El señor Kapuscinski fue un acreditado periodista polaco que constató por escrito, entre otras, la muy triste y hasta devastadora realidad de las sociedades africanas posteriores a la descolonización, ese proceso histórico que iba a llevar las libertades democráticas a la región del mundo más castigada por el poderío del hombre blanco.
El hombre blanco va y se erige como señor dominante del destino del hombre negro. El hombre negro agacha la cabeza y se deja arrastrar como esclavo a países del otro lado del Atlántico: Estados Unidos y Brasil entre otros. La superioridad genética del hombre negro frente a las enfermedades tropicales que diezmaban a los trabajadores autóctonos en las colonias británicas en América produce esta curiosa paradoja: el ser resistente a la malaria y otras maldiciones víricas convirtió al negro en esclavo del blanco, precisamente, por aguantar lo que este, el hombre blanco, no soportaba: la exposición a ambientes tropicales. Mientras que el blanco no aguantaba un solo conato de enfermedad y podía caer en cualquier momento víctima de un virus que al negro lo dejaba en paz, el negro debía soportar trabajos durísimos, tratos inhumanos y transportes genocidas en barcos negreros.
En definitiva, lo que como individuo convertía al negro en superior al blanco, en mejor animal que él, como miembro de una raza lo condena a una vida espantosa. Así son las cosas, y no queda ahí el asunto: el mercado de esclavos se estableció en las zonas costeras de África, y puesto que los mercaderes blancos no veían claro lo de internarse a buscar carne de negro, fueron los propios negros los que se adentraron para cazar a otros negros que vendieron a los blancos. El complejo de culpa, pues, se unió al de inferioridad, y eso hizo posible, según cuenta Kapuscinski, que inmensas regiones habitadas por negros en África fueran sometidas durante décadas al saqueo, la rapiña y la esquilmación de sus riquezas, que fueron a parar a bolsillos de los burgueses europeos y sufragaron los lujos −para quienes podían permitírselos− de la Europa anterior a la descolonización al tiempo que, en África, a los negros se los comía la mierda. Unos cuantos señores negros, a la vuelta de su estancia en Europa después de la Segunda Guerra Mundial, habían adquirido conciencia política (y cultura occidental) suficiente para liderar los movimientos de independencia que recorrieron África en los años cincuenta y sesenta del siglo XX. En los años ochenta, apenas quedaba en el continente negro colonia alguna, ninguna tierra que no perteneciera a un país soberano (y africano). El problema, una vez más, fue la imprevisión. Como los estados africanos fueron edificados sobre criterios geográficos arbitrarios, en cada nuevo país aparecido tras la descolonización se aglutinaban razas, tribus, clanes, idiomas, religiones y costumbres distintas y hasta excluyentes. Como consecuencia de ello, alegan los defensores de la integridad africana, el continente, en su parte por debajo del Sáhara, quedó condenado a la guerra, la pobreza, la peste y el hambre. En todo caso, este escritor polaco ilumina con sus letras un asunto, por lo demás, bastante oscuro.
Emilio Morote Esquivel.
El pasaje de cómo un socavón en el camino se convierte en una fuente de riqueza, que genera todo tipo de negocio a su alrededor, y la remisión del personal a su reparación. Ese mar de tanques y material de guerra caduco, abandonado. De cómo la garrafa de plástico ha hecho más fácil la vida de las mujeres africanas. La aberrante historia de los libertos norteamericanos llegados a Liberia. Un gran libro, que nos da algunas coordenadas de la realidad del mundo que habitamos.
Buena recomendación, don Emilio.
Una novela de 340 páginas que cuenta Historia con mayúsculas. Imprescindible…..