Diana Rodrigo y el grito de la poesía

Texto: César Muñoz Guerrero. Fotografía: Juan Ramón Lorente.- Diana Rodrigo Ruiz publica su cuarto poemario Devorador de almas siete años después del anterior, Laurel. Entre medias, la plaquette de inspiración ferroviaria En los andenes del tiempo y parte de la década que, cuenta, ha necesitado para poder dar salida a su última creación.

No por impedimentos logísticos («lo envié a la editorial, que me dio la respuesta afirmativa en diez días») sino por una cuestión personal: fechado entre 2008 y 2010, sus metáforas reflejan los episodios de violencia psicológica de género que vivió en carne propia («El libro cuenta mi vida y me duele») y que fueron los responsables de que sometiese a la obra a una prolongada hibernación después de terminarla.

A los lectores habituales, el volumen les recordará a Parque de sombras (2010) por el dominio del estilo y la métrica que en él trasluce la autora; no en vano ambos debieron redactarse cercanos en el tiempo, si no directamente coincidentes.

El orden de los textos lo establecen los epígrafes de otros poetas (los clásicos en castellano José Hierro, Dulce María Loynaz, Julia de Burgos, Bécquer y Juan Gelman; los franceses Baudelaire, Théophile Gautier o Paul Éluard; y los anglosajones Edgar Allan Poe, Lord Byron y Sylvia Plath) que sirven de sendas introducciones.

Diana descubrió Devorador de almas el pasado viernes, en la biblioteca pública municipal de Miguelturra, donde contó con la colaboración de Laura Elisa Cebrián Salé y de su colega Elisabeth Porrero, con quien comparte la dirección del grupo literario Guadiana. Además, la cantante Santi Alhambra y la versátil guitarrista Palma Lara añadieron el toque musical a la función.

Nada faltó en la puesta en escena de la obra: ni el afecto por parte de un público que ha esperado largo tiempo esta presentación, ni los nervios por parte de la autora, que con el libro despidió también una etapa de su vida y su poesía.

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