La última película

La situación actual de la exhibición cinematográfica –comúnmente, las salas de cine y su imaginario visual correspondiente– están atravesando un delicado momento fruto de la pandemia del COVID-19 que impone restricciones de uso y cierres de espacios. Propiciando una nueva vuelta de tuerca a la crisis latente del Cine –ahora ya, realidad creativa de imágenes de valor cultural y de significado social–.

Ocurre que en castellano denominamos de la misma manera al espacio donde se produce la exhibición –las salas de cine– y al objeto exhibido y proyectado –la película en sí misma–.

Se me objetará que la conceptualizada como crisis del cine, es un tema permanente y siempre presente, por lo que la industria del espectáculo y sus derivadas correspondientes expresan su propia vitalidad y garantiza su propia supervivencia, cual Ave Fénix capaz de resurgir de sus cenizas. Bien cierto es, por otra parte, la pérdida de audiencia que se viene produciendo en los últimos años en las salas de exhibición y que ellas mismas han ido viendo la desaparición de cientos de espacios, sobre todo en poblaciones menores y pueblos que antes contaban con esos espacios mágicos de ocio y de socialización. Por ello, junto al vaciamiento poblacional de la llorada España vacía, antes han ocurrido otros vaciamientos de espacios y locales, como los mismos cines arrumbados, cerrados o demolidos.

Espacios que han desaparecido, a la manera de reflejado ya en 1971 por Peter Bodganovich, en su magistral obra The last picture show. Dando cuenta del cierre del único y último cine de una pequeña población del Estado de Texas, que responde a Anarene, con unos cientos de habitantes, y que representaba –sin pretenderlo así– un emblema anticipado de tantos cierres posteriores, que se verificarían desde la progresiva implantación de la televisión doméstica como sustituto del ojo visual. Todo ello en la medida en que la cronología de la historia del último cine de Anarene quiere ubicarse en los años cincuenta. Donde comienzan a vislumbrarse nuevos modos de uso y consumo de las imágenes desatadas por la expansión de la televisión, que discurren en paralelo a esa primera crisis del cine.

Casi en los años del estreno de The last picture show –los años setenta–, la irrupción del video doméstico como sistema de reproducción de imágenes y del consiguiente alquiler de películas para su proyección reducida, venía a introducir otro factor de crisis en las salas de cine que habíamos conocido antes. Desde esta modificación de hábitos y usos, desaparecieron las grandes salas de varios pisos –patio de butacas, entresuelo y platea general– y gran aforo para dar paso a la elasticidad unidireccional de pequeñas salas, denominadas Multicines, como forma de concentrar toda la oferta comercial disponible y como nueva forma social de asistir al cine.

Y ese encogimiento y gibarización de los espacios, arrastró a la muerte a las grandes salas de nombres exóticos y evocadores, también a las llamadas Salas de Arte y Ensayo –cuya primera transformación las llevó a exhibir cine X y erótico, que sustituía a Rosellini, a Bergman y a Ozu, por cine caliente de chicas aligeradas de ropa–, y de rebote a la desaparición de los Cine Clubs, de múltiples formatos y organizaciones– que tanto hicieron por dar a conocer a clásicos del cine histórico. Y creo que en estas coordenadas encaja la afirmación de Roberto Rosellini, cuando en los años sesenta dijo solemne “¡El Cine ha muerto!”. Para dar a entender ese desplazamiento, ya verificado, del cine a la televisión, de la reflexión al espectáculo. Frase que, entre nosotros, fue retomada por Basilio Martín Patino para dotarla de nueva esperanza y dejarla en la contraposición “¡El Cine ha muerto!, ¡Viva el cine!”. Y es esta época en que, para revitalizar el cine y seducir a los espectadores, se construyen alegatos, visualizables a las puertas de las salas, como. “Cuando se ama la vida se va al cine”, incluso “¡Sea joven, vaya al cine!

