¿Premiar la vacunación o restringir el acceso a los no vacunados?

Ramón Castro Pérez.- El título lo dice todo y, a buen seguro, cada uno de ustedes cuenta con una opinión particular. En mi caso, he de confesarles que pensar sobre ello ayudará. Ahí vamos.

A estas alturas de la pandemia, nadie duda de la efectividad de la vacunación covid. Los siguientes gráficos nos ayudarán a ver lo siguiente: las vacunas son el freno a la hospitalización y a las muertes por esta enfermedad.

En la figura 1, les muestro la evolución de la tasa de incidencia acumulada (contagios: línea azul) y la tasa de mortalidad acumulada (línea burdeos). Como puede apreciarse, las dos tasas se han comportado de la misma forma durante toda la pandemia, a excepción de los últimos meses. Concretamente, la mortalidad viene descendiendo mientras que la incidencia ha aumentado. Las dos curvas ya no evolucionan paralelas, sino que se separan (recuadro amarillo). Esto ocurre a partir de la aceleración en el proceso de vacunación.

En resumen, esta quinta ola, en cuanto a contagios, está siendo muy intensa, pero no en cuanto a mortalidad.

—¿Y las hospitalizaciones? ¿y las UCI?

Nos encontramos con el mismo patrón anterior. En la figura 2 se representa la evolución de la tasa de hospitalización (línea verde) y de la tasa de ingreso en UCI (línea roja) durante toda la pandemia.

¿Por qué decimos que las vacunas son efectivas? Muy sencillo. A pesar de que la incidencia, en esta quinta ola, es muy alta, no se traduce en cifras similares de mortalidad y hospitalizaciones (como sí ocurría en olas anteriores).

Si analizamos los contagios actuales por edades (figura 3), veremos que estos ocurren entre la población de los grupos de edad 20-29, 10-19 y 30-39, principalmente.

Claro, un rápido vistazo a la evolución de la vacunación, por grupos de edades, confirma estas diferencias. Tienen la información en la tabla siguiente:

Como pueden apreciar, es esta parte de la población la que menor porcentaje de vacunación presenta.  Por tanto, parece crucial acelerar (y completar) el proceso. Más vacunas, menos incidencia, menos hospitalizaciones y menos mortalidad. También (cómo no), una recuperación económica con más músculo.

Así pues, el objetivo es lograr que la población joven se vacune y sobre cómo conseguirlo de manera más eficiente es de lo que me gustaría hablarles, ya que tenemos ejemplos diferentes que están de plena actualidad.

¿Incentivos o prohibiciones (requisitos)?

Asistimos a un viejo debate, muy popular entre los economistas. Diseñar incentivos es muy difícil, no tanto por la labor de describirlos sino por el mayor (o menor) acierto que estos puedan tener en cuanto al objetivo a alcanzar. Si necesitan ejemplos, les ruego encarecidamente que lean esta entrada del profesor Juan Luis Jiménez (@JuanLuis_JG) en el mejor blog español de economía (Nada es gratis).

No pretendo, en este artículo, darles lección alguna, mucho menos influir en su opinión. Eso sí, les propongo racionalizar la respuesta a partir del siguiente punto de partida:

1. Reino Unido ofrece descuentos (e incluso porciones de pizza gratuitas) a aquellos jóvenes que se vacunen. En Estados Unidos se barajan recompensas de 100 dólares.
2. Algunas comunidades autónomas de nuestro país exigen (o contemplan la posibilidad) el pasaporte covid para acceder al interior de los locales de ocio y restauración.

Recuerden que partimos del hecho de que el objetivo final a alcanzar es lograr un porcentaje de población vacunada alto, de tal manera que se produzca lo que todos conocemos como inmunidad de grupo (es decir, aquella situación en la que logramos acorralar al virus y minimizar su impacto).

Además, prescindiremos de la parte jurídica en la resolución de nuestra discusión. Nos interesa únicamente dilucidar qué solución de las dos propuestas (incentivar o prohibir) conduce al objetivo de manera más eficiente.

Incentivar la vacunación

El tipo de medida propuesta por el gobierno británico o el estadounidense es de carácter directo ya que intenta actuar sobre las motivaciones del individuo prometiéndole una recompensa (¡y a todos nos gustan las recompensas!). Sin embargo, esto no nos asegura el éxito de la medida.

En primer lugar, es necesario identificar muy bien las preferencias del grupo de personas a las que se dirige la recompensa. No es lo mismo prometer 100 dólares que ofrecer porciones de pizza gratis o descuentos en hoteles o discotecas. La propuesta de Estados Unidos (que se decanta por entregar efectivo) debiera tener, en principio, mayor poder de convocatoria que la británica (¿se vacunarán quienes no coman pizza?).

En segundo lugar, incentivar implica un gasto de recursos públicos. Bien sea entregando efectivo, bien prometiendo descuentos, el estado aumentará su gasto público y engordará el déficit. Si la medida está bien diseñada y surte efecto, este aumento de gasto se verá compensado al reducirse las hospitalizaciones (gasto sanitario) y al intensificarse la recuperación económica.

