Hablar de agua es hablar de vida porque sin ella es imposible la existencia de los seres vivos sobre la tierra. Estamos compuestos de agua; más del 75% somos agua al nacer y en la edad adulta más del 65% de nuestro cuerpo es agua que se ubica en el interior de las células, circula por la sangre y baña nuestros tejidos. El agua cubre el 71% de la corteza terrestre y el 96,5% de ella se ubica en los océanos mientras que el 1,74% ocupa los casquetes polares en forma de nieve, el 1,72% se distribuye en los depósitos, acuíferos, glaciares continentales, el 0,04% se reparte entre los lagos, ríos, humedales, cumbres y atmósfera.
Las evaporaciones y precipitaciones medias del planeta tierra son constantes a lo largo de los años. Ocurre en los continentes lo contrario que en los océanos, ya que en éstos la evaporación (74.200 km3) es menor que las precipitaciones totales (119.000 Km3). Los 44.800 Km3 es la diferencia entre lo que se evapora y las precipitaciones de esta diferencia 2.200 Km3 se desplazan por la escorrentía subterránea y el resto 42.600 Km3 lo hacen a través de la escorrentía artificial hasta llegar a los océanos.
Por el contrario, como decía antes, en los océanos la cantidad de agua que en ellos se evapora (502.800 Km3) es mayor que la que reciben (458.000km3) cantidad ésta que se desplaza por la atmósfera hasta llegar, de nuevo a los continentes y a los océanos cerrándose de esta forma el llamado ciclo del agua. Es evidente que la distribución del líquido elemento no es homogéneamente igual por toda la superficie terrestre de tal manera que existen grandes diferencias entre unas regiones y otras, entre unos continentes y otros y entre unas naciones y otras, más aún en la misma nación hay zonas, como en España, en las que las precipitaciones doblan de una región a otra.
Así ocurre que mientras la cornisa cantábrica recibe entre 1.200 y 2000 litros de agua al año, Castilla La Mancha no llega a los 500 litros de media anual lo que dificulta muy considerablemente muchas de las funciones necesarias para crear riqueza agrícola e industrial. No debemos olvidar que, en estos momentos, más del 70% del agua disponible se emplea en la agricultura, sobre un 20% en la industria y un 10% para el consumo y necesidades humanas.
Es cierto que en España se han hecho esfuerzos importantes, aunque no suficientes, para recoger el agua de lluvia, de nieve y de manantiales construyendo embalses y pantanos. A principios del siglo XX teníamos unas 60 presas y en 1950 se llega a la cifra de 270 y a partir de ese año se acelera la construcción de embalses o presas realizando una media de 20 anuales hasta llegar al millar actual, convirtiéndose España en la nación con más presas o embalses, por habitante, del mundo, llegando a tener una capacidad de almacenamiento de agua de unos 54.400 Hm3.
Existen en España tres grandes vertientes hidrográficas muy diferentes entre sí. La Cantábrica, con ríos cortos, rápidos y con gran afluencia de agua que rápidamente se pierde en el mar Cantábrico y con un pobre aprovechamiento de su caudal. La vertiente Atlántica con ríos largos (Miño, Duero, Tajo, Guadiana, Guadalquivir etc.) y con cierto caudal todo el año y sobre ellos se ha construido muchos de los embalses de los que antes hemos hablado. La Vertiente Mediterránea con ríos generalmente estacionarios de poco caudal y corto recorrido menos el Ebro cuyo caudal es de unos 7.496 hm3. Más o menos el aporte hídrico total de España se sitúa en torno a los 111.000 Hm3 de los que unos 109.000 hm3 son de lluvia y 2.000 hm3 pertenecen a aguas subterráneas.
Según todos los informes, la gestión del agua en España, no es buena de tal manera que somos el tercer país de la unión que peor lo realiza. Desde la Ley del Agua de 1866 que no pudo ponerse en vigor por los acontecimientos revolucionarios que estaban ocurriendo en nuestro país, pasando por la Ley de 1879 que estableció el dominio público de las corrientes de agua, la Ley de 1929 que organizó los órganos de gestión de las infraestructuras de las cuencas, (Confederación Hidrográficas de Cuenca), y la Ley de 1985 que fija tres principios básicos sobre el agua: Carácter público de las aguas. Planificación hidrográfica y Organismo de Cuenca que en cierto sentido cambia la concepción que tenían hasta la fecha la Confederaciones Hidrográficas para asegurarlas como entidades de gestión del agua y no de las infraestructuras, hasta llegar al famoso Plan Hidrográfico Nacional (PHN) elaborado en el año 2001, siendo presidente del gobierno, José María Aznar y Ministro de Agricultura y Medio Ambiente, Miguel Arias Cañete.
