Todo cambiará

Los meses transcurridos bajo los efectos de la pandemia, que ya se antojan muchos y largos, han introducido cambios importantes en nuestras vidas. Cambios apreciables y reconocibles unos, inapreciables e invisibles otros, por no hablar de los ya desaparecidos.

 Pero cambios que, con toda seguridad, van a introducir nuevos escenarios en las vidas venideras, aunque aún ahora no seamos conscientes de la diversidad y de la intensidad de estos cambios. Como pasa con lo que vamos incorporando de manera insensible y cotidiana, pero que al cabo de los meses ha operado ya una mutación significativa en nuestras conductas.

La incorporación del riesgo de contagio cotidiano, la distancia social necesaria en la evitación del contagio, los conceptos de atención sanitaria, el cierre de actividades habituales –desde la hostelería a la restauración, desde los cines a los gimnasios–, la reducción de la movilidad, la limitación de aforos en museos, playas y bares van marcando nuevos derroteros a la cotidianeidad. Incluso en ello, en esos cambios abiertos y en otros previstos, se apunta y se señala al futuro de las ciudades. ¿En qué se transformarán las organizaciones sociales venideras? Y ¿en qué pararán las ciudades, como formas memoriosas del pasado? Aun sabiendo que los cambios urbanos cuentan con largos periodos de adaptación, ya se aventuran perspectivas diferentes en algunas prospecciones.  Y de ello da cuenta que dos reputados arquitectos hayan reparado en los últimos meses, sobre los cambios que se avecinan sobre vidas y ciudades.

El arquitecto Rem Koolhaas (del colectivo OMA) inauguró en el mes de febrero la primera exposición del Guggenheim de Nueva York que no está dedicada al arte ni a la arquitectura propiamente, sino dedicada a pensar en serio sobre el 98% de la tierra que no está ocupada por núcleos urbanos y que denominó como Countryside, esto es, Campo o Medio rural. Y ello en unos momentos en que en España estamos alarmados por el proceso del despoblación rural, en lo que llamamos desde 2016 –de la mano de Sergio del Molino– La España vacía (de la cual ya hemos escrito en estas páginas en diferentes ocasiones, y en particular el 16 de agosto de 2016, con el texto España vacía, España cerrada). Pues bien, la exposición Countryside es una mirada a la posibilidad de la supervivencia humana, cuando las tendencias actuales dictan leyes severas y unidimensionales de concentración poblacional: cada vez más gente en menos espacio. Con tono apocalíptico abrió Koolhaas su presentación de la muestra que se ha podido ver hasta el mes de agosto en el templo del arte moderno construido por Frank Lloyd Wright y coincidiendo además con la zona alta de la pandemia en Estados Unidos y en el resto del planeta.

La propuesta es novedosa por muchos motivos y como es habitual en las posiciones conceptuales del arquitecto holandés. Es la primera vez en la historia del museo –como ya hemos dichos– que se produce una exposición sin obras de arte, tampoco hay nada específico sobre arquitectura. Más que nada y, sobre todo, es un ejercicio de pensamiento ilustrado. Como dijo Immanuel Kant: “El sabio puede cambiar de opinión. El necio, nunca” y ello aplicable a Koolhaas defensor a ultranza en el pasado de la bondad de la concentración urbana como demostró en su obra Delirio en New York (1978). Porque, a pesar de que el campo se vea como ese lugar estable y en trance de extinción o modificación severa donde todo transcurre a cámara lenta, sus cambios están siendo “increíblemente ágiles y flexibles”, advierte el director de OMA, Samir Bantal. Los experimentos en el uso de datos –el big data agrario–, la ingeniería genética, la inteligencia artificial, la robótica, el control climático restringido, las mejoras tecnológicas agrarias, la innovación económica y la compra de tierra por inversores privados con fines de preservación tienen su base de pruebas en las zonas rurales. Que se verán ya como nueva tierra prometida.

