Eduardo Muñoz Martínez.- «Admiración excesiva hacia la propia persona». Así se define la palabra egolatría, del Griego «ego-laetris», y así se refleja en cierta película que recrea un mundo lleno de ambiciones personales y egoístas, en el que algunos políticos hacen gala de ella. Y de egolatría, ególatra, o persona, -o personas-, a las que les gusta sentirse rodeados de una corte de admiradores y aduladores, que alardean de una voluntad estética indiferente al mundo circundante, utilizando, el firmante, la expresión y explicación que de dicho término lingüístico hace Wikipedia, y si esa es la definición de ególatra, hay que reconocer que, también en la actualidad, existen personas, políticos, -aunque no todos, Gracias a Dios-, que se identifican perfectamente con ellos, con los fariseos, tomando la palabra bíblica, tal que los miembros, -ellos y ellas-, que representan al Partido Popular en el consistorio capitalino.
Y no es criticar, o hablar, por hablar, es que lo demuestran siempre que tienen oportunidad de hacerlo, -transformándose en atracciones «galácticas», allí donde van, repartiendo abrazos, sonrisas, besos…, no sé si como el de Judas, o sintiéndose superiores a los demás, como manifestaron en el último Pleno Municipal. Afortunadamente, la ciudadanía los va reconociendo, cada vez más, y comprobando que bajo sus «pieles de cordero», prevalecen en ellos y en ellas, -aunque no digo que no haya excepciones-, la condición de «chusma, chusma, chusma», como nos recordaba la serie mejicana, de televisión, ambientada en los años setenta del pasado siglo, «El Chavo del Ocho».
¿Qué pasó durante el Pleno?, se preguntarán quienes no lo vieron. Pues aparte de que todas sus propuestas fueron rechazadas, por falta de fundamento, o de inviabilidad, ¡y no prenden, pese a los descalabros que se dan continuamente!, su altanería les llevó a la superioridad, que condujo a despreciar las transacionales, -enmiendas solicitadas por el Equipo Municipal de Gobierno-, que tal vez hubiesen provocado en algún caso, la reflexión sobre el dictáamen. Pero, claro, es que ellos y ellas, su formación política, parecen estar en posesión de la verdad. Y, recordando el interrogante de Pilato a Jesús, se me ocurre formular la pregunta. Y, ¿qué es la verdad?
Del Latín, «veritas, veritatis», proviene el vocablo que se define como «la correspondencia entre lo que pensamos o sabemos, con la realidad». En este sentido, la verdad supone la concordancia entre aquello que afirmamos, con lo que se sabe, se siente, o se piensa. De ahí que el concepto de verdad también abarque valores como la honestidad, la sinceridad y la franqueza. ¡Qué lejos están de la verdad, a tenor de lo que cada día podemos comprobar, quienes enarbolan la bandera de la mentira, de la confusión y el confusionismo, de la demagogia…., y, además, de la egolatría.
Un año, más o menos, tenemos por delante para pensar nuestro voto, de cara a los próximos comicios electorales municipales. Espero que sepamos, todos y todas, descubrir a los «lobos con pieles de oveja».