Julián Plaza Sánchez. Etnólogo.- La Semana Santa es una de las manifestaciones religiosas y culturales más importantes de nuestros días en España. Como en muchas otras festividades ha seguido la evolución de los tiempos y en la actualidad ha dejado paso a una celebración multitudinaria con un sinfín de elementos, componentes y atributos que acompañan a esta representación de la Pasión de Jesucristo en la calle.
Durante esta semana no solamente se pone a prueba la devoción y la fe por una imagen titular, de todos aquellos hermanos que pertenecen a una cofradía. Esto se extiende al público que contempla la escenificación por las calles de su pueblo, pues está ávido de conocer y sentir las diferentes representaciones pasionales de Jesús y de su Madre. Están atentos a las restauraciones de tallas y a la incorporación de piezas, así como las modificaciones del cortejo. Todo contribuye a crear una espectacular celebración que tiene tras de sí mucho trabajo y puede disfrutarse con los cinco sentidos.
Aunque todas las Hermandades y Cofradías de Ciudad Real siguen teniendo su importancia y el sentido espiritual al escenificar la Pasión de Cristo, a mi parecer la Hermandad que más ha conseguido mantener todo aquello que motivó su creación, es la del Silencio. Sin más lujo que el enlutado severo de los cofrades y el impresionante silencio en que discurre la procesión, se consigue un efecto místico y profundamente penitencial. Su fundador, Elías, decía en el año 1948 que “si la Semana Santa, por lo que tiene de representación plástica y popular de la Pasión de Cristo, careciera de la suficiente expresividad para lograr ante todo y sobre todo, la emoción religiosa que exige por naturaleza, valdría más que no existiese”.
La idea de publicar una serie de artículos sobre la Hermandad del Silencio, se basa en la necesidad de recordar a todos los hombres y mujeres que hicieron posible su fundación y a todos aquellos que, con su dedicación y compromiso, la perpetuaron en el tiempo.
FUNDACIÓN.- En primer lugar tenemos que reflexionar sobre el origen de la Hermandad. Nos tendríamos que remontar al año 1942, tiempo de postguerra. Su fundador Elías Gómez Picazo, hombre de gran espiritualidad, que con un grupo de jóvenes supo impregnar en los Estatutos de la Hermandad la respuesta a una sociedad de cómo vivir ascéticamente y día a día la Pasión y Muerte de Cristo. Aunque se funda en el año señalado, canónicamente se establece en 1943, con la creación de los primeros Estatutos: “La Hermandad del Silencio de Ciudad Real se constituyó en junta celebrada por los hermanos fundadores el 7 de Marzo de 1943, celebrando en la Semana Santa del indicado año su primer desfile procesional”. En su artículo primero deja claro que se constituye la Hermandad del Silencio de Ciudad Real, bajo el patrocinio del Santísimo Cristo de la Buena Muerte y de Nuestra Señora la Virgen del Mayor Dolor. Que esta Hermandad se vincula a perpetuidad a la Parroquia de San Pedro Apóstol y se considera continuadora de la antigua Hermandad que, con el nombre de Escuela de Cristo, existió en la misma.
La idea de crear una nueva Cofradía nació en los círculos de Estudio de las juventudes de Acción Católica, de la que era presidente Elías Gómez Picazo. Siendo su característica fundamental la austeridad y la penitencia. Entre los fundadores se encuentran:
Ángel Plaza Díaz,
Felix García Muñoz,
Antonio Serrano,
Pedro Contreras,
José María de la Raña Rueda,
Cecilio López Pastor,
Ángel López Pérez,
José Fernández Pérez,
Ricardo Gómez Picazo,
Pedro Turrillo,
Federico Montoya Blanco,
José Cid,
Manuel Collados,
Desdentado Parrilla,
Juan de Dios Imedio,
Rafael Navarro
Aquilino Ruiz Muñoz.
Francisco Roso
Este grupo de jóvenes de Acción Católica decidieron, en agradecimiento por haber salvado la vida durante la guerra civil, fundar una Hermandad de penitencia, oración y silencio. Al terminar la guerra aquellos jóvenes que estuvieron luchando en unas filas o en otras, según se encontrasen en zona republicana o nacional, se pusieron de acuerdo para llevar a cabo la idea de Elías Gómez Picazo y crear una nueva Hermandad que participara en las procesiones de la Semana Santa de Ciudad Real. Las reuniones para constituir la nueva Cofradía se hacían en el antiguo casino, aunque el grupo de Acción Católica tenía su sede en el colegio Marianistas de la calle de la Mata. Uno de los fundadores fue piloto de la República y facilitó las coordenadas del buque militar franquista “el Baleares”. Este piloto, después de la guerra fue condenado a muerte pero recurrida la condena y defendido por Joaquín Ruiz Jiménez consiguió salir absuelto.
