Sangran las heridas que estaban cubiertas por costras, atizando como látigos sobre las ascuas de un fuego que no se fue jamás. Las calles se han vuelto lugares repletos de pánico, despertando a los monstruos que se escondían bajo las alcantarillas y sumideros. Llegan los caballeros que no respetan la libertad, ajustando los velos que ocultarán sonrisas e ilusiones. Vienen a jugar con los pequeños pilares que se estaban construyendo, moviendo los cimientos, orgullosos de ver como cae todo a su paso. Imponiendo ideas de un pasado que sigue innato en sus cabezas.
Ella no sabe si debe correr o pelear. Está sola en mitad del asfalto, dibujando con sus manos un signo de paz. Mira a su alrededor, aturdida por los gritos e insultos de aquellos que odian todo lo que significa. Sabe que la tienen miedo, y que su única defensa son leyes adornadas con balas de color oro.
Alaridos que estremecen, resuenan una y otra vez, piden perdón por descubrir parte de su piel. Es una escena de películas raídas por el paso de los siglos, pero que parece que se han vuelto a poner en cartelera.
Mientras tanto, ella sigue firme con la mirada fija en su juez, que la ha sentenciado sin turno de defensa. No piensa echar un paso atrás. Lleva años creando sueños en un mundo que crecía alejado de tradiciones ancestrales, humillantes y dolorosas como cascabeles en plena oscuridad. Nacen marcadas y señaladas por ser mujeres, ¡qué ironía! Madres, hermanas, hijas, abuelas, novias, esposas,…, sin ellas no existirían ninguno de los opresores.
Lucen sus armas, repletas de normas y bendiciones; portan sus fusiles, ajustando creencias y leyes; cargan sus pistolas, marcando destinos y esperanzas; muestran su bandera, ondeando al viento, distribuyen reglas y educación. Dueños y señores de un país que se rinde a sus exigencias. Inventan formas de atemorizar, lanzan salvas al cielo enrojecido de su capital, cubierta de sangre coagulada por un futuro que se equivocó de destino. Todo vale, nadie les pondrá freno. Fácil manera de reinar, pero han hecho trampas. Juegan con cartas marcadas, en donde las sotas han desaparecido de la baraja, se las ve, pero no permiten que las escuchemos. Viven como sombras de un sol que ellos inventaron.
Ahora viene la gran decisión, elegir entre: mirar para otro lado — como se ha hecho desde siempre—, o alzar la voz y actuar. El bullicio es ensordecedor, las hélices giran para alejarles de sus tierras. Asomados a las ventanillas, ven como sus corazones se debaten entre la salvación y los sentimientos. Allá abajo, entre un enredo de violencia y fanatismo, los rostros se van cubriendo de telas, tapan la miseria de un régimen despiadado.
…En otras partes del planeta se llenan las bocas con discursos vacíos. Son nuestros defensores, con sus trajes impolutos, rendidos a fines económicos. Ante sus seguidores justifican la retirada y el abandono, pero no engañan a nadie. Lindas frasecitas, edulcorando el dolor que mañana nadie vera, ¡ya no serán noticia!
Tras la rejilla de la tela, ella sigue desafiando el destino. Canturrea, en voz baja, una pequeña estrofa que reza por sus compañeras. Nadie la quiere reconocer, pasan con la cabeza agachada. Asustadas por las represarías desmedidas a las que serán sometidas. — Los valientes no son bienvenidos—. El burka hace coraza y espanta a los deseos de protestar, impregnado en miedo y odio genera locura y demencia.
…
¡Es suficiente!, voy a cambiar de canal, ya he visto bastante. Está bien saber lo que ocurre en otros lares, pero solo un ratito. — ¡¿Quién quiere ver la realidad?! Es mejor dejarse llevar por historias inventadas. El mando nos permite elegir, es la ventaja de vivir en occidente. ¡A otra cosa mariposa!
…
Mañana, en pleno desayuno, habrá una noticia que vendrá recreada con una foto. Nos hará llevarnos las manos a la cara. Aterrados y acongojados por lo que nuestras pupilas observan. Petrificados ante tal barbarie. ¡Cómo es posible!
El cuerpo de una mujer yace en mitad de la avenida, cubierta de polvo y sangre. —Al principio no la has podido reconocer, pero es ella. Aquella luchadora, que con buenos modales pedía libertad, ha sido ajusticiada. Permanece inmóvil, en el mismo lugar donde alzaba su voz comedida para pedir una oportunidad—.
Alguien decidió que aquello era amoral, que no cumplía las sagradas escrituras, y acabó con su existencia.
—Muerta la idea se acabó la rabia—.
Allí se quedará tumbada, como ejemplo para las que se quieran unir a la causa. ¡Qué mejor forma de disuadir!
Cambiando de canal no se acaba la realidad, solo se detiene en tu cabeza.
Pero un día el telón cae y descubres el final.
Ponerse en el lugar del otro, éste es el signo de humanidad que nos une. Pero, ¿podemos realmente ponernos en el lugar de esas mujeres y niñas? No debemos mirar hacia otro lado…..