Con la rara puntualidad de un metrónomo, cada año, en el tramo final de sus días, la empresa Pantone, celebra y propone el color del año.
Como si fuera una suerte de felicitación de fin de año.
O de felicitación del comienzo del año, que eso nunca se sabe.
Pero ¿se puede celebrar un color, como color del año?
Pero ¿un color es un tangible o un intangible?
Y ¿A dónde lleva esa onomástica colorista?
Pero ¿se puede cambiar, anualmente, de color preferido por la lógica implacable de la industria de lo efímero?
Industria que busca la insostenibilidad de lo sostenible
Ya hemos tenido oportunidad, en estas páginas de Miciudadreal en años anteriores, para recorrer de forma reiterada ese universo que se encabalga entre la frivolidad mutante de lo mutable y la sutileza decadente de la moda.
¿Qué sentido puede tener el fijar un color anual, como si los demás hubieran desaparecido del mapa?
¿Un mundo monocromo?
O ¿una dictadura colorista?
Puede aceptarse, por el peso de la tradición secular china –y no hablo del maoísmo enrojecido y chillón–, que cada año natural este regido por un animal como tótem dominante del horizonte.
Pero ese efecto de animal del año está sujeto –como toda la astrología, por otra parte– a la circularidad y a la repetición.
Mientras que los colores siguen cambiando sin rastro alguno de los colores anteriores.
¿A dónde van los colores vencidos que fueron, el año anterior, seleccionados como emblemas?
¿Hay que cambiar todo el vestuario, a tono con la tendencia marcada?
¿Hay que modificar la identidad corporativa, para ajustarse al nuevo imperio nacido?
Una estructura del color cambiante, poco sostenible y poco edificante por ello.
Y así vamos pasando de colores como el Nude (2014), al Marsala (2015), el Burgundy (2017), el Living coral (2018) o al Clasic Blue de 2019 para el año que termina.
Y ahora en 2020 se elige el color del 2021.
Un año más, la empresa Pantone ha vaticinado cuál será el color del año y ¡sorpresa! a falta de uno, este 2021 serán dos los tonos que marcarán tendencia: concretamente, el gris ‘Ultimate Grey’ (Pantone 17-5104) y el amarillo brillante ‘Yellow Iluminating’ (Pantone 13-0647).
Y esa es la sorpresa mayor: la de la dualidad.
Frente a la certeza de lo unitario, la destreza de lo binario.
Y así se eligen dos ciudades como sede de algún evento.
Para repartir gastos y beneficios.
Igual ahora, se eligen dos colores.
Para repartir influencias y beneficios.
Colores que se asemejan en exceso, a los colores Papales.
Que ya se saben que son el Blanco y el Amarillo.
Como representación del Oro (Amarillo) y de la Plata (Blanco).
Que son los materiales con los que estaban realizadas las llaves de San Pedro, como símbolo del poder papal.
Por más que haya otras explicaciones cromáticas que se remontan a 1808 y las guerras napoleónicas.
Y ahora Pantone propone, como un tour de force, el dueto cromático de Ultimate Grey y de Yellow Iluminating.
Que más allá de otras cosas simbolizan los tiempos metálicos –por grises, principales o definitivos– y los tiempos pandémicos –por amarillos, aunque sean brillantes–.
No en balde el amarillo cuenta en su biografía con un relato del demonio –desde las adjudicaciones medievales– y de lo maldito y gafado.
Será por eso.
Periferia sentimental
José Rivero
No se preocupe D. José si por moda nos invadió la absurda arquitectura de Ghery, aguantaremos este año con un abrigo amarillo. Mal menor
Amarillo como la estrella de David que usaban los nazis para distinguir a los judíos. Tú estás vacunado contra lo que yo he creado y yo te vacuno con lo que a mí me conviene, tú de amarillo por rebelde y cuestionarme.
Amarillo y gris: equilibrio perfecto; serenidad y alegría…..