—¿Y si los incentivos no funcionan?

En este caso, el gasto de recursos públicos habrá sido en vano y tendrá un coste político (no olvidemos que los individuos que sí se han vacunado voluntariamente no verán con buenos ojos que se premie con incentivos a quienes hasta ahora recelan de ello). Se preguntarán ustedes ¿qué puede salir mal? Depende. Ahí van unas cuantas posibilidades:

1. En el caso de entregar 100 dólares a aquellos que (hasta ahora) no se querían vacunar, serán muy libres de emplearlos en lo que deseen. No creo equivocarme demasiado si les digo que a ningún político le gustaría sospechar que ese dinero se va a destinar a actividades que aumentan el riesgo de contagio (¡100 dólares extra para irme de botellón con mis amigos!).
2. Si lo que se promete son descuentos (o porciones de pizza gratis), no podemos asegurar que las compañías no suban los precios de los productos para intentar «apropiarse» del descuento. Además, ya hemos comentado anteriormente que los incentivos deben ser lo suficientemente atractivos como para convencer a todos los que hasta ahora dudan.
3. Por último, la promesa de 100 dólares puede ser lo suficientemente poderosa como para hacernos cambiar de opinión a los que sí pensábamos vacunarnos de todas formas (¿Por qué vacunarme voluntariamente si puedo negarme ahora y conseguir 100 dólares dentro de unas semanas?). Esta posibilidad es especialmente perversa ¡pero nada descabellada!

Exigir requisitos (prohibir/regular)

En nuestro país, los tiros parecen ir por otro lado. Se pretende influir sobre el comportamiento de los jóvenes negándoles el acceso a los locales de ocio si no se dispone de certificado de vacunación. Digamos que este tipo de medidas son de naturaleza indirecta, pues implica evitar una restricción (y no recibir un regalo). Además, al igual que reconocíamos con la anterior medida, esta tampoco nos garantiza el éxito.

Prohibir (regular, establecer requisitos, etcétera) es una medida barata. En principio, no supone un aumento del gasto público ni la puesta en marcha de una batería de medidas económicas. Es más, las responsabilidades de esta actuación se trasladan al sector privado, que es quien debe soportar el esfuerzo de la medida. Al no suponer un coste extra para las arcas del estado, el gobernante tiende a verlo con buenos ojos. A lo anterior hemos de añadir que aquella parte de la población que sí se ha vacunado voluntariamente, aplaudirá este tipo de intervenciones (no se premia a quien no se vacuna, sino que se le limitan derechos).

—¿Qué puede salir mal entonces?

1. ¿Acceden todos los individuos que están por vacunar (jóvenes en su mayoría) al interior de los locales de ocio? Si no es así, muchas personas no tendrán incentivos a vacunarse y la medida tendrá un alcance limitado.
2. Otras medidas similares han tenido un recorrido corto. En Castilla-La Mancha, por poner un ejemplo, se instó a la ciudadanía que acudiera a bares y restaurantes a registrarse vía app móvil. Lo cierto es que esta iniciativa se encontró de frente a restauradores y clientes y pronto se dejó de hablar de ella (tampoco parecen rotundos los resultados de la aplicación estatal radar covid). Puede parecer lógico pensar, entonces, que se den situaciones en las que no se solicite el certificado o que, sencillamente, se circule con certificados de otras personas o duplicados falsos o manipulados.
3. La medida, lejos de fomentar el uso seguro de instalaciones de ocio, puede desplazar estas actividades nocturnas hacia otros entornos (menos seguros) en los que no es necesario contar con el certificado.
4. Por último, los costes de vigilancia pueden ser significativos si se pretende garantizar el éxito de la medida (y, con todo, no estaríamos asistiendo a un aumento de la vacunación per se, sino a la seguridad de que los que se hallan en un local, están vacunados).

¿Qué hacemos?

La opinión de economistas expertos en incentivos (como el que citamos en el artículo) no deja lugar a muchas dudas. La opción más aconsejable es llevar a cabo un estudio con tres grupos de población similares. Sobre dos de ellos (experimentales) se aplicarían las medidas propuestas (incentivar y prohibir, respectivamente) y, en el restante (grupo control), se observaría la evolución de la vacunación en ausencia de ambas. Los grupos de población deberían estar ubicados lo suficientemente alejados como para evitar trasvases entre ellos y lo suficientemente cerca como para contar con semejanzas culturales y económicas, que pudieran dar consistencia a los resultados. Finalmente, debería optarse por aquella solución que consiguiera los objetivos con una mayor eficiencia.

Recuerden: los incentivos pueden ser tan buenos (y tan malos) como las regulaciones. La respuesta está en su diseño e implantación y, para ello, el análisis ex ante es imprescindible.

Para saber más: La economía es una ciencia de incentivos. Y los incentivos, incentivos son (el efecto cobra).

Ramón Castro Pérez es profesor de Economía en el IES Fernando de Mena (Socuéllamos, Ciudad Real).