Fallece el sacerdote ciudadrealeño Luis de Moya, antiguo capellán de la Universidad de Navarra

El sacerdote Luis de Moya, antiguo capellán de la Universidad de Navarra, falleció el lunes en Pamplona a los 67 años. En 1991 sufrió un grave accidente de tráfico por el que quedó tetrapléjico, pero la severa discapacidad que padecía no le impidió seguir con sus tareas pastorales. Gran defensor de la vida humana, en 1996 publicó ‘Sobre la marcha’, un libro con sus experiencias que se ha traducido a varios idiomas.

Luis de Moya Anegón nació en Ciudad Real el 17 de agosto de 1953. En 1971 comenzó la carrera de Medicina en Madrid y un año después pidió la admisión en el Opus Dei. Entre 1975 y 1978 fue secretario del Colegio Mayor Moncloa de Madrid. Terminada la carrera, se trasladó a Roma para continuar sus estudios de Teología. En agosto de 1981 recibió la ordenación sacerdotal.

Tras defender la tesis doctoral en la Facultad de Derecho Canónico de la Universidad de Navarra, en 1984 fue nombrado secretario del Consejo de Capellanía de la Universidad de Navarra y capellán de la Escuela de Arquitectura. Ese mismo año empezó a atender el Colegio Mayor Goroabe.

El 2 de abril de 1991 sufrió un grave accidente de tráfico a consecuencia del cual quedó tetrapléjico. Desde entonces residió en el Colegio Mayor Aralar. Continuó desarrollando diversos trabajos pastorales durante varios años en el campus de la Universidad de Navarra: capellán de la Escuela de Arquitectura y en la Facultad de Derecho, o atención espiritual a residentes del Colegio Mator Belagua (Torre I).

En diciembre de 1996 vio la luz el libro ‘Sobre la marcha’, donde relata sus experiencias y reflexiones a raíz de su accidente. De ese libro se han publicado seis ediciones y se ha traducido a varios idiomas. Además, participó en programas de radio y televisión a favor de la defensa de la vida humana. En 2000 creó Fluvium, un portal católico con una clara finalidad evangelizadora: todas las semanas, enviaba sus ‘Novedades’ a más de cien mil suscriptores de todo el mundo. Recibía cientos de correos de gente que contactaba con él para pedir consejo o recibir una palabra de consuelo.

Miguel Ángel Marco, director del Colegio Mayor Aralar, lo define como una persona de carácter activo, recio y austero: «El accidente supuso para él un cambio de vida que describió así en una de sus entrevistas: ‘Me siento como un millonario que ha perdido solo 1.000 pesetas, porque puedo hacer lo más importante para un ser humano: pensar y amar'».

Todos los días hasta el pasado 27 de octubre, en que fue internado en la Clínica Universidad de Navarra, concelebró con otro sacerdote la Santa Misa. «No le gustaba hacer alarde de piedad, pero era evidente el esfuerzo que le suponía estar todos los días a las 7 de la mañana en la capilla para hacer su oración antes de la Misa. Hasta hace poco, todos los veranos acudía en peregrinación a Lourdes, un largo viaje que le dejaba agotado pero muy contento. Con serenidad y sin cosas llamativas fue aceptando las limitaciones propias de su condición; pasados los años, en confianza, decía que, a pesar de su estado, él no se cambiaría por nadie», explica Miguel Ángel Marco.

Especialmente en los últimos años, cuenta el director de Aralar, aprendió a dejarse cuidar con agradecimiento y a disfrutar de aficiones sencillas, «de las comidas de verano bajo una palmera en el Colegio Mayor Ayete; de los documentales de naturaleza, de las setas y, por supuesto, del Real Madrid». Con el paso del tiempo, su estado físico se fue deteriorando: «Lo supo llevar con paciencia, cada vez con más serenidad y buen humor. Nunca perdió la alegría. Su vida resultaba dura, sacrificada y monótona sólo para quienes la mirábamos de fuera, no para él. Vivía como un buen hijo de Dios, confiado en los brazos amorosos del Padre».

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