La otra movida madrileña

Hace tiempo que vengo sufriendo un enorme hartazgo por contemplar lo que sucede con la pandemia y con la política: el ruido, los comentarios en los medios, la crispación… Es difícil querer estar al día de las cosas que suceden en el mundo, y a la vez estar en paz y no contagiarse de la ansiedad. El colmo, ha sido lo de la convocatoria anticipada de elecciones a la Comunidad de Madrid.

Las listas electorales de todos los partidos integran personas cuyo mérito para hacer carrera política (en el caso de aquellos que lo pretenden, que no todos entran con ese fin) no es tanto su propia capacidad, como su lealtad al “aparato” o al líder. Mientras tanto, la gente convocada para decidir el resultado con su voto, se desentiende, cómoda y absolutamente, de cómo se fraguan los programas y de sus contenidos. Así pues, las elecciones son un mercadeo mediático, donde el interés no radica tanto en los asuntos esenciales, como en el envoltorio superficial; y donde es más importante salir en los medios frecuentemente que hablar de gestión. O sea, la más pura banalización de lo que es la política.

Cabe entonces hacerse dos preguntas ¿Qué condición tienen las “cabezas de lista”, aspirantes a presidir la Comunidad, para asumir las decisiones que dicho liderazgo implica; y quienes están detrás de éstas? Para saberlo un poco mejor, hay que oírlos, hay que verlos. Y para eso están los influyentes medios de comunicación que han dado un protagonismo desmedido a Isabel Díaz Ayuso; capaz de decir continuamente una cosa y la contraria con desparpajo, da igual que sea o no mentira, a sabiendas de que lo que diga es puro dogma de fe. Es perfecta para dar titulares sensacionalistas. Si en lugar de ser una jovencita fuese un señor trajeado, seguramente sus palabras serían valoradas con más severidad. Porque no sé ustedes, pero en estos últimos dos años, yo apenas he visto en los medios de comunicación las intervenciones de la oposición en la Asamblea de Madrid, a diferencia de las múltiples intervenciones tanto de Díaz Ayuso, como de su exvicepresidente Ignacio Aguado.

Tanta prisa tenía Albert Rivera por sobrepasar al PP, que pronto pasó de ser el partido bisagra de la regeneración política, que permitía investir en Andalucía tanto a Susana Díaz como a Moreno Bonilla, o pactar con el PSOE en los ayuntamientos de Castilla-La Mancha… a renegar del todo de esta posición. Estaba en manos de Ciudadanos apoyar al PSOE (el partido más votado hace dos años en Madrid) y entrar en su gobierno para hacer políticas con otro estilo, sin renunciar a sus principios. Pero Ignacio Aguado, quien tiempo atrás acudía a los mítines del PP, se decantó por éstos. No llegó al gobierno por meritocracia en el PP, como los otros, sino por otra vía, por otro atajo. Tratado una y otra vez de forma humillante, más como intruso que como socio; y visto que C’s no tenía ninguna influencia en el PP, sino que más bien su utilidad era lograr que el PP gobernase, se ha vuelto completamente inútil ¿Para qué votar a C’s, pudiendo votar directamente al PP? Ni siquiera el juicio sobre corrupción en la sede del PP, con la excúpula mintiendo descaradamente en sede judicial siendo testigos, ha afectado a la posición de C’s en este tiempo. Ni un comentario. Desgraciadamente, un tipo tan válido como Edmundo Bal ya no puede convencer a nadie de las bondades de su partido. Hasta siempre.

¿Y qué méritos conocidos cuajó Díaz Ayuso para ser candidata a presidir la Comunidad de Madrid? Me recuerda a Ronald Reagan. Siempre me pareció que ese hombre no estaba capacitado para dirigir el país, especialmente en los últimos años, cuando su deterioro físico era obvio. Ahí estaba George Bush, miembro de la aristocracia norteamericana, para llevar a cabo la implantación del ideario neoliberal que -junto a la acción de M. Tatcher, y a la disgregación de la URSS- constituyó el principio de un nuevo orden mundial. Años después sucedería otro tanto con el hijo de Bush, su vicepresidente Dick Cheney y su secretario de Estado de Defensa, Donald Rumsfeld. Al igual que éstos, tampoco me parece que Díaz Ayuso demuestre liderazgo, solvencia o autonomía en las decisiones cuando las circunstancias lo han requerido. Díaz Ayuso no ejerce como líder, sino como mera portavoz, es quien da la cara con maneras de agitadora contra el fantasma de la “izquierda bolivariana”, enfrentándose con deslealtad a todos (incluyendo a otros barones de su mismo partido), con especial desmesura contra el Gobierno de España. Y como detrás de Díaz Ayuso, y de su polémica gestión de estos años -especialmente de la sanidad pública y la pandemia- hay reputados nombres de FAES (como Javier Fernández-Lasqueti, o Miguel Ángel Rodríguez) cabe preguntarse quién controla todo esto ¿Pablo Casado o Teodoro García? Lo dudo, tanto como que sea la propia Díaz Ayuso. Y, sobre todo, me parece poco honesto confundir de este modo a la opinión pública, y especialmente a sus fieles votantes.

