Santos G. Monroy.- Calatrava La Vieja (Carrión de Calatrava, Ciudad Real) fue un oasis de civilización en la peligrosa ruta de Toledo a Córdoba. Su sistema hidráulico por elevación en el entonces caudaloso Guadiana, una ingeniería árabe de corachas que acoplaba dos gigantescas norias sobre las murallas para abastecer la ciudad, maravillaba a los viajeros cristianos medievales, que usaban el líquido elemento poco más que para beber… y bautizarse.
El tamaño de la medina y de la ciudadela, que albergaban a 4.000 almas protegidas por una descomunal barrera de fosos y murallas engarzadas en 44 torres, así como la extensión de los arrabales extramuros, debieron de resultar fabulosos a los ojos de la época.
Dentro, en la alcazaba, el agua susurraba ensueños arábigos de las mil y una noches bajo los grandes arcos de herradura de la sala de audiencias, mientras los prisioneros francos languidecían en el aljibe utilizado como mazmorra.
El enclave fue edificado por el emirato omeya en 785 con el nombre de Qal’at Rabah (La Fortificación o Encomienda de Rabah). Desde entonces, la historia de esta fascinante ciudad resume el refinamiento y la brutalidad de la Edad Media en la frontera de Al-Andalus, salpicada de continuas batallas y asedios. Aquí se repartió estopa, y mucha, hasta el punto de que se ha hallado el mayor y más variado conjunto de piezas de armamento medieval de la península Ibérica.
El toma y daca fue continuo y brutal. Tras siglos de dominación árabe la ciudad fue controlada por los almorávides (1090-1147), los templarios (1150-1157), los calatravos (1158), de nuevo por los almohades (1195-1212) y finalmente, en 1212, poco antes de la decisiva batalla de Las Navas de Tolosa, por los cristianos, que se emplearon a fondo con la tecnología de guerra más avanzada para conquistar la plaza.
Aquí se fundó la mítica Orden de Calatrava, una comunidad de monjes y soldados de élite fundada en 1158 por Raimundo de Fítero y su amigo, el fraile aventurero Diego Velázquez. Fue entonces, como si de una enloquecida apuesta se tratara, cuando estos caballeros se ofrecieron a contener el empuje sarraceno. Antes lo habían intentado sin éxito los legendarios templarios, y tomar su testigo parecía misión suicida. Pero a fe que los valientes calatravos lo consiguieron. A fuerza de mandobles y cachiporrazos (otras fuentes apuntan a que los árabes desistieron de tomar la fortaleza) mantuvieron a raya al enemigo y convirtieron Calatrava en su bastión, dejando con dos palmos de narices a los incrédulos nobles de Sancho III, que antes de su victoria no daban por ellos ni medio maravedí.
Tenían redaños estos caballeros calatravos. Consagrados a la batalla y la oración, no temían rey ni roque, como sus propios enemigos, los guerreros árabes almohades. Y todos rezaban. Vaya si rezaban. Qué otra cosa podían hacer si de continuo tenían un pie en la tumba y al cuello el filo de una espada.
Los calatravos fueron acuchillados, descalabrados, asaeteados y torturados, y en no pocas ocasiones tuvieron que poner pies en polvorosa, pero a la postre ganaron palmo a palmo la frontera de Al-Andalus a los almohades, una de las corrientes integristas musulmanas más temibles, bloqueando el sur de la inhóspita Al-Mansha antes de abandonar Carrión y trasladarse a Calatrava La Nueva, en el término de Aldea del Rey, por motivos estratégicos y de salubridad.
Tras siglos sumida en el abandono y el expolio, Calatrava La Vieja fue parcialmente restaurada en los años 70 por Santiago Camacho y Miguel Fisac. Ahora forma parte de la red de parques arqueológicos de Castilla-La Mancha y aún imponen sus dimensiones, su arquitectura de guerra, sus fosos, barbacanas y recodos, la alcabaza, los restos del ábside templario, la iglesia calatrava, la bella sala de audiencias, la desoladora altiplanicie que antaño conformara la esplendorosa medina, prácticamente virgen a la investigación arqueológica.
El aspecto que presenta ahora el recinto ha mejorado bastante gracias los estudios y talleres que se han realizado desde 1984, dirigidos por los arqueólogos Manuel Retuerce y Miguel Ángel Hervás. Solo ellos y sus alumnos han hallado decenas de miles de objetos metálicos y muestras de cerámica, incluido el esqueleto de un soldado musulmán, aunque desgraciadamente todo ha sido «archivado» en otros museos, entre ellos el Provincial de Ciudad Real, y ninguno de los hallazgos (tan solo alguna réplica) puede admirarse en el discutible entorno musealizado creado en la iglesia calatrava.
El plan, salvando las restricciones por la epidemia, pasa por seguir investigando la medina y profundizar en el urbanismo de la fortaleza entre los siglos XIII al XV. Hasta el momento se han desarrollado 33 campañas, centradas en la recuperación del perímetro amurallado de la ciudad, el estudio de la evolución del alcázar, y la excavación sistemática del interior de la medina.
Merece la pena redescubrir Calatrava La Vieja a la luz de las nuevas investigaciones, y más si es de la mano de la experimentada guía Ana Vanesa Rodríguez Arroyo. Sin duda, un destino apasionante y cercano para perderse en la apasionante épica medieval de la provincia de Ciudad Real.
Para más información y visitas: https://cultura.castillalamancha.es/patrimonio/yacimientos-visitables/calatrava-la-vieja
Olé Olé por el reportaje. Nuestro patrimonio e Historia unos kilometros de casa.
Merece 1 visita a este y otros lugares próximos llenos de leyendas
De las pocas ciudades completas medievales que fundaron los musulmanes en la península y que aún se conserven «intactas» desde entonces.
Una joya tan cercana como desconocida.
También más información en este enlace:
https://manchaignota.blogspot.com/2020/04/calatrava-la-vieja.html
Y es que el agua es un don divino para el Islam. Una visita muy recomendable……
Charles, para el Islam, para los peces y para el marisquito gallego. No te olvides de ellos, Charly.
Gracias por el artículo, me ha encantado. Los musulmanes son maestros en el uso del agua. Me apunto Calatrava La Vieja para una próxima visita.
Estupendo artículo. Felicidades.