Texto y foto: César Muñoz Guerrero.- A todo el mundo le gusta la Navidad con su aire de desvío en la autopista de la vida cotidiana. Mucho antes de las fechas señaladas surgen las decoraciones y las luces callejeras y luego los buzones de los bloques se llenan de propaganda de los comercios cercanos.
Aunque la felicidad del reencuentro con las personas queridas está por encima de lo demás, en ocasiones es de agradecer un poco de imprevisión. Por eso resulta agradable cruzar una avenida y encontrarse con un recital secreto. Eso fue lo que catorce alumnos y la docente de expresión vocal y corporal ofrecieron el pasado lunes a la entrada del edificio de Magisterio de Ciudad Real. Y en medio de la congelación del curso que se produce en la vida académica cuando llegan los últimos días de diciembre, los catorce estudiantes y su profesora impartieron su lección.
Sus voces pasaron por encima del ruido del tráfico en la hora punta y del trasiego de personal deseoso de alcanzar el espejismo de las vacaciones. Es curioso cómo un grupo de quince personas perdidas en cualquier circunvalación de una ciudad de provincias y casi sin apoyo instrumental puede conjurarse para callar el ruido de nuestro tiempo.
Hay muchos géneros musicales consagrados al ruido. Hay alguno dedicado al silencio. Hasta hay otro que habla del niño que siempre vuelve por estas fechas, que para unos es el hijo de Dios y para otros la viva imagen de ellos mismos cuando recorrían hace algún tiempo las calles de una aldea con las casas cubiertas por la nieve. La música que estos futuros maestros usarán para educar a los chicos de mañana es también un reflejo en la retina de los adultos de hoy.
La Navidad con sus ilusiones se va a ir por la puerta de atrás como un barco cargado de piratas, pero la luz que irradian estos jóvenes y su tutora será más firme que la cuesta de enero y ahuyentará la oscuridad en el camino de varias generaciones.