El debate sobre las bebidas del verano no tiene un claro vencedor en este 2022.
Probablemente no haya habido vencedor nunca, por más persuasión publicitaria que se haya desplegado, entre ‘la chispa de la vida’, la bebida de ‘la eterna juventud’, y una presunta ‘fuente de la eterna sabiduría’.
Y ya se sabe que las fuentes manan aguas salutíferas y sanadoras, por más prolongado que sea el estiaje.
Aunque los estiajes largos complican los veneros y manantiales que impiden ese retorno a las fuentes de la eterna juventud como un oxímoron impepinable.
No hay eternidad joven ni hay juventud eterna.
De la misma forma que no hay aguas que proporcionen esos sabores de eternidad y de conocimiento.
Por ello la dificultad creciente en el nomenclátor de las bebidas estivales.
Y más dificultades en este verano tan seco, que hace que el agua potable, sea elevada a los altares de la excelencia y de excepcionalidad.
Como si fuera agua bendecida o agua bendita, utilizable en los ritos religiosos y en las ceremonias de iniciación.
La tradición dictaba pocas variaciones a las mencionadas bebidas del calor en esa pretensión de erigirse en la más afamada de la estación estival.
Casi todo circulaba en torno al agua corriente, con alguna variación con el agua de cebada y con la palomita de anisados dulces.
Había el agua de manantial, el agua de fuente y pilar, el agua servida por el aguador de turno –al contar con poca agua canalizada y redes deficientes–, el agua de pozo refrescante, el agua del balneario termal y las aguas dormidas de algún tablazo del arroyo decrecido.
De aquí el mundo de cantaras, vasares y botijos.
Hoy la competición de las aguas pasa por el empeño de las aguas envasadas, con diplomas y medallas en sus etiquetas.
Con la rivalidad abierta de sus procedencias montañosas o de herriza, de valle o de vaguada.
Con la rivalidad cerrada de sus contenidos carbónicos o ferruginosos.
Y con la trivialidad de sus contenidos de sales y gases.
Ese lugar primigenio del agua bebible ha cedido su lugar al imperio de la cerveza y a la monarquía del vino.
Cervezas con tantos apellidos, como elaboraciones, con tantas graduaciones como tipología cervecera se conoce: lager, negra, pilsen, de abadía, de trigo, de fermentación lenta y esa mixtura de la cerveza 0%.
Como expresión del buenismo alcohólico.
Incluso el apartado de las cervezas artesanas de alcance doméstico.
Con la sofisticación veraniega de ese pleonasmo vinatero llamado tinto de verano, que burla la lógica de su degustación y la temperatura de cata.
Y se opone al tinto de invierno y marca otro territorio de la banalidad del verano.
Capaz de aguar y disolver todo lo visible y todo lo disponible.
Y de confundir la temperatura de servicio con la temperatura de comercio.
Ahora que este paradigma actual de temperatura de comercio está sometido a múltiples interpretaciones.
Como pasa con la temperatura de los vinos y su correspondencia climática.
En esa obsesión por colar las preferencias personales, algunos pretenden avalar brebajes diferentes.
Que viajan del gazpacho a la horchata.
Con la duda de saber si el gazpacho es una comida o es una bebida.
Algún suelto periodístico lo ha llamado como ‘el maná veraniego’.
Un producto que además titulaba como sopa fría.
Cuyos orígenes provienen del siglo XVII.
Por ello la duda perentoria de comer o beber el gazpacho.
El maná bíblico, ¿se comía o se bebía?
Por más que los preparados industriales de gazpachos lo coloquen y presenten en tetrabrik, como si fueran estuchados de leches o de aguas especiales.
Presentaciones industriales que llegan a vender 70 millones de litros en 2021.
Sin contar los millones de litros de elaboración doméstica y de elaboración en hostelería.
¿200 millones?
Que darían casi a 5 litros al año, por español bebedor.
De la misma forma en la horchata procedente de la chufa, aletea la duda de su ubicación culinaria.
¿Un postre o un refresco?
Incluso en su presentación helada ¿un helado cremoso?
Incluso un beneficio.
Para los alérgicos a la lactosa, se la presenta como leche alternativa.
Una leche alternativa que no es leche, ni se parece en el color que proporciona la chufa mediterránea.
Y que cuenta en la actualidad con la bendición del veganismo.
En este recuento estival de ‘bebercios’ variados, hay quien proponen la inclusión de toda la escala de combinados y cocteles fríos, que señalan a rebajar la temperatura tras su consumo.
Aunque ello ni sea así, ni se limiten al estío que nos recorre.
Veo que la zurra pandorguera la has dejado a un lado, con muy buen criterio.
Voy de universales. Los locales los dejo para la Concejalia de festejos y costumbres populares. Empezamos con la zurra, pasamos al calimocho y terminamos con la leche de tigre. Y «hoy no me puedo levantar».