Manuel Valero.- Posiblemente, éste va a ser el verano más raro, trágico y olvidable en mucho tiempo. Me da pavor hacer una lista de las adversidades. Fue el verano en que ardió mucho monte sin que sepamos quien los prendió y por qué. Si consideramos, claro, que el centenar o más de incendios que han tintado la noche de odioso naranja, no han sido culpa del rayo, la inclemente canícula o una colilla tirada desde algún auto. Muy pocas veces los medios han informado de la causa, el resto de las llamas esconden la mano asesina y terrorista.
Fue el verano en que por primera vez apareció la expresión “desde que se tienen registros”, cuando se ofrece el dato puntual y frío, paradójicamente. Ha sido el primer verano masivo y normal de después de la pandemia que ha sembrado la geografía patria de eventos y festivales de los que tampoco ha faltado la tragedia que nos ha tocado en el paisanaje. Muchos encuentros musicales han sido suspendidos. Ha sido el verano de los precios por las nubes que enerva a las clases populares y calienta el clima político ya pródigo en aristas y desencuentros. Ha sido el verano de la amenaza global como nunca antes desde los lejanos años de la guerra fría y luego, la amenaza yihadista. El verano de la guerra y las militares maniobras orquestales en la claridad de la televisión frente a la que asistimos al diseño de un nuevo orden.
Ha sido el verano de la aparición de la viruela del mono que nos ha recordado el SIDA asesino de las décadas anteriores. Ha sido el verano del descoloque general en torno a la energía y su revisión que hace bueno el carbón y el átomo. Ha sido el verano de la aparición de nuevos fenómenos delictivos como el de los pinchazos a las mujeres en el marco de la masa festiva. Y ha sido el verano, el horrible verano que nos ha preparado para un otoño peor. Al menos eso dicen los medios con martilleante insistencia como si nos entrenaran para afrontar lo que viene cuando llegue septiembre y nada, o casi nada, será maravilloso. Hace tiempo que sostengo que la televisión es una máquina de inducción de conductas. Apenas se dio la información del primer pinchazo cobarde que los casos se propagaron como el fuego que ha alumbrado las noches de este raro, trágico y olvidable verano de 2022.
Y sin embargo, pese a este marco que parece encuadrar un lienzo de El Bosco, la gente, libre ya de la mascarilla agotadora, se ha lanzado a las playas, a los ríos, a las montañas y más allá como si no hubiera un mañana. Como si alguna mano mecedora anduviera entretenida jugando con la masa alegre. Después del covid y ante el augurio de un otoño oscuro y frío, el personal ha tirado de coche y de ahorros para vivir la vida alejada de los nubarrones.
Este éxodo masivo hacia la alegría de vivir te reconcilia con la especie a la que uno de vez en cuando odia por su persistencia en mostrar el lado oscuro. ¡Y vaya si tiene claros! La Quinta de Malher, Las Meninas de Velázquez, cualquier obra de García Márquez o Faulkner, cualquier edificio de Lloid Wright, cualquier mármol o bronce humanizado de Miguel Ángel o Rodin han salido de hombres como Putin, Kim Jong Un, Xi Jimping, Ebrahin Raisi o Daniel Ortega, ilustre mancillador de las ideas socialistas en pro de un poder personal, descatalogado, bananero y cutre.
Así que en medio de la incertidumbre, cualquier átomo consciente que puebla el Planeta se afana en el día, en el discurrir de las horas cotidianas y en el bienestar de los suyos, mientras sortea como puede este verano tan solo salvado por los adolescentes felizmente irresponsables que hayan conocido por primera vez el sexo y el amor, juntos o por separado. Desde luego una cosa es irrefutable: vamos a estar muy entrenados para cuando adviente el otoño que ojalá a pesar de los pesares sea muy húmedo. Cuando se insiste en que será caliente es que interesa a que así sea. ¿A quien? A lo malos. ¿Y dónde están? Joder, por todas partes. Corolario: A vivir que son dos días no recortables.