Natividad Cepeda.- He bajado a la cueva recién encalada, y pintada de azul las columnas de hierro que para preservarla, el arquitecto exigió ubicar delante de las tinajas de cemento hechas dentro de la cavidad para elaborar el vino de las uvas.
Aceptamos lo que se exigió y como un absurdo palo de desgobierno el pilar de hierro se erigió delante de la tinaja que, el sabio arquitecto, quería destruir. Todo eso porque arriba se hizo un estudio para mi hija escultora y pintora; en fin cosas que pasan en esta complicada vida.
He bajado a la cueva y por fin, después de la prohibición por culpa de la pandemia que asoló mi pequeña ciudad llevándose muchos de mis vecinos, el encalador, ha podido adecentar las viejas paredes solitarias de la cueva. Cuando la preservamos no ignorábamos que nunca más herviría el mosto de las uvas dentro de las tinajas, pero no queríamos perder ese templo subterráneo de las viejas tinajas y la cueva. Nos gastamos el dinero que no nos sobraba y pensamos, mi esposo y yo, que era un legado cultural para nuestra familia. En Tomelloso los que no invierten esfuerzo alguno en esa conservación, por ejemplo la Casa Consistorial que es la que cobra impuestos y da prebendas a quien el Consistorio representado en los que la gobiernan quiere y estima conveniente, no hay ayuda alguna para la conservación de este patrimonio.
Un grupo de personas amantes de estas bodegas subterráneas se han erigido en defensoras de ellas y solicitan a los dueños de las cuevas ser visitadas por curiosos, propios y ajenos que quieren conocerlas. No hay protección alguna que regule estas visitas, al hacerlo se olvida que hay que bajar escaleras escavadas en la misma tierra que suelen deteriorarse a consecuencia de la humedad propia de las cuevas, si algún visitante sufriera un accidente serían los propietarios los que tendrían que correr con los gastos y hasta podrían ser multados por no tener un seguro para prevenir posibles accidentes.
Nadie parece pensar en ello y hay una fiebre por dar a conocer este patrimonio que las autoridades proclaman pero que para nada les interesa invertir en su mantenimiento y conservación. Se airea dentro y fuera del municipio estas cuevas con orgullo invitando a conocerlas e invitando a escribir sobre ellas a periodistas descubridores, de pronto, de este tesoro telúrico obviando a los escritores locales que si hemos escrito desde hace muchos años sobre las cuevas. En estos tiempos del derecho de la mujer a ser reconocida es lamentable que se tapone a las mujeres del lugar injustamente. No es nada nuevo. Las cuevas de Tomelloso las hicieron hombre y mujeres conjuntamente y conjuntamente elaboraron el vino en sus panzas de gigantes de cemento y, fueron mujeres las que las encalaban y cuidaban de su conservación.
La historia de los anónimos seres humanos sigue siendo igual, el poder es el que la escribe y deja en el olvido a los que la hicieron, hoy igual que ayer.
He bajado a mi cueva y en silencio he escuchado el latir de la Madre Tierra. Me he refugiado en su útero para renacer con fuerza de las miserias que me rodean. He vuelto a sentir que yo soy ella, parte de su olor y de su fuerza arcaica cavernaria. Para mí no es nada nuevo, toda mi infancia bajaba y subía a la cueva, jugábamos en ella, era la despensa y nevera del verano, fresca en el calor de julio y caliente en el rigor del invierno. Ignoro cuando sucumbirán o si cuando pasen siglos alguna quedará para que hombres y mujeres venidos del futuro bajen hasta ellas y sientan renacer a la vida sintiendo su fuerza ancestral y primigenia.