Mario Vargas Llosa: La guerra del fin del mundo

Emilio Morote Esquivel.- Vargas Llosa es, además de político, premio Nobel de Literatura. Y es español. Nacionalizado. Eso convierte al señor Vargas Llosa en uno de los escasos premios Nobel que atesora este país. Alemania cuenta con cien premios Nobel. España con tres. Cuando el río suena, agua lleva y Algo tendrá el agua cuando la bendicen.

Los que saben de bendiciones son los protagonistas de esta excelente novela acerca de la alienación y la pobreza; y también de su pariente incómodo: el fanatismo religioso. También existe el fanatismo ateo, y han de saber ustedes, pequeños ignaros, que los más radicales fanáticos son aquellos que lo son por dinero. Esta idea podría dar la razón al Consejero, un iluminado, un profeta y un loco; tres en uno. El Consejero arriba, en los años finales del siglo XIX, a unas tierras deprimidas por la sequía, el hambre y el mal rollo. Ignorantes, miserables y hambrientos, los personajes —secundarios o no— de La guerra del fin del mundo no encuentran otra salida a su infierno en la tierra que el Cielo prometido a aquellos que tengan fe en las palabras divinas.

De perdidos al río y Para lo que me queda en el convento me cago dentro. Son dos refranes que los desesperados habitantes de Canudos se aplican con fruición al tiempo que plantan cara a las tropas gubernamentales que los prebostes brasileños envían para sofocar una rebelión con tintes religiosos a la par que pseudoanarcas. Al menos, en cuanto a sus resultados: se suprime la moneda, se instaura el trueque, se reniega del gobierno del país, se alaba a Dios y se pide por los pecados de los desdichados que solo esperan edificar un Templo para demostrar a Dios que sus hijos todavía siguen aquí y que solo esperan que les lleve con El.

Prostitutas comidas de pústulas, asesinos sanguinarios hasta la extenuación, un sacerdote promiscuo pero exento del pecado de la codicia, un genio atrapado en un cuerpo disfuncional, hombres y mujeres que no aguardan otra suerte que la del ataúd de madera, si hay alguien que se lo pague… Miles de desdichados confluyen en Canudos para unirse a la turba que enaltece al Consejero y se ofrecen para morir rezando por sus muchos pecados y pedir perdón por ellos y por los de la Humanidad; y se ofrecen, y así lo hacen, para morir matando enemigos, que son los siervos del Perro. Satanás anda suelto por la noche, anda suelto haciendo de las suyas, dice el Consejero. Se ha hecho con el gobierno de la nación y a los devotos, a los creyentes de verdad solo les queda plantarle cara porque si no lo hacen nada de lo que han creído valdrá la pena. Puesto que en esta vida no han conocido otro camino que el de las maldiciones, la violencia, la soledad, la cárcel, los manicomios, el alcoholismo, las torturas, las violaciones, el hambre, el abuso, la humillación, el analfabetismo y la promesa de una fosa común, no es de desdeñar la otra promesa, la del Consejero: un lugar en el Cielo, junto al Padre. No es poca cosa para los que no esperaban nada o esperaban el infierno. Dios los perdona, y solo tienen que vivir para él. Y morir por Él.

Vargas Llosa sintió curiosidad por un hecho olvidado en la memoria de Brasil. Indagó en documentos antiguos y elaboro esta, a veces, incómoda ficción basada en hechos reales. El resultado es una apasionante novela que gustará a los amigos de la acción, a los amantes de la novela histórica y, también, por qué no, a algunos creyentes y no creyentes. Vargas Llosa tiene para todos. Por algo es uno de los tres paisanos elegidos por la Academia Sueca, uno de los tres premios Nobel de los que podemos presumir en España. Pero, mejor, no lo hagan delante de un alemán medianamente informado. Se podrían reír de ustedes. Otra vez. Y otra vez, buen provecho.

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