De traperos, heresiarcas y hombres de Dios (54)

La intensa relación que los muchachos comenzaban a tener no tendría un futuro demasiado esperanzador, pues llegaría un día en el que habían bajado la guardia y se encontraban cómodos en sus escarceos sin percatarse de que alguien les estaba siguiendo.

«La cosecha», de Pieter Brueghel el Viejo

En el preciso instante de estrechar sus cuerpos, abandonarse al placer, deshacerse de sus respectivos ropajes, alguien hizo acto de presencia. Era un muchacho que, desde mucho tiempo atrás, habíase quedado prendado de la hermosura de aquella muchacha, mas no era correspondido por ella. Esa actitud de desdén de la joven no le había desalentado sino todo lo contrario, avivó sus deseos de conseguir sus favores, aunque muchas veces se pusiese a prueba su paciencia al comprobar que se había fijado en otro. Además, la persecución a la que la joven se vio sometida también sucedió el día en que ambos hicieron una visita a Aurora “La bizca”.

Mientras esperaban al día en el que se habían citado para ir a casa de la herbolera, aquella que muchos consideraban una bruja, ambos decidieron seguir con sus rutinas diarias sin que nadie pudiese albergar ningún tipo de sospecha del nuevo estado de la muchacha. Mientras el padre del muchacho seguía malhumorado con él, el anciano Antonio seguía pensando en la bondad de Susana y no sospechaba que pudiera estar a punto de adoptar la condición de abuelo. ¡Nada más lejos se encontraba de aquella realidad!

A pesar de que ambos se encontraban deseosos de volverse a ver, tenían miedo de la más que reprimenda que recibieran de sus respectivos progenitores. El muchacho veía una salida más que negra si no abandonaba su relación con la muchacha, mientras que la joven sabía que su futuro estaba lejos de él, pues su padre tenía otros planes que los alejarían para siempre.

En casa de Susana, su padre estaba aquella mañana algo achacoso. Había finalizado el crudo invierno y los fríos habían penetrado en sus huesos no dejándole nada más que un maltrecho cuerpo y un escaso fuelle para seguir adelante en las faenas del campo. Ese era el auténtico secreto del anciano Antonio. En los últimos tiempos, cuando había hecho algún esfuerzo repetido en las tareas que le designaba su jefe, al que todos conocían como “El tuerto”, no veía que tuviera las fuerzas que antaño le respondían, sintiéndose viejo, ajado, agotado. Por ello no paró de darle vueltas durante aquellos días que permanecían más al resguardo de un techo y sin estar expuestos a las inclemencias del tiempo, y adoptó la decisión de que la niña de sus ojos se estaba convirtiendo en una moza casadera, en una auténtica mujer, que ya despertaba más de un desvelo en los jovenzuelos de Híjar y los alrededores.

-Hija mía, tenemos que hablar de algo importante. –se dirigió a la muchacha en un tono que parecía advertir que la conversación iba a adquirir cierta seriedad.

-Dígame usted, padre. ¿Se encuentra bien? ¿Quiere que le prepare algo de comida? –preguntó intrigada.

-No es eso, Susanilla. ¡Atiéndeme! –indicó el padre– Ha llegado el momento en el que debes de dejar de ser una chiquilla y comportarte como lo que, a simple vista ya demuestras, ser una mujer. Por cierto, ¿qué tal te llevas con la señora de Bernat? ¿Has aprendido cosas con ella? –siguió preguntando para no asustar a su hija, pues había notado su reacción de sorpresa, y parecía más bien asustada.

-Entiendo, padre. ¿Acaso me he portado mal o tiene usted queja de mí? En cuanto a la señora, no he tenido ningún reproche de ella y me ha enseñado muchas cosas de la casa, que creo que usted lo ha ido comprobando pues la cocina no se me da mal, aunque aún siga aprendiendo y disculpe si todo no está a su gusto.

-No te preocupes, chiquilla. Cuando tu madre vivía, al principio de estar juntos, tampoco había tenido mucha experiencia en labores de la casa y comí incluso peor. Pero no es eso a lo que me refiero y me alegro de tu buena relación con la señora de mi jefe. Recuerdas que hace unos meses te comenté que el señor Bernat me había comentado el interés de cierto muchacho por ti. Eso es de lo que quiero hablarte hoy. ¡Siéntate y escúchame!

-Pero padre, ¿y si a mí ese chico no me gusta ni lo quiero ver?

-¡Ay, hija mía, qué poco sabes de la vida! Mis padres me unieron a tu madre porque habían hablado con anterioridad con los suyos, dejando nuestro casamiento cerrado, ya que ambas familias tenían la necesidad de que sus vástagos no fuesen una carga para ellos. Yo tuve dos hermanos y una hermana mayores que yo, todos fallecidos hace tiempo, mientras que tu madre tenía dos hermanas más. ¡Imagínate en una casa tres hijas en edad de casarse y que sólo un varón se hiciese cargo de ellas! Mi suegro lo tuvo claro y mi padre aceptó su propuesta. En un principio me iba a casar con una de las que serían tus tías, pero tu madre, más lista que el hambre, se adelantó, pues ya se había fijado en mí, y así se cerró el casamiento. Pocos medios tuvimos al principio, apenas teníamos nada con lo que echarnos a la boca, pero con mucho tesón y buena voluntad salimos adelante. Entonces llegó un invierno muy duro, cerca de Burgos, pues cerca de allí vivíamos, cuando tu madre se quedó encinta. El fruto de aquel embarazo fuiste tú. De lo demás, ya sabes la historia.

-Pero, si usted está mal de salud, ¿cómo me pide que le deje solo y me vaya con alguien que ni siquiera conozco? –respondió cariacontecida.

-La vida es así, Susana. Crecemos, maduramos, intimamos con otras personas, creamos nuestra propia familia e iniciamos un nuevo rumbo lejos de la casa de nuestros padres, aquellos que tienen la fortuna de poseerla. Por eso mismo, ya he pensado que ha llegado tú momento. Y, por lo que a mí respecta, no te has de preocupar.

-Está bien, haré lo que usted diga.

Tras dar cuenta de los alimentos que se distribuían en aquella modesta mesa, Antonio y su hija emprendieron la marcha hacia las faenas del campo. Apenas quedaban unas horas para que la muchacha se encontrase con su amado y se encaminase a aquella casa lóbrega que todos temían, la morada de Aurora “La Bizca”.

MANUEL CABEZAS VELASCO

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2 COMENTARIOS

  1. Interesante asunto. Y es que mientras que hoy día muchos jóvenes dudan en casarse por no estar seguros de la aptitud de su pareja, nuestros antepasados de la Edad Media tenían en este sentido una vida “menos complicada”. La elección de sus cónyuges estaba bajo la competencia de sus padres…..

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