Jesús Millán Muñoz.- En una entrevista a Quim Monzó en La Vanguardia del 30 de agosto del 2020 expresa que “Mi sueño es escribir columnas de opinión sin opinión”.
Quizás, ese sueño no sea tan irreal, ni tan imaginario. Pongamos, un número, aunque no sabemos si es cierto, imaginemos que existen en el mundo diez mil periódicos, en papel-digitales, imaginemos que publican diez columnas de opinión cada día. Evidentemente, se publican cien mil cada jornada. Tres millones cada mes. Treinta y seis millones cada año en el mundo.
Los expertos, nos podrían indicar una cifra más aproximada sobre este tema, cuántos periódicos, grandes y pequeños, locales y comarcales y nacionales y mundiales existen en el mundo (sin contar emisoras de radio, canales en Internet, webs de todo tipo, etc.). Y, después, alguien en esta entidad que denominamos mundo, calcule aproximadamente cuantos artículos o columnas de opinión, se dan a conocer en el mundo cada mes, cada día, cada año de media.
¿Ahora cuántas de ellas quedan para el futuro? ¿O, si quieren cuántas son recordadas al cabo de cien años, leídas, estudiadas, analizadas, tomadas como materia de la literatura o del periodismo, igual que se hace con un tanto por ciento de poemas o novelas o relatos que se crearon en el pasado en el mundo…? ¿O, el artículo es un género tan menor, no voy a indicar aquí, sobre el papel se enrolla el pescado o el periódico…?
Pero, no olvidemos de esas ochocientas o mil palabras, se narran realidades vivas y existentes, semejantes a las conversaciones en un banco al lado de la iglesia del pueblo, que tres o cuatro personas de la tercera edad, ya están esperando su último toque de campanas. Conversaciones que se olvidan y se recuerdan. Temas que se indican a medias, temas que jamás se tocan-recuerdan-verbalizan. Es hablar hablando sin hablar, es construir columnas sin opinión opinando. ¿Diríamos que la humanidad dialoga de todo, para no hablar de todo, pero utilizando vocablos de todo?
No es en etapas no-democráticas, cuándo se hacen columnas de opinión sin opinión. De los temas, semejantes a los diálogos entre pájaros y humanos. Ninguno de ellos se entienden, aunque se miran. A no ser que sean Francisco de Asís. Porque quién se atreve hoy a hablar de una multitud de temas. Nadie o casi nadie. Existen docenas de temas que están cerrados por unas decenas de cerrojo. Ni siquiera los espíritus más libres, se atreven a realizarlo. Ni siquiera yo, yo tampoco.
Unos, porque irían contra el sentir-consentir social mayoritario, otros, porque irían en contra de los diversos poderes existentes, y son muchos, otros, porque las direcciones de los medios, te matizarían tanto el discurso que no sabrías al final, si es una de las Venus prehistóricas o griegas o el fantoche vestido del carnaval de tu pueblo. Otros, porque te hacen tanto daño a ti mismo, que no sabes como abordarlo. Aquellos, porque muchas personas de tu entorno se sentirían dañadas, sea el entorno de tu pueblo o de tu aldea o de tu barrio. Aquellos, porque irían en contra claramente de tus intereses, los de más allá porque sabes que no entiendes del todo, pero sientes ser aplastado por ellos, el vientre-entrañas-pasiones te dice una cosa, pero el poco realismo que te queda te indica otra…
Tanto es así, que puedes realizar artículos, muy elevados estéticamente, con multitud de figuras retóricas y literarias, sobre temas nimios o pequeños o grandes o regulares, sobre unas entidades o sobre otras. Que al final, la belleza ha envuelto tanto las temáticas, que quizás, no sea fácil interpretar si se está a favor o en contra, o en qué grado, porque al final, el peinado de las palabras es lo que importa. Al final, aunque defiendas los Derechos Humanos, multitud de temas, no se pueden tocar-rozar-analizar, a no ser que sea a favor o en contra. Es decir, o no dices nada, o si dices algo, no puede ser inteligible. Porque cualquier sujeto te monta una querella…
Quizás, haya que plantearse, que hemos caído en una espiral del autoengaño y de la automentira con palabras suaves y educadas, sin alzar la voz, el sujeto equis te engaña-miente en tal tema al sujeto zeta, este hace lo mismo en su especialidad al sujeto w, y así, hemos caído en una escalada-revuelta-laberinto-espiral de la mentira-engaño. Decir, hipocresía, son palabras del pasado, porque ni siquiera sentimos dolor de conciencia por tener que mentir, mentir con la sonrisa, y siempre con la legislación en la mano, siempre rozando el límite-raya entre la verdad y la no-verdad, entre la bondad y la no bondad. Y, después, se extrañan a llegar a su casa, que alguno de sus cercanos estén entrando en una sombra de tristeza aguda. Hay que preguntarse, si estamos haciendo un mundo tan complejo-difícil. Un mundo de grandes leyes y grandes derechos, que después, en el mundo real y práctico, todos nos engañamos y mentimos a todos. Unos, vendiendo tal producto, otros, con mis columnas, otros no corrigiendo-matizando los artículos…
Si, señor Quim Monzó, no es un sueño pensar escribir columnas de opinión sin opinión. Todos los días lo hacemos, quizás, todas las columnas sean de opinión sin opinión. Pero ni siquiera los escribientes nos damos cuenta. Seamos escribientes de gran categoría como usted, o sean, sin ninguna categoría como yo…