Qué absurdo sería todo, ¿no?

Manuel Valero.- La Historia, el gran relato de la peripecia humana por este mundo, desde la humedad cavernaria al resplandor nuclear, la han escrito los vencedores, pero luego la han reescrito pensadores y filósofos al poner en papel las hazañas de los nuevos vencedores, sucesores impenitentes de los perdedores de antaño. Tal vez por eso que sea circular. Pero hay un aspecto que me sugestiona: la aparición de los grandes hombres cuya presencia en la línea del tiempo fue un violento terremoto de fuego y muerte.

Ha sido una pauta de conducta que ha permanecido inalterable: primero surgían culturas que se asentaban en un territorio y en su esplendor les aumentaba el apetito de más espacio vital. Conquistado el territorio anexo se ponía el pie y el arma en el siguiente y así hasta las dimensiones que verificaban un imperio. El romano, al español, el británico, el francés… todos los imperios han sido producto de la voluntad de un hombre sin importarle el costo ni las costas del juicio de la Historia. Esos hombres de cuya voluntad depende la vida de centenares de miles de seres anónimos me sobrecogen. Todo lo que ocurre y ha ocurrido en la Historia ha sido por la decisión de un hombre. No una camarilla, un grupo de poder, un club siniestro, una clase social, una banca… Esos son los muros del laberinto. En el fondo todo conduce a una sola voluntad, a la de un hombre, con nombre, apellidos y peajes humanos como el de cualquier miserable callejero como vaciar la vejiga o el intestino. Que hombres así se vayan a la cama a sabiendas que una decisión suya ha llevado el dolor a miles de seres humanos no cabe en cabeza humana, precisamente. Julio César, Adriano, Carlo Magno, Napoleón, Hitler aparentemente tan dispares en espacio y tiempo son idénticos en la mecánica conductual que los erige como poderosos sobre una montaña de cadáveres.

Pensábamos que el siglo XX, el siglo de las luces, el transporte, la ciencia, el teléfono sería el siglo definitivo de la convivencia universal. Pero tuvieron que pasar dos guerras mundiales y el desmoronamiento de un gran bloque para que Fukuyama dictaminara el fin de la Historia: puesto que el ensayo de un sistema adverso al capitalista ha resultado fallido y converso el comunismo al sistema vencedor todo el mundo quedaría incluido en el definitivo nuevo  orden. El devenir de la Historia política quedaría sujeto solo a los avatares naturales y a la violencia urbana inherente a la condición humana.

No sé en qué pensaba Fukuyama de amplio eco en su momento. Los imperios no se construyen hoy como los dos últimos, el norteamericano y el soviético, con guerras locales, tanques y anexiones, sino asediando economías, controlando la tecnología y la energía, las viejas y las nuevas, generando dependencias obscenas. Macerando la hegemonía mundial sin necesidad de pegar un solo tiro… hasta ahora.

Hoy, EEUU está en franca decadencia, como lo está  Europa tras el desmoronamiento rojo. Sin embargo, a imperio muerto, imperio puesto y a enemigo viejo, enemigo nuevo: China.

Pero antes asistimos a un asombroso paso de gigante hacia atrás de los tiempos, cuando la Rusia putiniana monta en cólera ante el asedio de la OTAN yanqui y la OTAN yanqui, insatisfecha, quiere más terreno, más territorio para apuntalar su imperialismo desmayado. Territorio, como antiguamente. La Historia es circular. Desde luego no ha podido comenzar mejor este 2022: pandemia y  tambores de guerra mientras el mundo, o sea, los insignificantes anómimos que sumamos millones como usted y yo esperando a ver qué pasa y qué hijo de la gran puta de nuestra especie toma la decisión de dar el primer paso.

No hay que desesperar. Habrá que  confiar en que el hombre capaz de tropezar dos veces en una misma guerra, no lo haga una tercera.  Qué absurdo sería todo, ¿no?