El antiguo Colegio de los Marianistas de la calle de la Mata estaba en la demarcación de la parroquia de San Pedro, por eso los fundadores se pusieron en contacto con el párroco don Emiliano Morales. Este acogió con entusiasmo la idea de crear una hermandad de penitencia, entonces les habló de otra que había existido en la Parroquia tiempos atrás y que tenía por título “Escuela de Cristo”. Esta salía en procesión con un Cristo y una Virgen, queriendo que fuese la nueva Cofradía como la continuadora de aquella y para mayor identificación se organizaron las comidas para los necesitados el Jueves Santo, comida que no hace muchos años se sustituyó por la entrega de bolsas con alimentos. La Cofradía de la Caridad y su santa Escuela de Cristo, practicaban obras piadosas con el mayor esmero. Asistían espiritualmente y recaudaban dinero para dar sepultura a los ejecutados que habían sido condenados a muerte. Se constata la existencia de esta Cofradía, hasta la primera mitad del siglo XIX.
En el año 1944 se creó la rama femenina de la Hermandad para procesionar el martes Santo con su titular, la Virgen del Mayor Dolor.
El grupo de personas que intervinieron en la fundación provenían de distintas ideologías, y por eso esta Hermandad acoge a todos los individuos que deseen formar parte de la misma. No hay diferencia ideológica ni de estrato social, lo que une a todos sus componentes es la expresión de los sentimientos religiosos.
La repercusión social no tardó en llegar. El periodista Carlos María San Martín escribía en el periódico ABC, allá por el año 1957, “la Hermandad del Silencio organiza una procesión impresionante”. Este autor nos transporta a una ciudad muy diferente a la que conocemos actualmente: “callejas angostas, recoletas, típicas…” las calles de la capital se han transformado pero sigue vivo el carácter definitorio de la procesión: la voz del predicador sigue retumbando en la noche, permanece el profundo silencio durante la procesión, el crujir de las cruces portadas a hombros y el rechinar de las cadenas atadas a los pies descalzos de los penitentes.
Todas las personas que pertenecen a la Hermandad del Cristo de la Buena Muerte y Virgen del Mayor Dolor, han conseguido mantener lo que sus fundadores procuraron establecer como motor de arranque para iniciar su caminar. Me estoy refiriendo al estilo de vida que los cofrades deben llevar: sustituir todo el odio, revanchismo y venganza que durante unos años había prevalecido en España, por el amor al prójimo. Todos ellos unidos por la misma práctica religiosa, se madura la idea de socorrer a los más necesitados y meditar en silencio la Pasión de Cristo.
La Hermandad ha tenido que adaptarse a los nuevos tiempos. Desde su fundación en los años inmediatamente posteriores a la guerra civil, pasando por la dictadura militar hasta llegar a la democracia. En los tiempos actuales la práctica religiosa está más desvirtuada, aunque muchos católicos que no se consideran practicantes sí que participan de forma activa durante la celebración de la Semana Santa. Pasando el tiempo, ha sido la única de la capital capaz de convocar a más de mil nazarenos para que, con el hábito franciscano, de luto riguroso y silencio profundo procesionen por sus calles en Vía Crucis pasional. La puesta en escena es tan particular, que adquiere una personalidad distinta en relación a otras procesiones de la capital. A las tres en punto de la madrugada del jueves Santo, la campana de la Torre del Concejo llora la muerte de Cristo y el sonido del cornetín señala que la procesión va a iniciarse. En un total y absoluto silencio los penitentes comienzan a interpretar la marcha más fúnebre de cuantas se han escrito. Los costaleros serios empiezan a andar. Los capataces por signos dirigen su marcha y todos se esfuerzan para salir con dignidad. Sorteado el portón, todos por igual, ahora toca avanzar. Finalizada la rampa que accede a la iglesia, tenemos que maniobrar. ¡Esa derecha delante, esa izquierda atrás! Sin prisa, la calle abarrotada de gente está. Un esfuerzo más, la cuesta está a punto de acabar. El Cristo y la Virgen están haciendo su recorrido procesional.
Para comprender el significado que la Hermandad del Silencio quiere imprimir cuando procesiona por las calles de Ciudad Real, tenemos que reflexionar sobre tres palabras reveladoras:
SENTIMIENTO.- es una palabra que proviene del latín y está compuesta de sentiré (oír) y el sufijo miento (medio). Es un estado expresivo del ánimo que se produce gracias a la impresión de un acto o situación. Estos estados pueden ser alegres, felices, tristes y dolorosos.
Sentimientos encontrados de tristeza y alegría. Nos encontramos que al inicio de la Pasión tenemos un estado de ánimo triste y doloroso. Las circunstancias no son para menos. Pero al finalizar este periodo de la vida de Jesús, ese estado de ánimo se vuelve alegre. La Pasión de Jesucristo está representada en el vía crucis, desde el momento en que fue capturado hasta su crucifixión y resurrección. El recorrido de Jesús por la vía dolorosa se agrupa en quince estaciones (según reforma de Juan PabloII) que incluyen su arresto, la negación por Pedro, la condena a muerte por Poncio Pilato, la crucifixión y su resurrección. Jesús sufrió dolor y muerte para salvar a la humanidad. En estos días nos unimos a su sufrimiento participando en su Pasión. Cada uno tenemos nuestra cruz, pero Jesús nos da la fuerza necesaria para cargarla.
