Concluye –con sentimientos encontrados por mi parte– la impresión de mi trabajo Plaza Mayor: Permanencia y transformación (Serendipia editorial 2020), con un doble acontecimiento.
Uno de ellos ya ha sido reseñado en estas páginas –con algún debate oblicuo– y da cuenta de la publicidad municipal desplegada en torno a la ¿recuperación analógica? o ¿mimética? del Arco del Torreón del Alcázar (Falso histórico, Miciudadreal, 8 de febrero). Y el otro, cobraba visibilidad el mismo día 8, en que se producía la publicación en el diario La Tribuna, del texto buenista de la Junta Directiva del Colegio de Arquitectos de Ciudad Real, a propósito de la abandonada y muy deteriorada Casa de la Cultura de los jardines del Prado de Miguel Fisac –a estas alturas del relato, es ya más bien Casa de la Incultura que muestra la desidia de sus rectores y ciudadanos–.
Escrito del Colegio de Arquitectos de Ciudad Real, que me trasladó al lejano 1979 en que tuvo lugar –y bajo idéntico patrocinio, pero con otras detonaciones– la exposición sobre La destrucción de la ciudad. Escrito, el reciente, que pretendía ser una denuncia sobre la pérdida de un Picasso y de un reloj, incluso de cierta perplejidad de los ciudadanos cuando ven crecer las piedras y hormigones o cuando los ven caer al suelo.
Y, posteriormente una demanda en pro de un Hogar de Cultura en un juego de dudosos resultados lingüísticos, en la medida en que un hogar siempre convoca al fuego. Cuando ese Hogar de Cultura solicitado debería ser la ciudad toda y no –pese a todo– fragmentos cualificados y desperdigados. Aunque ya esa cualificación se discuta y se desplace y sea un retrato del abandono y de la desidia municipal. Por más que los titulares de la pieza en cuestión sean administraciones públicas y titulares colectivos, como ha ocurrido con la Casa de la Cultura, con el colegio Ferroviario de Alonso Martos y como está empezando a ocurrir con –la ya abandonada y sin alternativas visibles– Delegación de Sanidad. Son ya las mismas administraciones, como titulares de bienes inmuebles singulares, las que han mimetizado su comportamiento con el de los avezados agentes erosivos del patrimonio inmobiliario.
Hasta ahora la rapacidad inmobiliaria –y por ello la especulación edilicia y su consecuente derivada: la destrucción patrimonial– era asunto privativo de agentes particulares, aunque de un tiempo a esta parte, ese mal ha adquirido caracteres de generalidad con esa nueva pertenencia. Es por ello por lo que Fernando Chueca alertaba, ya en 1977, en su obra La destrucción del patrimonio urbanístico español, de esas circunstancias al decir “Las mayores catástrofe urbanísticas suceden en aquellas capitales donde falta una minoría ilustrada y donde las autoridades carecen de un aceptable nivel del cultura. Es donde aparecen los mayores excesos y donde el urbanismo y la arquitectura presenta los índices de calidad más bajo”.
Desidia y hundimiento que ya aparece retratada en el prólogo de ese recorrido analítico por las alteraciones y destrucciones de la almendra central de la ciudad, como resulta ser la Plaza Mayor. Por ello se señala: “Cuando lo que se mueve aquí, más son indagaciones sobre las posibilidades formales y espaciales que han ido desapareciendo en el curso del tiempo. Y que tal vez, nos han sido robadas. La imagen del robo perpetrado sobre la formalización final de la Plaza Mayor es equivalente al hurto y saqueo perpetrado sobre el recinto amurallado de la ciudad, como de todos es sabido y de sobra conocido. Acontecimientos que no sólo reflejan la miseria moral de unos tiempos acobardados y empequeñecidos, sino la incapacidad para resolver los problemas de identidad urbana que venimos padeciendo, por falta de rigor formal y por falta de vigor civil”.
Falta de rigor formal perceptible en tantas intervenciones –que alteran el espíritu previo sin aportar nuevos valores– y que delatan por ello esa suerte de decadencia en la intervención civil. Por ello, se concluye en el repetido trabajo con la flecha que rompe la esperanza civil y urbana. “Los hábitos ciudadanos de la nueva cultura democrática se habían desarrollado en ciudades y espacios heredados de otra cultura política, sin que el ejercicio de dichos hábitos democráticos se hubiera revelado, en la práctica, capaces de transformar la espacialidad recibida. Coexistiendo nuevas actitudes civiles, culturales y sociales, con las realidades de la vieja ciudad paralizada. Y por vieja ciudad, habría que entender no tanto a la estructura física como soporte de la actividad urbana, cuanto al discurso legitimador que encubre razones instrumentales de la lógica del rendimiento inmobiliario y de la usura patrimonial.Podría decirse aún más, que el proceso de control democrático del poder político local, no había tenido su prolongación en el proceso de control democrático de la producción del espacio”. Todo ello visto metonímica y alteradamente: “Como si el proceso de la imposibilidad formal y espacial de la Plaza prolongara el propio proceso de alteración de la ciudad en su conjunto”.
Como muestra esa foto, que fue portada en ABC, con motivo del séptimo centenario, el 22 de febrero de 1955. Donde la visibilidad del Plaza, aun asistida por el Ayuntamiento de Cirilo Vara y abierta en la manzana norte por el corte de la Alcaná, no oculta –pese a todo– otras demoliciones que se van practicando. Como la demolición en curso y en primer plano de la Academia General de Enseñanza, proyectada por Sebastián Rebollar –que se muestra como un edificio sólido e inhábil para practicar su demolición tan desmedida como desproporcionada–, donde resisten su muros verticales en espera de otra andanada. Y al fondo, frente a la Puerta del Perdón de la Iglesia de San Pedro, el solar de la Antigua Cárcel, junto a la recién concluida Delegación de Hacienda.
Periferia sentimental
José Rivero
Enhorabuena por su excelente artículo. Al leer la cita de Fernando Chueca “ las mayores catástrofes urbanísticas suceden en aquellas capitales donde falta una minoría ilustrada y donde las autoridades carecen de un aceptable nivel de cultura…….” , una reflexión que es el paradigma de nuestra ciudad. Pero lo triste es que estamos en 2021 y se siguen cometiendo los mismos errores, seguimos sin una minoría ilustrada y nuestras autoridades no tienen ningún interés en solucionar de una vez los problemas de la plaza mayor. Como quieren fomentar el turismo con una plaza “sin terminar” (que mala imagen dan los solares)
Sr. Rivero me gustaría saber si alguna corporación municipal tuvo la intención o el proyecto de quitarle a la iglesia De Santiago todas las viviendas que tiene añadidas ( todas las actividades que se realizan en ellas se pueden trasladar a los alrededores) y dejarla en su versión más original, lo que creo, le daría mucha más belleza.
No son viviendas, son las dependencias parroquiales de Santiago en la calle Estrella.
Y sí, allá por los años 80 se proyectó trasladarlas al solar de enfrente de la torre, donde está el huerto urbano.
Pero esto es Ciudad Real…
Ojalá antiguos errores no se vuelvan a repetir…..
La catedral de Ciudad Real es propiedad de la iglesia no de la ciudad según la lista de immatriculacioness recientemente publicada como te quedas arquitecto?
Qué chorrada. ¿Y de quién va a ser?