Jesús Millán Muñoz.- Todo tiene partes, toda parte forma parte de un todo o de varios todos. Toda ciudad es muchas ciudades, todo barrio es parte de un todo, un barrio es un todo en sí formado por partes. Toda ciudad es distinta según los ojos que la besan, Cáceres es muchas ciudades en cada rincón.
Dos juglares atraviesan las paredes de la ciudad, narrando-contando historias de la ciudad de Cáceres, como siempre, lo antiguo imitado por lo nuevo, lo nuevo que imita a lo antiguo. Eso somos los seres humanos, mezclas, en parte desiguales de antiguo y de nuevo.
Decía el gran Hegel, que en toda realidad social, existen al menos dos grupos, quizás herencia de las especies que nos precedieron, durante siglos, eran nobles y no-nobles, después, subdividida en más categorías, ahora, también, con otros nombres. Estas paredes de esta ciudad de adorno y atrezzo de piedra, también, nos llevan a esos pensamientos, siempre esas dos ciudades dentro de la misma plaza, esas dos ciudades, también de Agustín de Hipona, siempre la unidad dividida por el número dos o tres, con divisiones en cada grupo a dos y tres.
Nos montamos en el caballo de la tecnología dirigido en parte por sistemas de ideas, que no entran totalmente en los círculos de la ciencia, con esas bridas intentamos domesticar el presente-pasado-futuro. La ciudad física y literaria como el artilugio para dulcificar los siglos, endulzar la vida. Tantos millones de pisadas en un metro cuadrado de Cáceres, habrán hollado ese espacio nobles y príncipes y vasallos y pobres y santos y pecadores y…, y usted y yo.
La UNESCO besó los aires-piedras-tierras-humanos de Cáceres, otorgándole la medalla de la perennidad de los siglos. Lo colectivo de generaciones se ha convertido en una obra de arte y escultura e instalación que nos enseña-muestra lo que somos, hemos sido, deseamos ser. No es solo turismo o el tour de los ingleses del siglo diecinueve, sino que es más, es viajar por la conciencia-consciencia-inconciencia-inconsciencia de la humanidad.
Es, mostrar y mostrarnos a nosotros mismos, que nosotros los humanos merecemos seguir existiendo, después de la catástrofe de la llamada Segunda Guerra Mundial. Es darnos cuenta, que si podemos hacer crecer y mantener la planta de piedra y aire y sueños como es Cáceres, nos merecemos sobrevivir miles de siglos, dejar el testigo a otros que vengan después.
No somos ingenuos, todo lo que toca el hombre lo hace bueno o lo hace malo, o ambas cosas a la vez. Alabamos la ciudad, pero no olvidamos las tristezas-angustias-males-pecados que las han atravesado, desde la noche de los tiempos hasta el ahora. El ser humano con su racionalidad y su irracionalidad, con su libertad y su moralidad y su determinación e indeterminación, con su sangre y su cerebro y su alma y su mente, ese cocido-paella de la que estamos hechos, hacemos lo bueno y hacemos lo malo. Cáceres, también, en su historia e Historia nos enseña la pasta de alquitrán y pan de la que estamos cocinados.
Pasan las civilizaciones sobre un lugar, van cayendo sus imperios culturales o ideológicos o materiales o económicos, pero van quedando algo de lo anterior en paredes y huecos sin paredes. Muchas ciudades del pasado solo quedan sombras derruidas, otras, unas se montan sobre otras, desde los prerromanos, los romanos han ido pasando por este lugar, una especie de Cáceres inmemorial, generaciones y generaciones, con sus deseos y anhelos y temores y angustias y alegrías y penas y felicidades. Cáceres, como un gran teatro, dónde en sus calles, a escondidas o a las luces, se desarrolla los dramas y tragedias y comedias y bufonadas de lo humano. La vida.
El espíritu se hace carne, se hace vida humana, siglo tras siglo, Leoncia la vendedora de periódicos, queda su leyenda, queda su escultura, queda su símbolo, porque no todos han sido nobles y casas nobiliarias, sino también plebeyos o siervos o proletarios a lo largo de la rueda de los siglos. Miles, docenas de miles, cientos de miles de historias que atraviesan siglos, y todo, todos los han olvidado, hemos olvidado, pero que se pueden producir y reproducir de otras formas, en cada presente.
Perdiz de Alcántara, Jamón de Extremadura, Torta de Casar, Migas de Extremadura. Hablamos de siglos de piedras, pero se acumulan como sedimentos siglos de sabores, olores, percepciones táctiles, ideas y conceptos, traumas y heridas. Porque no solo los humanos sangran con sus heridas, también la historia colectiva, existen traumas individuales y familiares y colectivos-sociales. Esta es la realidad de lo humano, lo humano y lo no-humano también dejan huellas en la mente-cerebro del ser-estar de individuos y colectivos.
También en esta ciudad, Cáceres, han dejado huella los sabores-comidas, los olores y los sonidos, las historias y los presentes, los recuerdos y los deseos de futuro, los que estuvieron y los que desearon estar, lo bueno y lo menos bueno. Cáceres, es un artilugio, para ser-estar, para representarnos a nosotros mismos, nos miramos en la mismidad en esta ciudad, en cada ciudad-aldea-pueblo-villa del mundo, por eso inventamos el artilugio-constructo mental y material de la aldea-pueblo-ciudad en el Neolítico, por eso nos hicimos sedentarios y no nómadas, criadores-creadores-productores y no solo recolectadotes.
Dicen que más de mil escudos-blasones de piedra adornan las paredes-puertas de calles y entresijos, vanidades y soberbias eternas, marcas-firmas de cada tiempo. Aquello de los títulos, ayer de una manera, hoy de otras, pero siempre presentes en la conciencia-consciencia humana. Las casas-castillos se convierten en casas-palacios, y éstas en museos de todos los colores y temáticas.
Hemos ido evolucionando, podríamos pensar-sentir-desear-hablar. Pero siempre está el mismo deseo profundo de ser-estar, de vivir-sobrevivir, de alejarse de los males y acercarse a los bienes. Cuántas alegrías dieron los siglos anteriores, cuántos lloro produjeron los siglos anteriores. Ahora, en una encrucijada estamos-somos, en el que las alegrías son mayores que las infelicidades… Cáceres nos enseña el optimismo, lección tan esencial aprender y aprehender en estos tiempos de una nueva epidemia mundial, como las de siglos anteriores.