El pasado jueves 28 de octubre, festividad entre otros de los santos apóstoles Judas Tadeo y Simón, Almodóvar del Campo despedía en agradecida y sentida eucaristía exequial, a don Leopoldo Lozano Rivas, quien fue durante 33 años, ‘in solidum’ junto a su hermano Tomás, responsable de esta parroquia y de la pedanía cercana de Tirteafuera.
Por eso, durante la ceremonia estuvo acompañado por decenas de feligreses de ambas localidades, pero también de conocidos de otras poblaciones en las que también sirvió, todos en común unión con los quince sacerdotes que, bajo la presidencia del obispo de la Diócesis de Ciudad Real, Gerardo Melgar, concelebraron el oficio.
Ante el altar, bajo la llama del cirio pascual, sobre el féretro con sus restos mortales fueron extendidas vestiduras con que, como presbítero, don Leopoldo ofició en vida innumerables citas con el Señor. La Sagrada Escritura también quedó abierto. Todo con gran solemnidad y respeto.
Tras las preceptivas lecturas sagradas, y en particular el capítulo 25, versículos 31 al 46, del Evangelio según san Mateo, referido al Juicio Final, el obispo trasladó a los presentes y en particular a seres queridos y quienes tanto le apreciaban que “nos solidarizamos en el dolor humano y sobre todo nos unimos en la oración cristiana y en la esperanza de su resurrección”.
En su homilía hizo una completa semblanza del presbítero nacido en Torre de Juan Abad el 9 de junio de 1928, “en el seno de una familia cristiana que fructificó en dos hijos sacerdotes, don Tomás [fallecido en 2016] y don Leopoldo”. Éste fue ordenado como tal el 3 de mayo de 1963.
Por tanto, ha estado 58 años ejerciendo el ministerio presbiterial, primero como ecónomo en El Hoyo, encargado del Tamaral, coadjutor de la Parroquia de la Asunción de Tomelloso y encargado de Ruidera para, finalmente, recalar como cotitular en las parroquias de Almodóvar del Campo y Tirteafuera.
A tan vasta trayectoria de servicios parroquiales y sacramentales a los que estaba consagrado se sumaba, además, enfatizaba monseñor, que “su corazón ha estado siempre inflamado por la caridad pastoral, centrada especialmente en los más pobres y necesitados, a los cuales siempre tuvo una gran sensibilidad y un gran amor”. Recordó Melgar que en Tomelloso creó una fundación para atender a menores con discapacidad.
“De Cristo aprendió que los más importantes para un ministro, para un sacerdote, debían ser los pobres, los enfermos y todo el que lo necesitara y así lo vivió él desde su ministerio como sacerdote: visitando a los enfermos, acompañando a las familias más humildes y atendiendo siempre a los más marginados de la sociedad; incluso a gente privada de libertad”, refirió el obispo.
“Hombre de gran sencillez que, a imitación de Jesucristo vivió su sacerdocio haciendo de él un canto al amor, a la dedicación, y a la predilección por los pobres, los enfermos y todos los que tenían alguna necesidad especial”, haciéndolo en “actitud de entrega gratuita al servicio de lo que Dios le pedía y los hermanos necesitaban. Ésta ha sido su cruz y su gloria al mismo tiempo”, señalaba el obispo, quien también aludió a que Leopoldo fue “hombre amante del patrimonio de la Iglesia, lo que le llevó a restaurar prácticamente todas las ermitas del pueblo”.
Por eso el obispo de la Diócesis ciudadrealeña llamó a tratar de seguir su ejemplo en la media de lo posible, porque “don Leopoldo no vivió para sí mismo, sino para Dios y para el servicio a los hermanos, especialmente a los más necesitados”, en el camino hacia la vida eterna.
“Partícipe de la fragilidad humana”, Melgar llamó a la oración para pedir por su alma, dando gracias a Dios por don Leopoldo, “por su vida, su persona y por el bien que hizo a tanta gente”, encomendándolo también a la piedad de la Virgen María.
El último gesto de la ceremonia fue rociar con agua bendita y rodear con incienso el féretro, en señal de respeto y de veneración hacia Leopoldo Lozano Rivas, cuyos restos mortales reposarían poco después ya en su Torre de Juan Abad natal.