Si en la primera entrega os presentaba mi perfil más lírico y amoroso, en esta segunda, quiero mostraros esa otra cara, también muy mía y de mi poética, la social y reivindicativa. En futuras entregas prometo hablaros de un tercer pilar de mi vida y mi obra, el terapéutico/ espiritual.
Efectivamente mi poesía siempre ha ido paralela a mi compromiso en causas, asociaciones y movimientos, culturales y solidarios muy diversos. Tuve la suerte de descubrir desde muy temprano el humanismo y el amor radical al prójimo, gracias al cristianismo de base y comprometido con el que me topé en la parroquia de mi barrio Miraflores de los Ángeles, en una zona obrera de Málaga. Mucho ha llovido desde entonces y con los años la fe religiosa se fue tornando en duda agnóstica, y más tarde en una espiritualidad universal e inclusiva, pero los valores sociales, humanistas y solidarios aún siguen conmigo. Y es que eso tiene la conciencia, que una vez te entra, se te queda a vivir para siempre. Escribía yo por la década de los años 80 del siglo pasado a propósito de la introducción a mi primer poemario Utopías, iras y tirabuzones las siguientes palabras: “Yo no viví el 68, y era muy pequeño durante la transición, pero en este tiempo tan “malo para la lírica”, me he empeñado en diversos colectivos y movidas de lo que se suele llamar la izquierda social, he intentado con unos pocos locos y locas, tejiendo y destejiendo, escribir el más complicado de los poemas que es intentar transformar esta mediocridad en algo más habitable y humano. Las poesías fueron apareciendo poco a poco en mi vida dentro de este contexto de forma larga y desordenada, en un sin fin de libretas y folios sueltos.”
Es curioso, pero por aquellos tiempos mozos ya me decían aquello de que ya no había nada que hacer, que nuestros padres habían luchado contra la dictadura y traído la democracia y las libertades, y que nosotros solo teníamos que preocuparnos en disfrutarlas. Sin embargo, yo como tantos otros jóvenes entonces, vivía aquello como una mediocridad, poco habitable, poco humana, como una libertad y una democracia impostada. Y fue también por aquel entonces la primera vez que escuché una palabra que luego siempre ha ido apareciendo cíclicamente, la palabra crisis.
Y es que precisamente en estos días, al calor de las hogueras contra la encarcelación de Pablo Hasél, de las movilizaciones del 8 de marzo, aunque sean con las necesarias limitaciones por la pandemia, las protestas de los sectores afectados por los cierres, los nuevos episodios de latrocinio del emérito,… de nuevo recurrimos a esa palabra polisémica que sirve para describir los problemas y contradicciones sociales, la crisis. Y adosada a ella salen de nuevo a la palestra pública viejos debates sobre los grandes conceptos como el de democracia.
Para mí, la democracia, o su madre la libertad, no son metas que un día se alcanzaron felizmente de la mano de algún rey o salvapatria y desde entonces las disfrutamos de forma plena, sin restricciones y a perpetuidad in secula seculorum ,que dirían los clásicos. Esta idea de democracia, así planteada es sólo un mito que demasiadas veces sirve paradójicamente para mermarla y limitarla. Mi idea es mucho más dinámica y dialéctica, tiene más que ver con aquella conocida cita sobre la utopía del escritor uruguayo Eduardo Galeano .
«La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino diez y el horizonte se corre diez pasos más allá. Entonces, ¿para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar».
Si cambiamos la palabra utopía y ponemos democracia o libertad, veremos que la cita puede seguir funcionando igual. Efectivamente estas grandes palabras, así como justicia, paz y otras, habría que entenderlas más como faros que deben de iluminarnos, porque sin su luz la humanidad estaría perdida en la oscuridad y la barbarie.
