola de calor y con falta de agua.
Asuntos todos ellos, postergados en las libretas de notas.
Que sí que se conservan.
Pese a su falta de aplicación práctica.
Pero este es otro asunto diferente.
No hay mas preguntas, señoria
M.V. creo que estas en proceso de indulto imparable (no confundir con el próximo fonético, insulto). Un indulto a la griñaniana, por mas que se remuevan tantas cosas duras y blandas.