Natividad Cepeda.- La vida es la que va delante de la muerte; es la que en nuestro caminar nos asombra al descubrir la desmedida belleza que nos muestra. Desde hace miles de años la vida de los seres humanos ha supuesto el conocimiento de unas generaciones trasmitidas a las otras sobre las ideas y sus consecuencias.
De esa herencia y origen estamos aquí, desterrando aquello que nos hacía esclavos de leyes tiránicas y de los gobernantes con poder ilimitado que abusando de su poder han masacrado seres humanos amparados en su abuso y en su falta total de humanidad.
La voracidad sospechosa de introducir leyes en contra de la vida en estos momentos tristísimos de la pandemia abatida sobre nuestro mundo hay que interpretarla como un movimiento ruin e indigno, sobre cada uno de nosotros. Sobre todo, cuando se habla de libertad y progreso en medio del calvario actual de enfermedad, desempleo y muertes a diario. Experimentar que el Hombre legisla en contra del Hombre, es regresar a los denunciados Gulag soviéticos y a los campos de exterminios del nazismo del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán de Adolf Hitler del pasado; presente. en nuestra memoria escrita y filmada en películas y posteriormente en documentales. Por lo que volver a recobrar esa memoria y datos es necesario para la no justificación de la ley aprobada de la eutanasia en España.
El pensamiento que se nos está introduciendo en la cultura actual es la de mirar hacia otro lado, pensando que ese problema no existe para cada uno de nosotros. Además de alimentar el rechazo y aversión hacia la enfermedad y la vejez en su abandono, con lenguaje engañoso, haciendo creer a la ciudadanía que es beneficioso, en vez de inmoral y cruel.
La conciencia, nuestra conciencia, es ser responsable de situaciones donde hay que reflexionar sobre el bien o el mal que determina la vida a nuestro alrededor, frente a instaurar formas cívicas de gobernar que atenten contra los más débiles de nuestra sociedad, instando a la normalidad de esa práctica con rapidez, como si en la actualidad no hubiera otras prioridades a favor de la vida, en contra de ensalzar a la muerte, haciéndola patente como un bien colectivo. Provocar e incitar a la muerte en los más indefensos es viejo y caduco, al contrario de lo que se esgrime como progresivo y avanzado y se nos infiltra por elaborados y fríos poderes que giran a nuestro lado, con mensajes subliminales, que llegan a los cerebros implícitamente elaborados y sugeridos para eliminar la conciencia individual en favor de la eutanasia.
Somos tripulante de una misma nave, la vida, en ella surcamos mares diferentes y playas con tormentas barridas por emociones y sentimientos y en esa nave y puertos, está la aventura de vivir. Vivir es apasionante con todo el equipaje a bordo que portamos sin olvidar que la muerte natural nos llegará cuando Dios quiera transportándonos a esa trascendencia que todos ignoramos. Es por ello que no es necesario atraer la guadaña de la muerte en este histórico momento del coronavirus donde tantas muertes sufrimos a diario.
La persona, toda persona, es un valor único y absoluto, total y único que no debe denigrarse ni agraviar la vida que le ha sido concedida, por lo que trivializar con los valores de la vida, destruyéndola, es una aberración depravada, mucho más si es programada por leyes que retroceden en su legislación al no proteger la vida, ni del no nacido, ni tampoco de los indefensos de la sociedad. Alentar el mal es volver a la brutalidad y al olvido de la conciencia universal de protección de los seres vivos.
La cultura debe ser cultura de conocimiento y esperanza y en ese estado alcanzable, los intelectuales, no deben naufragar por temor a mandatarios del momento, porque corremos el riesgo de que la propiedad de la vida pase a ser propiedad de los amos del mundo globalizado. Esa es la mayor esclavitud a la que podemos caminar si los efectos en contra de la vida se sostienen como un progreso mal entendido, materializado en la ausencia de valores esenciales para el respeto de la vida con total ausencia de amor por el otro: ese prójimo anónimo de los pueblos del mundo, olvidados hoy en medio de hambre, enfermedades y sufrimientos donde la muerte reina sin necesidad de leyes que la protejan y ensalcen.