Pero si miramos las democracias realmente existentes, son siempre realidades históricas, limitadas y perfeccionables, e incluso los derechos alcanzados no son nunca irreversibles, pensemos por ejemplo en como se han ido perdiendo en las últimas décadas tantos derechos laborales. Además que lo peor que le puede ocurrir a un país es caer en la vanagloria y la autocomplacencia y pensar que encarna la democracia y la libertad, un ejemplo claro de esto sería la sociedad estadounidense, cuando se presenta al mundo como el modelo en esencia de la democracia. Da igual que allá se pisoteen los derechos de las minorías afroamericanas y latinas, que una parte cada vez más grande de la sociedad estén en una situación de pobreza y excluidos de los sistemas de salud, servicios sociales, educación,…, que su sistema electoral sea un bipartidismo perfecto donde sólo puedes elegir entre la Pepsi y la Coca cola o que los supremacistas blancos sean capaces de asaltar el capitolio encabezados por un iluminado disfrazado de búfalo y jaleados por el mismísimo presidente,… Da igual todo, la democracia son ellos hagan los que hagan, la encarnan en esencia y punto. Y además para colmo se sienten con la misión histórica de exportarla a los cuatro puntos cardinales del planeta, aunque sea provocando guerras, golpes de estados, dictaduras,…
Pero volvamos a nuestro país y ese debate sobre la calidad de nuestra democracia en el que andamos. Yo soy de los que piensa que tenemos una democracia muy lastrada por más de cuatro décadas de dictadura militar, y de los que no me trago esa verdad oficial sobre lo ejemplar de la transición, que en estos días a propósito del aniversario del golpe de estado del 23 F hemos tenido que escuchar como un mantra de nuevo. La democracia en España no sólo mantuvo la Jefatura del Estado impuesta por el dictador, sino que heredó un franquismo estructural que se coló en las instituciones y un franquismo sociológico que contaminó a la sociedad y que hoy tiene mayor visibilidad gracias a la emergencia de Vox,… Y es que a pesar del tiempo que ha pasado desde la muerte de Franco, hay cosas en este país que no se pueden entender si no es por la herencia de esta pesada mochila. Entre ellas las leyes que todavía hoy ponen restricciones intolerables a la libertad de Expresión y que han denunciado un sinfín de veces instituciones internacionales, ONG y activistas de Derechos Humanos, como la Ley Orgánica de Protección de la Seguridad Ciudadana, conocida como ‘Ley Mordaza’ o artículos del Código Penal, como los de ofensa a los sentimientos religiosos, insultos a la Corona o los de injurias y calumnias; u otros como los referidos a los discursos de odio o el terrorismo que habría que reformar para que no fueran interpretados de forma retorcida y limitante. Para quien quiera saber más os aconsejo entréis en la campaña de Amnistía Internacional sobre la libertad de expresión en España https://www.es.amnesty.org/en-que-estamos/espana/libertad-de-expresion/
Pero además, como decía, la democracia no sólo necesita de unas instituciones estatales y unas leyes en las que se sostenga y materialice, sino también en el otro fiel de la balanza, de una sociedad civil despierta, crítica, autónoma, culta, organizada, activa y exigente que evite el anquilosamiento y la burocracia propia de todo aparato estatal. Y en esto tenemos que decir que el franquismo fue muy eficaz en conseguir domesticar a gran parte de este pueblo a golpe de represión y miedo, pan y circo.
De todas maneras no quiero frivolizar, sé que estamos ante cuestiones complejas que no es posible analizar en profundidad en un texto corto como este. Por solo nombrar algunas aristas, por un lado tenemos la relación entre ambos planos el institucional y el social que es siempre inestable ante el complicado equilibrio entre consenso y conflicto; por otro lado la difícil cuestión de los límites de la libertad o las fricciones entre distintos derechos, como por ejemplo el derecho de manifestación y el derecho a la salud en estos tiempos de coronavirus en el que es un peligro objetivo la aglomeración de personas; o la cuestión de la violencia, tratada no solo como denuncia de la misma o a la crítica a un personaje tan visceral y egocéntrico como Pablo Hasél, sino mirando un poco más allá, qué hay detrás de tanta rabia y frustración acumulada en una buena parte de la juventud,… y así podríamos seguir sacando derivadas.
Para gestionar esta complejidad se supone que están nuestros políticos, pero la sociedad no puede quedar al margen, tiene que tomar partido y alzar su voz exigente. Para ello hay una pregunta ética que siempre debemos hacernos, ¿a quién ponemos en el centro, a la gente o al dinero? No sé quien dijo que nuestro Dios es aquello que ponemos en el centro pero llevaba toda la razón. Si miramos a nuestro entorno a las sociedades liberales occidentales en las que vivimos, se definen a la vez como democráticas y capitalistas, lo que se conoce en literatura como un oxímoron, esto es una contradicción en sus términos. Si democracia significa etimológicamente poder del pueblo, capitalismo significa el capital en el centro. Y las dos cosas no pueden ser o se pone en el centro a la gente o se pone al dinero. Y quiero recordar aquí a aquel revolucionario de hace ya más de dos milenios, que como he contado; me influyó tanto cuando era joven, aquel que dijo aquello de “ Nadie puede servir a dos señores, pues menospreciará a uno y amará al otro, o querrá mucho a uno y despreciará al otro. No se puede servir a la vez a Dios y a las riquezas. (Mateo 6-24) “
En estos días, el director gerente del Fondo Monetario Internacional, Dominique Strauss-Kahn, recordó que la crisis de la COVID 19 está provocando una contracción de la economía mundial de entre el 0,5 y el 1%, lo que significa «una recesión global» que puede causar disturbios que «amenacen a las democracias».
