Peldaños Rotos

La vida me ha enseñado que la escalera que nos acerca a la felicidad no dispone de los mismos escalones para todos. Tiene trampas, tantas como heridas nos hacemos en su escalada. Que cada peldaño se agrieta bajo nuestras pisadas, poniendo en peligro cada siguiente remonte. 

Esa maravillosa escalera que nos guía hasta lo que más ansiamos se convierte en un tótem al que honrar. Nos hace perder la percepción de lo que nos rodea y nos transmuta en seres egoístas, centrando todos nuestros esfuerzos en subirla, en muchas ocasiones, a costa de todo y de todos. Se convierte en una obsesión que enmascara nuestro interior, debilitándolo, rasgándolo y atenazándolo. 

Vivimos pendientes de llegar a la cima, con un objetivo marcado sin remisión. Como si fuese la  única respuesta a nosotros mismos, respirando por hacernos con la bandera de ganadores. Nos agarramos, sin dudar, a cada travesaño de la misma, con tanto vigor, que muchas astillas se introducen bajo la piel, dejando esos recuerdos que no borra el tiempo y que harán mella por siempre.

Durante el ascenso he descubierto algo que me ha hecho detenerme y observar la rampa de subida de algunas personas de mi entorno. Me he quedado paralizado al contemplar su forma de intentar lograr el ansiado premio de la felicidad. Me he dado de bruces con una realidad totalmente diferente y he llegado a cabrearme y sentirme decepcionado conmigo mismo. Pues esa sensación que tenemos todos de que la vida es más sencilla para los que nos rodean que para nosotros es una burda patraña que nos inventamos, justificando nuestro esfuerzo y nuestra forma de actuar.

Quieto y sin intentar avanzar, ni siquiera subir otro peldaño más, me he quedado observando las escaleras de otros. Atento a cada gesto, con cara de asombro en muchas ocasiones. Dilucidando si lo que veía era verdad o una ilusión óptica. Y lo digo con total sinceridad, y con una mano en el pecho, en gesto de perdón, por haber cerrado los ojos a la más cruel realidad.

Llevamos tantos años aferrados a estos peldaños que hemos ido asumiendo como nuestros y solo nuestros,  que hemos dado la espalda a una parte importante de lo que nos rodea. Prejuzgando cada éxito de ese tipo que ascendía por su escalera hasta la gloria. Infravalorando lo logrado por esas personas que nos superaban en la supuesta carrera hasta la felicidad y los sueños.

En cuántas ocasiones hemos ido ascendiendo, altivos y engrandecidos por esos toques de la fortuna, y de pronto nuestras manos se han soltado, cayendo, hasta varios peldaños abajo, retrocediendo sin poder impedirlo. Enfadándonos por tal circunstancia y maldiciendo por cada centímetro de caída. Echando la culpa a todo lo que nos rodeaba, cercanos y extraños a los que adjudicar tal varapalo. Sin dudar en numerar los errores ajenos antes que los nuestros. Profiriendo palabras malsonantes, liberadoras de sentimientos de pesimismo. No solo por haber retrocedido en nuestra particular meta hasta nuestros sueños, sino por haber dejado ventaja a los escaladores de otras. Y aún peor si se trataba de amistades cercanas. Parece que duele más si son amigos. 

¡Tiene miga la cosa! 

Si el éxito es de alguien desconocido, alejado de nuestro circulo de acción, es un triunfador o triunfadora. Si los vítores son para una emprendedor o emprendedora, al que no conocemos, pero que sale en primeras noticias, qué fantástico visionario. Pero si esa maravillosa mente es el compañero de pupitre del cole, por el que tú no dabas ni un euro, entonces la cosa cambia. Tienes miles de escusas para no justificar su éxito. Atribuyéndote aptitudes mucho más altas para tus cualidades, siempre por encima de las suyas. ¡Pepito no podía llegar nunca a lograr un éxito así!, si era un “don nadie”. Apostillando cada subida en sus peldaños con excusas llenas de envidia. 

Pues, ¿sabéis que pienso? ¡Así no se consigue nada! y mucho menos ser feliz.

Cada uno tenemos nuestra propia escalera hasta lo que sea que busquemos. No importa si es dinero, si es fama, reconocimiento, paz interior, lujos, éxitos profesionales, sea lo que sea, da lo mismo. Todos y cada uno tenemos nuestro esfuerzo. 

De lo que sí me he dado cuenta, y eso sí es importante, es que hay mucha gente que en sus escaleras les faltan peldaños, peldaños que nunca han estado o que están muy dañados. Que pisar sobre ellos, para avanzar, es jugársela para siempre. Algunas de esas escaladas son tan infranqueables que la mayoría de nosotros no abordaríamos su ascensión por nada en este mundo. 

