Messi padre, Messi hijo y Messi espíritu santo

José Rivero.- No va a hacer aún un año de la desaparición física de Diego Armando Maradona –el otro 10 eterno de la albiceleste argentina; país donde se tiende a eternizar tanto el fútbol, como el peronismo político y el tango – cuando los aficionados del fútbol en general –y del Barcelona F.C. en particular– no salen de su asombro penitente e incrédulo.

Aunque a estas alturas, los asombros sobre la mercantilización del deporte son ya incontables e inconmensurables; como podemos observar en paralelo estos días, desde Tokio, con el despliegue del olimpismo de rigor, que ha dejado de ser amateurismo blando para pasar a engrosar las filas del profesionalismo duro y de tutiplén. Un asombro por ello, fingido, porque estamos hablando de lo que ya llaman, industria del balón y fútbol de las estrellas. Y también olimpismo del superprofesionalismo.

Por tanto, asombro sin consecuencias contables, por más espacio que se le esté otorgando a la noticia desde el 6 de agosto de 2021. Que pasará a los anales de la historia deportiva, como la fecha de la gran ruptura culé. Puede que las huestes de seguidores barcelonistas –y su independentismo subyacente en tantos gestos y proclamas tengan ya otra gran derrota en el calendario de sus conmemoraciones, junto al 11 de septiembre de 1714 y la retirada de Rafael Casanova. Que ahora en ese imaginario blau-y-grana se unirá a la retirada de Lionel Andrés Messi Cuccittini (Rosario,1987) de los predios del barcelonismo.  Del asombro, por tanto, de una ruptura histórica entre un club –siguen proclamando aquello de que el Barça es más que un club, que inventara Manuel Vázquez Montalbán, sobre todo en tiempo de independentismo atribulado– que venía presintiéndose desde hace un año –justo cuando Maradona empezaba su tango con la muerte final– y el niño, Messi hijo, a través del padre mandó un burofax al club, fijando sus condiciones de despedida.

La doble conmemoración del exilio de Messi, no debe impedir reconocer su talento futbolístico, por más que en su historial con la selección argentina, falten los títulos que orlaban a Maradona –sólo este verano de 2021 ha obtenido la Copa América, pero el mundial sigue siendo una asignatura pendiente–. Caso parecido, pero no igual, ha ocurrido con su club habitual de los últimos trece años, el Barcelona, que en los últimos ejercicios ha naufragado entre ligas perdidas y Champions aplazadas, con algunos episodios para el olvido. Si contando en sus filas con el llamado ‘mejor futbolista del mundo’, los resultados han sido tan magros y justos –sólo cuatro Liga de Campeones de UEFA en su haber, durante dieciséis años–, habrá que pensar que el futuro del club, ya sin Messi, deberá ser más sombrío de lo esperable. Y menos rentable económicamente.

Y comenzará otra suerte de decadencia a la catalana. Para algunos este será un cambio de tendencia en las exigencias vivas del separatismo vestido con elástica futbolera y con rótulos en el graderío, en ingles sobre Freedom Catalunya. Desprovisto de un apóstol blando –por más que las opiniones políticas de Messi hayan sido discretas y prudentes, frente al ruido castrista y mediático de Maradona o de su compañero de club, Gerard Piqué– que anime a la grey trompetera y tumultuosa, Barcelona –con su nueva escuela de masculinidad, de mano de Colau– y Cataluña en su conjunto bajará enteros de barretina y butifarra.

Y explicar al mismo tiempo la gestión catastrófica de un club, que es más que un club. Algo parecido a los juicios contables de la Generalidad de Cataluña en su afán por complicar las cosas al Tribunal de Cuentas y a la Abogacía del Estado. Pues ese brillo de la estrella errante que marcha no puede ocultar la catástrofe de tesorería del club, que repite otros estrépitos de catástrofes contables como un eco que viaja desde Can Barça hasta el Ampurdán. Que, pese a la operación de financiación complementaria de la Liga española por parte del fondo de inversiones CVC, inyectando 2.667 millones de euros –que supone un plus de financiación para el Barcelona F.C. de 254 millones– no han sido capaces de cubrir las condiciones de gasto del contrato del jugador millonario y galáctico, por más que no lo digan. Condiciones, por otra parte, disparatadas, toda vez que según fuentes del sector las ganancias del jugador para el 2021 ascienden a 71 millones de euros, y el contrato ofrecido para cinco años del contrato negociado, alcanzaba los 135 millones, tras la rebaja de sus retribuciones un 50%. Y desde esta excepcionalidad retributiva –a la que se unen otros santones del fútbol, desde Neymar a Ramos, desde Cristiano Ronaldo a Mbappé, no caben genuflexiones ni al padre ni al hijo, en esta nueva religiosidad del deporte y sus retribuciones. Ni siquiera caben genuflexiones a los espíritus que se desvanecen. Como el de Lionel Messi.