Después de más de dos años de ausencia, por fin se vuelve a una cierta normalidad en los hábitos y costumbres de jóvenes y menos jóvenes que celebran sus actividades lúdicas de verano. Son fiestas que se han convertido en un referente popular y, muchas veces, de afluencia masiva de participantes y espectadores. Entre estas actividades destacan las de los festivales de los más diversos géneros musicales, que se iniciaron hace más de un cuarto de siglo y que, poco a poco, se han ido consolidando a lo largo de estos últimos años, como referente cultural.
En nuestra región, el festival de Viña Rock de Villarrobledo ha vuelto a marcar el inicio de la temporada, —celebrando su edición número veinticinco a finales de abril de 2022—, y al que asistieron más de 240.000 espectadores. Este festival es una referencia a nivel nacional, que compite dignamente con los más importantes del país: como el Primavera Saund de Barcelona, el FIB Benicasim, el Mad Coold de Madrid, el BBK de Bilbao o el Resurrection Fest de Galicia.
Estos festivales conciertan a los más diversos participantes y espectadores unidos por una afición común: la música. Hace algunos años un conocido me contaba una historia que me sorprendió. Este hombre tenía ideas muy claras en todo lo que tiene que ver con la unidad de España y los valores culturales tradicionales de nuestro país. Participaba todos los años en un festival de rock, tipo heavy metal lo llamaba él. Durante varios días acudía al lugar en el que se celebraba con toda su familia y allí se instalaba con su tienda de campaña, en una campa habilitada al efecto.
En ese lugar, coincidían gentes de toda España, entre los que había un grupo de catalanes muy radicalizados con el tema del separatismo que tenía su tienda al lado de la suya. Pues bien, con ellos mantenía una excelente relación personal en todo lo que tenía que ver con las cuestiones domésticas y logísticas de aquella concentración. Se ayudaban a montar las tiendas, se prestaban herramientas o contribuían cada uno con lo que podía proporcionar para facilitar la estancia de sus vecinos. Y en el tema de la música, departían animosamente sobre los grupos participantes y tenían una cierta complicidad en la defensa de muchos de los grupos participantes.
Pero rehuían del tema de la política —eran los años duros del separatismo, entre 2014 y 2018—, o lo hacían con ironía para no tener que manifestar con vehemencia las radicales posiciones que cada uno mantenía habitualmente. Así, la música los unía pese a sus diferencias ideológicas y en ella encontraban un punto de afinidad y hasta de sincera amistad. Los participantes en estos festivales actúan como los moteros, que manifiestan un espíritu de solidaridad entre ellos que sorprende, sobre todo, a quienes somos ajenos a este tipo de eventos y concentraciones.
Además de estos populosos festivales ya consolidados, se abren paso, no sin dificultad, otros menos conocidos en los que sus organizadores ponen toda su ilusión, su creatividad, su tiempo y hasta su dinero, para que puedan salir adelante.
Desde hace algunos años, se viene celebrando en El Toboso uno de estos festivales alternativos. El Zeporock Festival. Ha sido espectacular su evolución y su puesta en escena con videos promocionales de amplia difusión en los medios de comunicación, en los que se anunciaba su celebración y que muchos recordamos con cariño.
Su originalidad la podemos ver en el anuncio de la edición de 2022, que se celebra desde el 17 al 19 de junio, en el que aparece una vieja furgoneta y, como si fuera la de un vendedor ambulante, recorre las calles y se recrea en los edificios más emblemáticos de este pueblo manchego, anunciando la llegada del festival.
Aunque recibe el apoyo institucional del Ayuntamiento, sus organizadores se han tenido que buscar la vida para hacer posible que, cada año, se pueda celebrar con la dignidad y hasta con la solvencia técnica que tiene esta celebración y que le reconocen tanto los músicos que participan, como los espectadores que acuden a sus actos.
Los mentores de este festival lo que pretenden es la difusión del talento musical en sus diversas manifestaciones y promocionar los lugares con encanto como la patria de Dulcinea.
Son días para disfrutar en los que, foráneos o lugareños, participan en unos actos que se han ido diversificando en los últimos años y, en los que tienen cabida, mayores, jóvenes y hasta niños.
Este evento permite utilizar a sus participantes una infraestructura de casas rurales, albergues y plazas de hotel, con las que cuenta este turístico municipio, algunos de los cuales están dotados con instalaciones deportivas y piscinas.
La afición común por la música o el entorno de un festival que concierta a las gentes más diversas, hace vivir —durante unos días—, una sensación casi mágica en el lugar más evocador de la Mancha.
Y es que “Zeporock”, tras dos años de parada obligatoria por la “COVID-19”, vuelve a apostar por su consolidada fórmula de tres días de programación, con conciertos al aire libre, clases de baile, Djs, talleres infantiles, pasacalles, etc. Punto de encuentro……