Esas personas a las que me refiero están ahí, justo a tu lado. No hace falta buscarlas en grandes titulares en la prensa sensacionalista, o en esas grandes donaciones para salvar a tal o a cual. Me refiero a ese vecino, que vive en tu rellano; a esa chica, que ves cada día recogiendo a su hijo en el cole; a Alfonso, que lo conoces del súper y que con su gran sonrisa te desea “buen día”; a tu zapatero, que encorvado, pasa su vida viendo las suelas de otros; al entrenador de tu hijo; a Rosa, que se mudó de ciudad por causas que no conoces; al chico de la silla de ruedas, que día tras día recorre las calles sorteando obstáculos; Martín que, tras el accidente, se quedó sin esposa e hijos; la cartera, que como un correcaminos, incansable, reparte mensajitos escritos en papel de portal en portal; y a esos miles de ejemplos que podría aportar en estas líneas. Tan cerca de ti que no ves sus escalones truncados.

A nuestro lado hay ríos de amistades y conocidos que intentan conseguir sus sueños con tantos peldaños rotos, o a punto de quebrarse en sus escaleras, que el mero hecho de avanzar resulta doloroso.

Si pudiésemos enumerarlas serian interminables, se apilan sobre nuestros hombros como si fuesen responsabilidad nuestra, por ese motivo las obviamos e ignoramos. Para nuestra fragilidad emocional resulta genial no ver y así no sentir. De la inmensa mayoría de esas barreras no somos responsables, pero de otra parte importante sí. Y no solo por ignorarlas, sino por no favorecer con nuestra ayuda, como sociedad, su precariedad. Aportando medidas.

Cada día, cuando estoy cómodamente tumbado en mi sofá, disfrutando del ascenso por mi escalera, por ahora sin astillas, y con la mayoría de los escalones llanos y robustos, me arde por dentro la sensación de pena. Porque estoy rodeado de ejemplos, algunos ligados por la sangre que recorre mis venas, que me dan una lección diaria de superación.

Amistades con limitaciones físicas, que cada segundo de sus vidas es cuesta arriba; clientes con tragedias familiares, causando paradas en seco; conocidos con dolencias intratables, intentado asimilar las malas noticias; gente con vidas paralelas que se quedaron sin hogar, desahuciados por una orden judicial; deportistas lesionados, que deberán dar un giro drástico a su forma de vivir; …

Sería imposible nombrar a todos, la lista es interminable. Pero no me quería referir a esos escalones que desparecen delante de nuestros ojos, que un segundo antes estaban y un instante después se han hundido. De esos los tenemos todos. A eso les llamamos el devenir de la vida, destino o lo como cada uno lo nombre. Todo se va moldeando con el paso del tiempo, creando pequeñas perturbaciones en la ascensión hasta la felicidad. Unas veces nos hace caer y otras veces nos detiene.

Yo me quería referir a individuos que, casi antes de nacer, ya disponen de sus cartas marcadas. Con escabrosos e impracticables senderos de subida, y que aun así sacan las uñas para encaramarse a su futuro. Esas personas labran su línea del horizonte centímetro a centímetro, apilando sus energías para no detenerse jamás, pues cada parón es sufrimiento.

Descubres que desde que empiezan su andadura por la existencia no tienen nada fácil, todo, absolutamente todo, es diferente y complicado, y aun de ese modo los ves hacerse fuertes y más fuertes. Del otro lado nosotros, con nuestras astillitas clavadas en la puntita del dedo quejándonos amargamente, como si fuésemos el centro de la ira del mal, y ellos, con avalanchas de problemas, sorteando sin vacilar sus obstáculos. Quitándose las miles de esquirlas que se clavan en sus cuerpos en el día a día, con la paciencia que les da saber que mañana volverán a estar plagados de púas de nuevo. Como si cada día cayesen de espaldas sobre un cactus que les recordase que cada despertar será así. 

No nos hacemos una idea real de lo deben superar.

Tengo el placer, si se le puede llamar así, de conocer a algunos ejemplos de superación como los que os he narrado. Personas, que desde muy pequeño, me han abierto los ojos y desplegado ante mí otra realidad, que está ahí a nuestro lado. Que muchas veces no queremos ver, pero que existen, y no solo en documentales o esbozos de noticias. 

Maravillosas personas a las que  cuando les entregaron su escalera para ascender hasta sus sueños estaba en muy malas condiciones. Raídas, desconchadas, astilladas, quebradas, desniveladas. Escaleras no aptas para subir. Y ellos, sin dudarlo, pusieron el primer pie en esos peldaños rotos y comenzaron su vida.

Solo decir gracias, y mil veces gracias, por darnos una lección.

Dedicado a todas las personas que se superan día a día.

JYDC
Sin palabras mudas

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4 COMENTARIOS

  1. La gente de los peldaños rotos es la que levanta cada día este país. Son los que tienen los peldaños impolutos los que la hunden para poder seguir teniendo escaleras de oro hacia su cielo.

    Mira qué escalera tan maravillosa tiene el juez Castellón, a cambio de echar pétalos de rosa sobre las boñigas de las vacas…

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