Emilio Morote Esquivel.- Fue Lovecraft un hombre perdido para la sociedad y ganado para la literatura, dijo el señor Houellebecq. Lovecraft vivió una existencia aislada, casi solipsista, condenado por sus miedos —arraigados desde la infancia— al mar, a los monstruos que el inventaba, a los engendros de la vida real, esto es: Lovecraft tenía miedo de las personas y de la vida.
Atrapado por intensas pesadillas desde la infancia, Lovecraft dio salida a sus terrores infantiles —nunca superados— por medio de la literatura. De niño, ya escribía historias de terror, fundó una academia de detectives infantil y fue un apasionado seguidor de los últimos descubrimientos astronómicos de su época. Por otra parte, nunca encajó en sociedad alguna, nunca fue parte de nada, nunca vio a los restantes seres humanos como almas que consolaran la soledad de la suya propia, sino como enemigos de los que, como mucho, solo podía esperar indiferencia.
De aquellos miedos, se ha dicho, nacieron sus relatos, de los que este volumen, reeditado una y otra vez por Alianza Editorial desde 1983, es una significativa muestra del extraño talento de este escritor norteamericano. En «Encerrado con los faraones» se muestran los abismos todavía existentes en donde en otro tiempo, milenios ha, se levantaron imperios, en este caso el egipcio. Como dato anecdótico, cabe señalar que Lovecraft dedicó este cuento a un extraordinario escapista de su época. De hecho, el escapista, con su nombre y apellido artístico, es el protagonista de ese relato. En «El horror de Red Hook», Lovecraft nos muestra su lado —hoy— menos popular: el rostro racista de un hombre que no veía con buenos ojos a las personas ajenas a la estirpe de la Inglaterra colonial, a los habitantes de las Trece Colonias, a aquellos que llegaron a la tierra prometida de América del Norte en el Mayflower. El racismo nada disimulado también aflora en «La calle», un cuento perturbador acerca del paso del tiempo y cómo, de las emociones, esperanzas y sueños humanos, los años y los lustros dan buena cuenta. Una calle, habitada por personas respetables es ocupada por extranjeros de piel cetrina, mirada oblicua e idioma incomprensible. Tras unos años de invasión, en la calle de marras y en otras muchas del país, se detecta una conspiración de infrahumanos que esperan una orden para levantarse y desatar los infiernos en la América respetable. Este sería, pues, el reverso del cuento de Jack London «Los favoritos de Midas». Si en este las clases bajas encuentran un modo de hacer justicia (según la entendía Jack London), en «La calle» esas clases bajas no pretenden hacer justicia, sino tomarse venganza, o más bien destruir la civilización occidental por mero gusto, por salvajismo y porque, según parecía entender Lovecraft, siempre habrá en el mundo una raza de excluidos que no desea otro fin para los que gozan de bienestar material que el degollamiento mancomunado.
En definitiva, Lovecraft cortaba el bacalao en el mundillo sandunguero del género de terror. Stephen King empezó copiándolo, directamente. Algo tendrá el agua cuando la bendicen.
Uno de los grandes genios del terror, un revolucionario que, seguramente, junto a Edgar Allan Poe y Stephen King, formen el triunvirato más importante de este género oscuro y aterrador…..