Pablo Iglesias se ha convertido en ese “pitufo gruñón” de IU que tanto criticaba antes de fagocitarlo, a la vez que se ha ido quedando cada vez más solo. Tanto, que ha tenido que aterrizar en estas elecciones por el riesgo de que Unidas Podemos desapareciera de la Asamblea (como sucedió con IU en las pasadas elecciones). Hay una responsabilidad en Podemos sobre los resultados de los partidos de izquierda en las últimas elecciones (donde no alcanzaron mayoría por muy poco) que aún no han reconocido. Viene pues Pablo Iglesias con su aire vallecano, su locuacidad de barrio y su puño en alto, como guardián de las esencias, con su discurso fácil y con las dudas sobre la solvencia del equipo de afines que le va quedando. Sí, es el líder, pero creo que, una vez cumplida su misión de conseguir representación parlamentaria en la Asamblea de Madrid, no dure allí más de dos años. Su retirada permitirá visibilizar a sus herederos, lo que será necesario de cara al futuro, como le ha sucedido a Mónica García con el paso de Iñigo Errejón a la política nacional. Ahora, se trata de ver si Más Madrid, partido con vicios organizativos heredados de Podemos, pero con el aval del modelo de gestión en el Ayuntamiento de Madrid con Manuela Carmena, es capaz de consolidarse, y de mantener en el tiempo sus cuadros, su presencia, su programa y la confianza de su gente. Veremos.

La corrupción del PP, su estrategia en torno al procés, y la irrupción en el Parlamento de Andalucía, por este orden, han dado a Vox una presencia a nivel nacional que se ha consolidado, pese a quien pese. Al igual que Pablo Iglesias, Santiago Abascal se ha ido desprendiendo de aquellos que no encajaban en su horma. Y si en sus principios, como partido con presencia institucional, cabía darles el beneficio de la duda, ya ha dejado meridianamente claro lo que es: Vox es un partido de extrema derecha. Es decir, un partido que aboga por una economía ultraliberal, con carácter totalitario y excluyente, cuyas armas son la provocación, la mentira, la exaltación patriótica y la manipulación, de forma extrema. Es obvio que los de Ayuso están más cerca de las posiciones de Vox que de las de Ciudadanos. Con su permanente sonrisa imperturbable, el fondo del discurso de Rocío Monasterio difiere muy poco del discurso del PP madrileño. Mientras tanto, en el PP se esfuerzan con ahínco en quitarles esa etiqueta de extremos, a la vez que la radicalidad de aquellos les favorece para que puedan definirse como les gusta: centro-derecha. El que se la juega en estas elecciones es el PP, que gobernaba sin fisuras. Así que, con poco, Vox será quien más rédito saque de estas elecciones.  “Hasta aquí hemos llegado” – afirmaba Pablo Casado en la moción de censura de Santiago Abascal. Continuará.

Ángel Gabilondo será un hombre de muchas virtudes. Pero se necesitan virtudes de otro tipo en una pugna electoral como ésta, de tanta crispación mediática, donde la mesura extrema se interpreta como debilidad o incapacidad de rebatir; donde más que argumentar, de lo que se trata es de meter puyas al contrincante: directas, rápidas, que calen. Sorprende que en el PSOE no hayan puesto a otro candidato con un perfil más aguerrido (me acuerdo, por ejemplo, del ministro José Luis Escrivá). Con este modelo de liderazgo, es difícil aspirar a crecer o mantener las expectativas de voto. Porque en esta pugna electoral, al final se habla de todo, menos de lo verdaderamente importante. En consecuencia, quien más gana es quien menos tiene que decir.

Pares y nones
Antonio Fernández Reymonde

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