Natividad Cepeda.- Mi bueno y entrañable Leopoldo Lozano, si alguien sabe de renuncias y entregas fuertemente ceñidas a la piel y a los años, ese, fuiste tú. Perenne bosque de esperanza fuiste en todos tus pasos recorridos en la desvencijada bruma sin ánimo, de los tristes del mundo. Tus ojos por el trigal de calles recorridas buscaban mitigar tragedias cada día.
Buscar en tu recuerdo un pedazo de tu vida, es rebuscar en mis recuerdos, aquellos de mi adolescencia y juventud por las piedras sillares de mi iglesia, por la comida compartida y los sueños de hacer que todos, todos, fueran mejores y no sufrieran carencias de lo más necesario.
Amigo inolvidable ya no escucharé tu voz por el teléfono, tu voz campechana y leal que sin predicar a Dios me lo hacías sentir por tu anhelo de amor y fe imperturbable. Siempre lo buscaste en nosotros y sabíamos que era tan cierto como tu incansable razón de ayuda sin pedir nada para ti. Hablabas de los otros alabando sus quehaceres y sonreías humildemente repitiendo que tú eras un cura sin importancia, como si ser cura no fuera importante y hasta difícil en demasiadas ocasiones.
Te recuerdo y te quiero, como quiero a tu hermana Pepa que de pronto se ha quedado muy sola sin vosotros; definitivamente sola en mitad de la vida sin Tomás y Leopoldo, sacerdotes de Dios y hermanos de los hombres. Y de tantas mujeres que ayudan en parroquias de cualquier diócesis católica. Definitivamente te has ido a bendecir el vino nuevo de este otoño a la vera de Cristo. A pedirle por los pobres del mundo igual que tú lo hiciste sin cámaras ni pódium que mostrara tus obras, con ese anonimato de quien sabe que todo se lo debemos a nuestro Creador, y que todo lo demás sobra.
En Tomelloso fuiste luz y alegría de proyectos que todavía perduran. Fuiste tan amigo del pueblo que se te nombro Hijo Adoptivo, y aún con ese nombramiento no te pagamos nada. Una noche llovía y llovía, parecía que el diluvio bíblico se había desatado; era invierno, el viento azotaba los cristales y puertas de las calles y de pronto sonó el llamador de la puerta de casa atronando el espacio en medio de la lluvia. Bajé corriendo porque supuse que algo ocurría y al abrir allí estabas tú, mojado, chorreando, limpiándote las gafas y sonriendo como si la noche fuera una noche estrellada. Sin dilación alguna me urgiste a buscar ropa de mis hijas, coche de bebé, mantas, leche… porque habías descubierto a una familia que no tenía nada y sus niños necesitaban de todo…
Y allí estabas tú, y yo, desorientada me puse a buscar y a darte todo lo que salía. El coche era un Janet, precioso, regalo de mi padres con su silla también para el verano y… dije muy despacio aquello de; con tanto frío y viento el coche no lo podría sacar a pasear al niño. Sonreíste y dijiste, pero dormirá un bebé que ahora está en el suelo.
Fuiste un hombre sin rencor a los otros. Desde el altar mayo bendecías la vida y pedías por los cristos sangrantes y el llanto de las madres. Iniciaste la defensa de la mujer antes de que el feminismo se diera a conocer abriendo talleres para chicas que tenían que ganar el pan de cada día. Por eso en tu cáliz estaban todas las alboradas y al bendecir el pan Jesús de Nazaret resucitaba. Yo te ruego, mi ejemplar sacerdote, que pidas por nosotros en ese litoral donde ahora has llegado y que en este otoño de dormidos paisajes, sin fronteras ni limites, le pidas al Altísimo por este mundo ciego. Te emplazo, a pesar de tu pérdida, a que pidas a Santa María, Madre de Jesucristo y de todo mortal, que nos ayude porque todavía, este valle nuestro, es un valle de lágrimas. Te emplazo por todas las laderas y montes y caminos, por ciudades y pueblos y aldeas deshabitadas a que reces por nos, Leopoldo Lozano, cuando veas a Dios. Tierra eres, tierra soy, polvo extinto, aún así duerme el sueño de los justos, duerme bajo la paz de Dios.