Manuel Valero.- Esta mañana he salido al campo y he visto el beneficio de la lluvia. Y gente en la Dehesa Boyal preparando el almuerzo, parejas andarinas, algún que otro corredor y un par de ciclistas. Hacía un sol espléndido y la temperatura era mayesca. Mayestáticamente mayesca. Como un cursi decimonónico recogí un ramillete de flores silvestres. No eran para una dama. Su destino era menos sentimental: la mesa del despacho.
El río Ojailén corría suavemente. Desde el puente se observaban pequeños peces que zigzagueaban bajo la pátina transparente del agua. Un paseo solitario rejuvenece y se lleva las miasmas de la cabeza como se lleva las del agua la discreta corriente fluvial. Un grupo de paisanos habla sobre el misterio del estadio Santiago Bernabéu mientras prepara la pitanza. Uno debe ser aficionado del Atlético de Madrid porque defiende con argumentos pedestres que los colchoneros no tienen que hacer pasillo que valga a nadie. Y uno que piensa que la gente sufrida es la más educada. Está hermosa la Dehesa. Al otro lado de la ciudad se despereza la Feria. Es una prueba de normalidad que ha recuperado el músculo pese a los riesgos que aún existen de contagio.
Pero la vida empuja y no puede volver atrás. Al norte la Feria, al sur la Dehesa y sobre ambas, la mañana con un cielo azul huérfano de nubes. Trato de identificar las florecillas pero mi conocimiento de taxonomía floral no va más allá de las margaritas y las amapolas. Tal vez reconozca alguna más pero no recuerdo el nombre. Se ven pájaros. Más que verse se oyen. Pero me ha sorprendido una abubilla y un rabilargo con su azulada cola timonera. Si estuviera aquí mi amigo Enrique identificaría las flores, las matas y los pájaros por su canto En lo alto de una suave colina hay un cortijo y en el prado pastan apaciblemente cuatro o cinco yeguas. El regreso a casa es igualmente estimulante. A la derecha del sendero se barrunta la iglesia templaria de Asdrúbal y los zigurats restaurados por el hombre y la naturaleza. Caigo en el detalle de que en la barandilla del puente sobre el rio hay candados bien sellados entre los parapetos. ¿Cuál es su significado? La costumbre dice que son una promesa de fidelidad. O una suerte de pérdida de libertad.
Camino despacio. El tintineo de una bicicleta me advierte. Me echo a un lado y el ciclista prosigue después de saludarme educadamente. La mía la tengo medio oxidada en el patio de casa. Se apodera de mi una sensación de paz, como si el contorno estuviera en el interior de un cúpula que lo aísla del exterior endiablado del mundo. Y en el barrio se agolpa la parroquia en el bar de la esquina y la conversación no puede ser más fungible. Entre argumento y argumento no falta la puya, la broma y la salida de tono asumiblemente soez. Y la Feria, que este año es mejor que casi nunca, que hay una noria desde cuyos cangilones puedes tocar las nubes, que hay casetas para todos los gustos y que el reguetón ha sido puesto en cuarentena por su riqueza armónica y la profundidad de sus letras. Ja, ja, ja. Es que la gente tenía ganas, en cuanto han subido el paso a nivel para que se fuera el bicho a tomar por culo, la gente ha salido en estampida. No falta el agorero, que vaticina una ola y otra y otra porque esto ya no hay quien lo pare, pero la inmensa mayoría se apresta a vivir. ¿Acaso vivir no implica riesgos? A la hora del almuerzo ya está el Ferial desprendiendo optimismo desde todos los puntos cardinales del recinto. No falta de ná. Amigos que se invitan, amigas que se invitan cuadre o no el fondo común al final de la jornada. Es simplemente… la vida.
Luego llegas a casa y pones el televisor y te dan ganas de darle una patada. O dos porque a la primera imagen aparece el blablablablablablabla incesante que trata de destripar el último asunto del esperpento nacional de espías que se espían, la ración diaria de telebasura o el horror sinsentido de la guerra declarada por un tipo que tiene cara de muñeco de cartón.
Un refugiado dijo una frase contundente: Ahora me tengo que ir de mi país por culpa de una persona… que no sé lo que quiere. Total. Lo decía con rabia . Y vuelves a la realidad. ¿A la realidad? ¿¿Y qué tiene que ver esa realidad de los medios- blablablablabla- con la que revive todos los días en las aceras de las calles de la ciudad o en el verdor de los pinos y en las riberas de los charcos? Hay tanto ruido fuera, tanto blableo, tanta sobreinformación, tanto galimatías, tanta decadencia que hasta el graznido de un cuervo te parece música celestial.
Dicho lo cual no hay mejor forma de terminar la jornada que con un buen pincho moruno entre pecho y espalda. Y que se quite el circo nacional. El insoportable y agotador circo nacional. Y así.
Y es que la felicidad está en las pequeñas cosas……