Bien podría reseñarse lo que dijo de su prolífica e irrepetible trayectoria, de gloriosas tardes para los anales de la tauromaquia, de momentos duros que también hubo, de su forma de ver la sociedad de hoy día, de su condición de ganadero, de su padre, de las mil y una anécdotas que guarda su privilegiada memoria, sus aficiones futboleras,…
Bien se podría aludir a todo esto y mucho más que desgranó durante las alrededor de dos horas que transcurrieron en un abrir y cerrar de ojos anoche, en el Teatro Municipal de Almodóvar del Campo, si no fuera porque Juan Antonio Ruiz, el inigualable ‘Espartaco’, cautivó a todos por su humanísima forma de ser.
Cercanía, caballerosidad, un saber estar y un no rehuir ninguna cuestión podrían resumir someramente la intervención de este estilizado torero, al que las canas conquistaron la rubia cabellera que marcó una época dorada en la década de 1980 y cuya presencia en la localidad era fruto de su estrecha amistad con la almodovareña Carmen Fúnez.
En la presentación, Carmelo García optó por ofrecer una muy sucinta relación de la intensa trayectoria del maestro, recordando que tomó la alternativa con tan solo 16 años en Huelva de manos de otro genio como fue Manuel Benítez ‘El Cordobés’ confirmándose en Madrid en 1983
Un año después, el maestro natural de la localidad sevillana de Espartinas, cursaría la que fue su única comparecencia en el ruedo almodovareño, por entonces en la plaza de toros portátil, compartiendo cartel con Francisco Ruiz Miguel y Víctor Mendes, cortando dos orejas a su primero de la tarde.
Espartaco marcó una época, encabezando el escalafón en 1982 e ininterrumpidamente entre 1985 y 1991, en una nueva época dorada de la tauromaquia nacional junto a otros grandes y geniales toreros. En 2003 recibiría la Medalla de Oro al Mérito de las Bellas Artes y en 2015 se retirará en la Real Maestranza con su sexta Puerta del Príncipe.
Entre lo mucho y bueno que dijo, cabe rescatar su afán siempre “por engrandecer al toro, amar, respetar y no maltratar al toro e intentar agradecer de alguna forma a todo aquel que pagaba una entrada que saliera contento […] Lo que yo buscaba en el toro era la comprensión con él”. Y pidió llamar a todos los que se concitan en torno a la fiesta, por su apoyo a la misma, como “protectores del toro”.
“Pero si el toro que tenemos tanto respeto y tanto amor que hemos dado la vida por el toro, estamos vivos, pero parte de nuestra vida se la ha llevado el toro: nuestra infancia, nuestra juventud, nuestra forma de pensar, de sentir, de salir, de vivir,… No hemos tenido eso y eso es lo único que engrandece nuestra profesión”, sentenció.
Con todo, fue una lección magistral la que compartió Juan Antonio, quien también se emocionó hablando del papel fundamental que desempeñó su padre en sus inicios y de esa pequeña isla de felicidad que supone actualmente la gestión de su propia ganadería de bravo.