Al pasar el Cristo por delante de un balcón, una saeta corta el aire y el silencio se hace más profundo. Los sentimientos se agolpan tanto en el cantaor como en las personas que escuchan. Sentimiento y emoción al cantar cuando pasa la imagen:
De Oro son la Potencias
de espinas te han coronado
y una Cruz de Penitencia
sobre tus hombros te han cargado.
Lo bajaron del madero
y en sábanas lo pusieron,
su cuerpo descolorío,
su madre pregunta al cielo:
¿Qué delito ha cometio?
La madre sigue a su hijo llena de pena y cuando pasa por el balcón dónde está el cantaor se oyen estas coplillas:
El corazón traspasado
lleva mi Virgen bonita
quien pudiera consolarte
y acompañarte en tu dolor.
Llevarla poquito a poco,
Capataz, cortito el paso
porque se ajoga la pena,
y lleva los ojos rasos
de lágrimas como perlas.
SOLEDAD.- está representada en la Virgen. La madre de Jesús se encuentra envuelta en una amarga soledad. Madre Dolorosa, déjame que te de la mano para ayudarte a levantarte y sostenerte. A lo largo del camino te encuentras con nuevos dolores que parece nunca vas a superar. Mi corazón no podría resistir si te dejara sola con tanto dolor. Este dolor te hace derramar lágrimas de sangre y mientras lloras desfilan delante de tus ojos todas las ofensas que tienen a su Hijo como protagonista.
La Madre sufre en soledad y arrebujada en su manto sigue a su hijo a una cierta distancia. La Virgen quedaba después de la muerte y sepultura de su Hijo, en la más profunda soledad. Esto fue así a pesar de que Jesús en la Cruz se la encomendara a Juan, el discípulo predilecto. Este sentimiento de compasión hacia María sola en su dolor lo ha expresado magistralmente Lope de Vega:
“Sin esposo, porque estaba José de la muerte preso; sin padre, porque se esconde; sin hijo, porque está muerto; sin luz, porque llora el sol; sin voz, porque muere el Verbo; sin alma, ausente la suya; sin cuerpo, enterrado el cuerpo; sin tierra, que todo es sangre; sin aire, que todo es fuego; sin fuego, que todo es agua; sin agua, que todo es hielo. Con la mayor soledad que humanos pechos se vieron, pechos que hubiesen criado, aunque virginales pechos. A la cruz, de quien pendía un rojo y sangriento lienzo, con que bajó de sus brazos Cristo sin alma, y Dios muerto. La sola del sol difunto dice con divino esfuerzo estas quejas lastimosas y estos piadosos requiebros…”
DOLOR.- es el compañero inseparable de nuestro peregrinar por esta vida terrena. Antes o después aparece, toca en nuestra puerta y no nos pide permiso para pasar. La vida de la Virgen estuvo profundamente marcada por el dolor. Dios quiso probar a su Madre en el crisol del sacrificio. María fue capaz de sufrir con entereza y con amor. Ella es para nosotros un ejemplo ante el dolor. Ella es la Virgen del Mayor Dolor.
Se nos parte el corazón cuando vemos a la Virgen con el puñal clavado en el corazón. Su hijo yace en la Cruz y la fe se tambalea. La Virgen consiguió fortalecerla hasta el final, siendo un claro ejemplo para la humanidad, que ante la adversidad hay que mantener la fe aunque sea humanamente imposible. Finalmente el SILENCIO DE MARÍA SOPORTANDO SU DOLOR, muy pocas cosas impresionan como el largo silencio que guarda la Madre junto a la cruz. El Hijo era acompañado por la silenciosa presencia, majestuosa y humilde, de su madre.
La idea de los fundadores además de darle un signo de penitencia y oración, fue la de no interferir la forma de manifestarse las otras Hermandades, sino el de lograr, junto a ellas, un espíritu expresivo de la fe en la Pasión, más propio de nuestra región que se encuentra entre Andalucía y Castilla. Su fundador Elías Gómez Picazo en su artículo Estética y Pedagogía del Silencio, afirma que “la Hermandad del Silencio surge a la vida con una ambición: la de transformar todo el contenido que en lo popular tiene la Semana Santa, como representación pública de la Pasión y Muerte de Nuestro Señor, en un sentido amplio de purificación y en otro concreto de penitencia. La Hermandad del Silencio es una simple evocación piadosa de un momento de la Pasión; su misión consiste en preparar los espíritus para que la subsiguiente expresión conmemorativa de las Cofradías alcance todo su valor. Más concretamente, la Hermandad del Silencio obedece a la necesidad de devolver a la Semana Santa y sus desfiles procesionales el espíritu cristiano que les es propio, en perfecta adecuación con el simbolismo. De aquí su finalidad pedagógica, que tratará de realizar mediante su particular estética procesional”.
La finalidad primera y última de los fundadores queda recogida en estas reflexiones, pues nos ayuda a meditar en silencio la Pasión de Cristo, y nos sirve a comprender las lágrimas de María y su tristeza, tristeza de Madre.