Juan Antonio Callejas Cano. Diputado a Cortes por Ciudad Real del Grupo Parlamentario Popular.– En cualquier sociedad y más concretamente en la sociedad española las posiciones políticas extremas no facilitan la convivencia, hacen más difícil el entendimiento y generan crispación. Situación que, por otra parte, se dio en el pasado y la estamos viviendo a diario hoy en España.
Frente al bipartidismo tradicional en la democracia surgida de la Transición, con sus altas y sus bajas, con sus aciertos y con sus errores, hemos podido vivir en convivencia pacífica los últimos cuarenta años. Ha sido posible entenderse en los grandes problemas de Estado y, sobre todo, en la sociedad ha habido espacio para todos incluso desde la divergencia de planteamientos. Por el contrario, desde que han surgido los extremos políticos, las posiciones radicales y los planteamientos excluyentes nuestra sociedad está más tensa y crispada, más radical y con muchas más ganas de parar a los de enfrente.
Hoy no se piensa tanto en como entender a los contrarios políticos y cómo conseguir convivir con ellos, sino en como detengo o me defiendo de los que no piensan como yo y, a ser posible, como les impongo mi punto de vista que lo considero más verdadero.
Los extremos políticos, sean de derechas o de izquierdas, actúan como si poseyesen la verdad absoluta en cuestiones donde cabe más de una solución. Su verdad es dogmática e intransigente y no acepta otros puntos de vista que puedan mejorarla, corregirla o frenarla.
Con estos planteamientos cerrados y absolutistas resulta más difícil tener amigos que no piensan exactamente como yo, y cada vez más nos refugiamos/recluimos en un circulo más estrecho y limitado donde aplauden mis puntos de vista y cierran filas para enfrentarme con los otros. Con esas posiciones estamos haciendo “capillitas” de buenos y malos y, lógicamente, cada uno se siente del grupo bueno.
Se da, además, la paradoja de que ambos extremos políticos hablan y hablan de democracia y de participación, pero la realidad es que eso solo se acepta hasta que afecta a lo “mío”, hasta que me deja imponer mi punto de vista a los demás, llegando, incluso, hasta negar el talante democrático del contrario.
Por si esto fuera poco, en España se vive un “cinismo” político extremo: la izquierda política critica a la extrema derecha por su talante excluyente y le quita su marchamo democrático, la pone como causa de todos los males políticos posibles, sin reconocerse a sí misma como una fuerza política igual de extrema y con los mismos defectos que le achaca.
En cualquier caso con el predominio de uno u otro extremo la convivencia se agría y se envilece y no conduce a otra situación que no sea sino la dictadura de la que triunfe, pero dictadura al fin.
Pienso que un país verdaderamente democrático no se define solo porque quepan todas las ideologías que respeten lo esencial de ese Estado, sino sobre todo y ante todo porque todas las posturas políticas quepan y convivan, con el mayor o menor predominio que le den las urnas, pero respetando siempre a los que piensan diferente y sabiendo que en cualquier otro momento pueden gobernar ellos y yo me he de sentir igual de cómodo como cuando gobierno, es decir una posición “centrada” que no quiere decir, en modo alguno, sin criterio, sin ideario, sin energía, donde “todo vale”, sino defender las propias
Ideas dejando que también los “otros” puedan vivir las suyas y luchen por ellas.
Se puede dar el caso que personas situadas en una posición centrada coincidan, en parte, con algunas ideas de los extremos, pero nunca llevadas al punto de aceptar que son las únicas válidas y excluyentes de las otras: ¡Que sería de la vida familiar si adoptásemos una posición extrema!
Abogamos, pues, por una actitud política centrada, alejada del “radicalismo” o como ha dicho Casado: “Ser moderado no es carecer de ideas y valores. Defender el centro no solo no es una renuncia sino que constituye un acto de fortaleza moral”. Animémonos a buscar ese centro de convivencia.