Frente a la creencia constante y prolongada del verano –de casi todo el verano del hemisferio boreal– como reino de lo abierto, conviene señalar –y sujetar– su contraria.
Y no solo, el verano austral.
Esto es, el verano como dominio y prevalencia de lo cerrado.
Los defensores de la primera tesis ven el verano –el estío de estas notas pasajeras que se vienen desplegando desde el 27 de julio– como la ejemplificación y saturación de lo abierto.
La vida al aire libre –merced a la temperatura exterior y a la sombra de los árboles–, la acampada tibia, la playa ruidosa, la excursión por el monte, la senda viajera, los viajes a climas cálidos, los cines de verano –donde queden aún–, las terrazas y el copeo prolongado, las verbenas y fiestas patronales, los torneos deportivos de verano, los festejos taurinos –celebrados, indefectiblemente, al aire libre–, los bailes vespertinos y nocturnos, la ligereza del vestuario como del pret á porter, los dormitorios abiertos y ventilados y la piscina colmatada como relato complementario, son trasuntos que ratifican y confirman la pura exterioridad estival.
Como si ese fuera su enclave de celebración.
Incluso esa modalidad del mobiliario de jardín que ya llaman en las promoción es, como Outdoor.
Esto es, mobiliario de puertas afuera, para definir la modalidad establecida de la vida al aire libre.
Entre el jardín, el bosque de la acampada, la sierra del solaz y la playa del chapuzón, transcurren los días con más sol del año.
La contracara de todo ello, lo compone el cierre –igualmente prolongado– de oficinas, negocios, pequeños talleres, sedes profesionales, tiendas menores y establecimientos menestrales.
Que aprovechan las vacaciones de los trabajadores y la dureza de las condiciones climáticas, para realizar, no un cierre patronal, sino un cierre estival.
Eludiendo la carga del trabajo con condiciones ambientales caldeadas.
Incluso esa paradoja manifiesta de lo cerrado en lo abierto, acontece en campos tan distanciados como el mundo judicial –con cierre en agosto de juzgados ordinarios–, la casa Real –trasladada a Marivent en Palma de Mallorca–, el mundo político –con vacaciones parlamentarias y ausencia de sesiones, que repetirán en Pascua– y el mismo mundo del poder ejecutivo, que quiere parar el mundo sin conseguirlo.
Con vacaciones anunciadas de los responsables titulares de la gobernación, raramente suspendidas y aplazadas.
La evidencia del cierre se hace visible, por otra parte, en los rótulos y señales de los titulares que anuncia su derecho vacacional y la restricción del acceso a sus sedes y negocios.
Y de la dificultad de encontrar en verano un cerrajero, un cristalero o un fontanero disponible para una emergencia.
A veces, ni las farmacias permanecen en vigilia.
Componiendo una imagen –cuasi machadiana – de país de “cerrado y sacristía”.
Y esa dualidad de “cerrado y sacristía” se intensifica en el mes de agosto, cumbre del verano y cita inaplazable de tórridas fiestas patronales como advocación de vírgenes y santos patrones.
Calores de Lorenzos, templanzas de Palomas, martirios de Pantaleón y fuegos de Bartolomé.
Pero no es sólo ese tufo dual citado por Machado, porque en medios laicos y en ciudades secularizadas permaneces calles completas, clausuradas.
De aquí el dicho romano del agosto en Roma, como ferragosto.
Que reconoce una ciudad clausurada y sobrecalentada.
Dónde sólo subsisten las fuentes con sus refrescantes aguas y la quietud sombría de sus magníficas iglesias.
Aquí sin esas aguas y esas iglesias, cerramos igualmente buen parte del sector comercial y administrativo.
Por más que sea el momento óptimo de la hostelería.
Componiendo, por otra parte, la colmatación de lo abierto y el vaciamiento de lo cerrado, de forma incomprensible.
E inexplicable.
Amen