Carmen Quintanilla.– En 2014 Naciones Unidas proclamó el 19 de noviembre como el Día Mundial de la Mujer Emprendedora con el objetivo de crear conciencia en la necesidad de crear una sociedad más igualitaria donde las mujeres puedan equilibrar su vida personal y laboral, y de este modo puedan promover sus iniciativas empresariales.
Este año las mujeres emprendedoras celebran su día en medio de una gran incertidumbre, vislumbrando un horizonte que no está nada claro debido a la crisis económica y social que ha traído la pandemia del coronavirus.
Por ello, este 19 de noviembre es más importante que nunca visibilizar los obstáculos empresariales, financieros y sociales con los que se encuentran las mujeres que deciden emprender. Y aprovechar la oportunidad que este día institucional nos ofrece para lanzar un mensaje a las administraciones y a toda la sociedad, para pedir que no se paralice la actividad emprendedora de las mujeres.
En este sentido me gustaría recalcar que la pandemia del coronavirus ha llegado cuando en nuestro país observábamos el aumento en el número de mujeres emprendedoras.
Según los datos facilitados por el Observatorio de Emprendimiento GEM España, antes de la pandemia emprendían 9 mujeres por cada diez hombres. Y según la Federación Nacional de Asociaciones de Trabajadores Autónomos (ATA), en los últimos 10 años la cifra de emprendedoras ha ido en aumento.
Es decir, las mujeres emprendedoras comienzan a ser cada vez más conscientes de la gran capacidad que tienen para liderar proyectos, de ser autónomas e independientes no solo a nivel personal sino también profesional.
Pero todavía tenemos que combatir la enorme brecha de desigualdad pues el número de autónomos duplica al de las autónomas: los varones suponen el 64,2% del empleo autónomo (2.099.761) frente a las 1.169.442 mujeres que conforman el 35,8%.
Esta desigualdad en el emprendimiento se debe principalmente a las dificultades que las mujeres encuentran a la hora de conciliar su vida personal, laboral y familiar.
Unas dificultades que se multiplican en el caso de las mujeres que residen en el medio rural a las que hay que sumarles el aislamiento geográfico; la fuerte masculinización del entorno; la escasez de servicios básicos; peores infraestructuras y las deficiencias en el acceso a internet de calidad que aún sufren muchas zonas rurales.
Numerosas barreras que no han impedido que sean ellas las que crean el 54% del empleo autónomo en el medio rural gracias al ímpetu que las caracteriza pero también a la financiación y el apoyo recibido gracias a programas como el Plan de Promoción de la Mujer Rural (2015-2018) o convenios como los que AFAMMER ha suscrito con empresas del medio rural que han impulsado su desarrollo y el de los pueblos en los que habitan.
A pesar de la crisis económica y social que vivimos por el coronavirus, las mujeres autónomas siguen manteniendo el empleo con mucho esfuerzo y sacrificio. La pandemia no debe suponer un freno para su emprendimiento ya que una mujer que se integra en el mercado laboral, que se prepara y estudia, impacta no solo a las mujeres de su alrededor; sino también a sus pueblos; a sus comarcas y genera un impacto en todo el país.
La creación de empleo es igualdad y es justicia social.