Así que otra vez estamos ante un escenario en el que de nuevo, ¿cómo no? la crisis económica pone en peligro a la democracia. Y quiero traer aquí una cita muy sabia de Nelson Mandela que nos habla de algo que por evidente a veces no se tiene en cuenta «Si no hay comida cuando se tiene hambre, si no hay medicamentos cuando se está enfermo, si hay ignorancia y no se respetan los derechos elementales, la democracia es una cáscara vacía, aunque los ciudadanos voten y tengan Parlamento». Así es querido Nelson, creer que se tiene democracia tan solo porque se vota y hay un parlamento es confundir el procedimiento o como dices “la cascara” con el fondo.
Y quiero acabar, como es marca de la casa, con un poema que hice ya hace algunos años, en la anterior crisis que comenzó con la quiebra de Lehman Brothers, el 15 de septiembre de 2008 y que como todas provocó mucho dolor pero también la hermosa y poética protesta del 15 M, que recordemos precisamente una de sus principales exigencias era aquello de Democracia Real Ya. Fue por aquel entonces cuando los gobiernos de Zapatero y Rajoy hicieron varios rescates multimillonarios a la banca, mientras recortaban en sanidad, educación, ayudas sociales y dejaban en la estacada a todos los sectores populares damnificados por aquella crisis. Fue cuando como poeta me propuse rescatar a las palabras, esas palabras faros, entre las que sin duda está la hermosa y manoseada DEMOCRACIA, como tantas otras que no debemos dejarnos robar de nuestro horizonte.
RESCATE DE LAS PALABRAS
¡Vosotros los que rescatáis a los bancos
y condenáis a la miseria a la gente
los que preferís la bolsa a la vida
las tinieblas a la Luna
el frío estaño a la carne
Hoy queremos hablaros de otro rescate
Venimos a por nuestras palabras secuestradas
sin ellas nos estamos quedando sin voz
devolvédnoslas
dejad de mal usarlas
en vuestros mítines y homilías
en vuestros eslóganes publicitarios
en los mensajes de navidad de vuestro Rey
Queremos negociar su rescate
con el siguiente intercambio de prisioneros
Quedaos vosotros con la palabra masa
con la palabra población
con las palabras recursos humanos
y hasta con la palabra patria
para regocijo de vuestros patriotas.
Pero devolvednos la palabra PUEBLO
arrancadla urgentemente
de vuestros tratados y constituciones
Usad si queréis la palabra orden
la palabra seguridad
las palabras daños colaterales
y hasta la palabra civilización
para júbilo de vuestros pacificadores
Pero restituidnos la palabra PAZ
limpiadla urgentemente
de tanta sangre inocente
Seguid manoseando la palabra caridad
la palabra beneficencia
las palabras cooperación internacional
y hasta la palabra desarrollo
para alegría de vuestros burócratas.
Pero quitaos de la boca la palabra
SOLIDARIDAD
devolvedla sin demoras
a los tajos y a las plazas
Gritad cuanto queráis la palabra liberalismo
la palabra parcela
la palabra mercado
y hasta las palabras libre capital
para que no haya fronteras a vuestro dinero.
Pero dejad libre la palabra LIBERTAD
así sin ningún apellido
tan solo con dos alas
Os dejamos también la palabra ley
la palabra sentencia
las palabras código penal
y hasta la palabra toga
para que os sigáis disfrazando de ecuanimidad
Pero callaos la palabra JUSTICIA
sacadla urgentemente
de la cárcel de vuestros diccionarios
Para vosotros también la palabra legislatura
la palabra bipartidismo
las palabras campaña electoral
y hasta la palabra diputado
para que os sigáis creyendo
que representáis a alguien.
Pero soltad la palabra DEMOCRACIA
la necesitamos urgentemente
para arrancarnos máscaras
tristezas
dictaduras.
27/ 02 /21 Paco Doblas.
Poeta, arteterapeuta y artivista.
Es presidente de la Asociación VIVIR POÉTICAMENTE.
La democracia debemos cuidarla todos, día a día. Y es que ninguna conquista es inmutable…..
Y es que, tú sí que eres «demócrata», sectario Charles.
Y tú también, Anne, tú también.
¡Cuando sectarismo envuelto en palabrería!
Con gente así las palabras se quedan huecas. Debería hacer un curso de 1º de educación ciudadana democrática, aunque a su edad me temo que es difícilmente recuperable
Cuánta razón tiene. Si hay un aprendizaje valioso que pueda extraerse del pensamiento del gran poeta Walt Whitman es la capacidad para la recreación continua de la democracia que es para él una experiencia inacabada, una palabra a medio escribir, un proceso cargado de posibilidades y riesgos.
Es una gran palabra cuya historia, creo yo, no se ha escrito aún.
¡Grande Walt Whitman! , gracias por tu comentario Carmen.