El trasvase del Ebro hacia otras regiones españolas era un gran proyecto de inversión pública (Unos 5.000 millones de euros) y tenía por objeto abastecer de agua a Barcelona, Alicante, Valencia, Almería, Murcia y posiblemente la llanura manchega regiones éstas, muy necesitadas del agua sobrante de la cuenca hidrográfica del Ebro. Hubo problemas con la comunidad aragonesa y después de haber invertido considerables cantidades de dinero público, en el año 2004 gana las elecciones el PSOE de la mano de José Luis Rodríguez Zapatero y con su ministra Cristina Narbona modifica el PHN, publica el programa A.G.U.A y lo primero que hacen es paralizar las obras que habían comenzado unos meses antes y apostar por las desaladoras litorales que evidentemente no resuelven el problema de escasez de agua ni hoy ni mañana y que pueden crear graves problemas a la fauna marina con la gran cantidad de sal que vierten en el mar así como la caducidad de las instalaciones y el ingente consumo energético.
En España hay, en estos momentos, 16 trasvases funcionando unos de largo recorrido como es el del Tajo-Segura y otros de menor alcance. La gestión de las cuencas que ocupan varias comunidades le corresponde al Gobierno, de tal manera que las Confederaciones Hidrográficas dependen del Ministerio de Medio Ambiente, mientras aquellas que solamente están compuestas por una comunidad, su gestión ha sido transferida. Esto puede crear disfunciones sobre la toma de decisiones a la hora de racionalizar el uso del agua a nivel del Estado porque se puede chocar con los intereses propios de la comunidad en cuestión como así ocurrió con la comunidad aragonesa en el proyectado trasvase del Ebro.
Como hemos podido comprobar España se divide, cuando menos, en dos grandes superficies, la del norte húmeda y con abundancia de agua y la del centro-sur con grandes necesidades de agua acuciada esta necesidad en muchos periodos estacionales. No parece de recibo que, perteneciendo todos a la misma nación, unos tiren el agua sobrante al mar y otros no tengamos ni lo suficiente para uso doméstico. No recuerdo cuantas veces hemos podido ver y oír que el río Ebro ha anegado campos enteros y ha puesto en peligro las vidas de sus ribereños porque sus aguas se habían desbordado y no eran capaces de conducir sus aguas dentro de los márgenes propios del río, de tal manera que cientos de miles de Hm3 se han perdido para siempre en el mar Mediterráneo. Parece ingrato e insolidario preferir que el agua se pierda en el mar a que otros puedan aprovecharse de ese bien. Miles de veces los ríos cántabros, astures y gallegos, repletos de agua, lo han vertido al mar sin ningún provecho. Toda la vertiente atlántica, especialmente la cuenca del Duero, debería ser aprovechada mucho mejor.
Es necesario, yo diría obligatorio que todas las vertientes hidrográficas de España estuvieran comunicadas como lo están todas las regiones por ferrocarril y por carretera. Se impone un aprovechamiento del agua con más racionalidad para todos y no solamente para aquellos que viven junto al río. Las aguas en España son un bien común y para seguir manteniendo este principio hay que hacerlo realidad quieran o no algunas comunidades como la de Aragón. Los reinos de taifas no son de hoy y de ninguna manera el gobierno debe doblegarse a la voluntad de las minorías o al vocerío de unos pocos que ocupan la calle pero que nunca son capaces de dar soluciones. Sé que, tal como está la situación en estos momentos, no es fácil llevar a cabo esta empresa pero mañana será tarde.
Es urgente, tal vez más que nunca un plan nacional del agua que sea capaz de unir las cuencas para aprovechar el agua sobrante de unas en beneficio de las que padecen sed y necesidad.