La aparición de internet y el reino de Google (1997) abrirá otra opción para el consumo de imágenes, a través del streming o de la visualización on-line desde dispositivos personales –celulares, tabletas y ordenadores– que, obviamente, suspendían la proyección compartida de salas, por pequeñas que fueran. Acelerando los procesos de consumo de imágenes que pasan cada vez más por los privado y por la reducción de lo publico a la mínima expresión. De este momento presente son las manifestaciones críticas del director Martin Scorsese, al afirmar en una entrevista para el webzine Quartz que: “El cine ya no existe. El cine con el que crecí y el cual sigo haciendo, ya no existe… Los cines siempre existirán para una experiencia en comunidad, no hay duda de ello. Pero ¿qué tipo de experiencia será? ¿Será siempre ir a ver una película de parque de atracciones? Da la impresión de que soy un hombre viejo, y lo soy. La pantalla grande para nosotros en los 50 era ver westerns, ver películas como Lawrence de Arabia y de ahí la experiencia especial de 2001: Odisea en el espacio, en 1968. O la experiencia de ver Vertigo y The Searchers en VistaVision… cree que el cine ha perdido importancia con la proliferación de imágenes en las pantallas de los gadgets y critica la sobredependencia de los actuales directores a la tecnología”. De una opinión parecida es otro director como Ridley Scott que dijo en otra entrevista que: “El cine mayormente es de mala calidad”, culpando de ello a “las películas de superhéroes y a las malas historias. Así, en el 2015, sólo dos historias originales estuvieron entre las 10 películas más vistas del todas las demás fueron franquicias ya establecidas”.

El paso siguiente seguido por el cierre, en unos casos, y en otros por la limitación de aforo de las salas, que ha venido a determinar la referida pandemia del año 2020, ha llevado a la mínima actividad al sector. Si los datos anteriores ya hablaban de una caída de recaudación en taquilla y de los correspondientes ingresos del sector que se veían afectados a la baja, los ingresos actuales, bajo mínimos, han llevado al sector de la exhibición al borde del colapso. Entre otras cosas por lo afirmado en el blog ASKfm: “El cine en sí mismo no ha muerto, obviamente, pues siguen haciéndose películas. La cosa es que la cultura audiovisual pasa ahora por la televisión e internet y no por las salas de cine, así que el medio ha quedado relegado a una apreciación artística o lúdica. Ver una película hoy ya no tiene el impacto cultural que en los 50, donde si querías ver imágenes moverse, historias en vídeo, lo que fuese, tenías que ir a una sala de cine y compartir esa experiencia con una pantalla grande y todos los presentes”.

De ello daba cuenta el director Pedro Almodóvar, al fijar que “El confinamiento ha dado el golpe mortal [al sector del cine]. Estaban tocados hace dos años. Las cifras de este fin de semana son aterradoras”.

Con todo ello, llegaremos a la disyuntiva expresada por Guillermo Cabrera Infante en su libro –que recoge críticas de cine de películas muy diversas– Cine o sardina. Que expresa a la perfección las opciones abiertas en su infancia cubana, cuando su madre le ofrecía la sardina de la cena o, por el contrario, el peso para ir al cine. En donde una de las conclusiones que se podían extraer era que: “No todo el cine es bueno, y ni aún el bueno debe de gustarnos a todos”. Dentro de poco, ya ni eso.

Periferia sentimental
José Rivero

Relacionados

11 COMENTARIOS

  1. El cine ya no es atractivo. Malas películas unido a salas pequeñas que en principio debería ser una ventaja, o sales sordo, resfriado o sudando. Ni el confort térmico ni sonoro están conseguidos. Las pelis malísimas por eso mejor que ir al cine es ver una buena conferencia por YouTube de Justo Isasi

    • N. Esta es la segunda viñeta desde el principio, allá por el año 2012. Es un simple aggionarmiento, a la vaticana, por no engañar al respetable haciéndole creer que uno es Dorian Gray, siempre igual y lozano Por la comparación que hace mejor no opinar. Ya que los extrémeños se tocan pero no se parecen.

  2. Yo pienso que el cine, está mas vivo que nunca.
    Claro, no el cine en la visión «romántica» y clásica que describe el artículo, pero si como fenómeno cultural totalmente establecido y accesible a nivel global.
    Nunca antes había habido a nuestra disposición tal cantidad de películas, tan variadas, de todas las épocas y estilos.
    Eso es un avance y lo mejor que le ha pasado al cine nunca.
    Y no creo que ver una película con 50 personas mas que no conoces y en muchos casos, molestaban, le dieran mas peso y categoría a un visionado.
    Dios me libre de tener que volver a una sala; hoy en día las teles, equipos de sonido y plataformas de streaming, superan la experiencia que me pueda dar cualquier sala, y veo lo que me apetece, cuando me apetece.

    ¡Viva el cine!
    Buen artículo.

ESCRIBE UN COMENTARIO

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí


spot_img
spot_img
spot_img
spot_img
spot_img