La pérdida de la inocencia

Manuel Valero.- Solía hacer un chiste a mis compañeros de redacción del diario Lanza. Nunca han sido mi fuerte los chistes. Salvo en círculos muy cercanos, me daría pavor contar uno. Pero a los colegas del peri les decía que le había pedido a los Reyes, la República. Más que como una acentuación ideológica lo contaba como el mayor oximorón de todos los tiempos, como diría el amigo Pepe Rivero. Pero este artículo no va del asunto.

El caso es que la tradición mágico-religioso-regia ha seguido con el guión de todos los tiempos con las modalidades y variaciones sobrevenidas por la pandemia y supongo que incluso quienes, legítimamente, se definan republicanos recalcitrantes, habrán tenido un detalle, o dos, o ciento, con sus retoños. En el fondo, es la magia lo que vale porque es la primera frontera de la inocencia que rompemos a medida que nos hacemos adultos. Descubrimos que los Reyes eran los padres sin que nadie nos lo dijera, al menos, en mi caso, y estoy seguro que el de la mayoría de los imberbes de mi generación. Sencillamente crecíamos y nos percatábamos de que no había visita regia nocturna porque era imposible. Y ya descubierta la treta tuvimos la sensación de que habíamos dado un paso decisivo a la madurez y que aquel primer desencanto nos preparaba para afrontar otros.  Más o menos como ocurrió con el sexo y la revelación brutal de que los niños no venían en el pico de una cigüeña sino porque nuestros padres se refocilaban en la cama. Y así añadimos otro misterio revelado: nada de París, de la barriga de mamá con la complicidad de papá. El mismo papá que había tratado de dárnosla con queso con la historia de los Reyes Magos. Nuestros padres nos mentían por partida doble con la sana intención de preservar nuestra mente impoluta. Eran buenos.

Así es la vida, pero… ¿qué sería la vida sin leyendas, sin cuentos, sin magia, sin mentiras piadosas que nos hace de niños creer que la fantasía es necesaria y va a nuestro lado incluso cuando el descreimiento en muchas cosas va ocupando, por raciocinio, evolución o por lo que sea, el lugar de la ensoñación? La inocencia es lo primero que perdemos, antes que la virginidad. Y creo que el primer encontronazo con la prosaica realidad de las cosas es aquel en el que supimos que la magia madrugadora del 6 de enero era una tradición, una bella tradición, pero una tradición al fin y al cabo basada en la religiosidad cristiana que emula la llegada de los Magos al portal del Niño Jesús con oro, incienso y mirra, que tenían un significado bastante magro: por rey, por dios, y por hombre que habría de morir. Así las dos cosas se maridaban y aún se maridan en estos tiempos raros y difíciles: Monarquía y Religión. Yo le añado la magia que era lo que en realidad exudaban las horas previas a la llegada a casa de tan misteriosos personajes, que nos daban además una lección de integración racial, aunque el negro fuera el último en el orden protocolario.

Un año, mi madre me compró un diccionario de francés-español y español-francés porque se me daba bien el qu,est ce que c.est? Me dijo que los reyes se habían puesto malos y que por eso no habían llegado, pero que le habían encargado que ella, mi madre, ocupara su lugar. ¿Y dónde está la bicicleta, y los juegos reunidos Geiper, y el revólver con explosivos inocuos, y el scalextric? Le pregunté. El año que viene. Y ya supe que el año que viene nada de nada  porque en casa no había tantos cuartos para costear el prontuario de mis desaforados deseos infantiles.

Luego te empiezas a hacer preguntas. ¿O sea, que todos estos años mi madre me ha estado mintiendo?  Lo comentabas con los amigos del barrio y no faltaba el que iba de listo: yo ya lo sabía.

Y poco a poco endurecías la piel: la vida está llena de mentiras -y de verdades, por supuesto- y es preciso estar preparados cuanto antes, aunque fuera al precio de comprobar que no había Reyes en el fabuloso Reino de la Inocencia que se extendía por todo el periodo de nuestra infancia.

A por el año. 

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3 COMENTARIOS

  1. Entrañable artículo. En mi casa también los reyes pasaban casi de largo pero la ilusión merecía bien la pena. No recuerdo cuando descubrí el pastel, si por mí mismo o por el listillo. Que bajón pero aún así mereció la pena todos esos años. Yo he seguido la tradición e imagino que todos han hecho lo mismo. Pq quitar esa magia a los peques? Para que? Ya tendrán tiempo de ver que es la vida, que en resumen es una pm

  2. 2021 será el año de la pérdida de la inocencia o de la vehemencia según el grado. La ignorancia siempre se mantendrá porque interesa.

  3. Estupendo artículo que revive esta tradición navideña española.
    Al fin y al cabo, la inocencia es un lujo que uno no se puede permitir…..

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