La muestra, por demás, hace un repaso inicial sobre la percepción del campo a través de la historia. Desde los fundadores chinos del taoísmo del valle Xiaoyaolo, que lo consideraban un lugar de libertad donde no había restricciones, pasando por el Otium de los filósofos romanos donde se entregaban a los placeres de la vida. Donde podría haberse incluido la aportación española de Antonio de Guevara y su Menosprecio de la corte y alabanza de la Aldea en fechas tan altas como 1539. Hasta la utopía hippie de la Arcadia, la industria contemporánea del bienestar de cerca de 4,5 billones de dólares, los retiros de yoga o ayahuasca, y el festival Burning Man del desierto de Nevada que se vende como un antídoto contra el consumismo, pero al que solo tienen acceso los que cuentan con unos cuantos miles de dólares

Días pasados, el 6 de octubre de 2020, el arquitecto británico Lord Norman Foster había dictado el discurso de apertura del primer Fórum de Alcaldes de Naciones Unidas, en Ginebra, Suiza. Donde ha manifestado que las transformaciones urbanas producidas e inducidas por la COVID 19 no serán, a su juicio, relevantes para las ciudades a corto plazo, aunque existan oportunidades para cambios positivos.

Y es que las ciudades, todas las ciudades, no son pizarras que pueden ser borradas en su configuración de un plumazo, como puede acontecer con otras creaciones que puede ser suprimidas del lienzo, del pentagrama o del folio. Se cita en la página de la Fundación Foster algunos aspectos de esos cambios dictados por las nuevas normas de distanciamiento social: “Desde la introducción de espacios públicos temporales donde las personas pueden caminar o andar en bicicleta mientras practican el distanciamiento social, experimentar con nuevos medios de transporte público, hasta descarbonizar los sistemas de calefacción”. El discurso de Norman Foster en el Fórum de Alcaldes describió “cómo la pandemia actual puede verse como una oportunidad para los alcaldes y otros líderes cívicos de todas partes del mundo”. No sólo, oportunidad para alcaldes y responsables cívicos, también deben buscarse las oportunidades globales y sociales que importan más.

Y no sólo a través del planeamiento, que es la piedra nuclear de todos los desarrollos posteriores en las ciudades. Hay que combinar la ejecución y otras valencias dictadas por la gestión eficiente y responsable. El Fórum, por otra parte, se centró en definir una “Acción de la ciudad para un futuro resiliente: Fortalecimiento, preparación y respuesta de los gobiernos locales a las emergencias y el impacto de los desastres y el cambio climático”.  

Y en esa referencia de cómo las ciudades se adaptan a las crisis diversas, el documento elaborado en el mes de junio, por el equipo de Diseño Urbano de Foster&Partners, habían estado explorando cómo los desarrollos recientes y rápidos en la planificación urbana, producidos y alentados por la crisis actual – crisis económica del 2008, cambio climático, descarbonización de la economía, teletrabajo, envejecimiento poblacional, y COVID 19–, afectarán y darán forma al futuro de las ciudades en todo el mundo. Y a ello han denominado como Urbanismo táctico, que creo que es una mala denominación, por más que ya haya empezado a escucharse por boca de diversos actores y responsables administrativos. Urbanismo táctico, frente al Urbanismo estratégico que sería una posición más ajustada a la realidad. Un Urbanismo táctico que yo veo más como Urbanismo posibilista ante la extrema gravedad del conglomerado Financiero-Inmobiliario.

En esas referencias y reflexiones citan, los miembros del equipo de Diseño Urbano de Foster&Partners, como ejemplo la ciudad de Londres. Aunque no hayan tenido en cuenta el efecto que el Brexit puede arrastrar en muchos aspectos de la economía y la sociedad británica. Y es que “Londres no es ajena a las epidemias virales, tan solo en los siglos XVI y XVII se registraron múltiples casos de peste que se extendieron por toda la ciudad, seguidos del brote de cólera de Broad Street especialmente grave de 1854. Durante un siglo, salvo el problemático brote de gripe española en 1918, la ciudad no fue afectada por ninguna epidemia grave. Pero la gran densidad de 8.9 millones de personas crea el caldo de cultivo perfecto para los virus. Así que aquí estamos, una vez más, solo que esta vez tenemos medicina moderna y tecnologías digitales para ayudar a nuestra resistencia. Aquellos que pueden permitirse el lujo de hacerlo han huido de la ciudad hacia el campo en busca de una distancia segura, casi el 2.8 por ciento de la población. El resto debe negociar unos doce metros cuadrados socialmente distantes cuando están en público, un trabajo difícil para la mayoría, y totalmente imposible para la mayoría de los trabajadores esenciales”.

Y aquí viene la coincidencia con lo postulado por Koolhaas en Countryside y el nuevo peregrinaje al mundo rural. Si sólo en estos meses de confinamiento se ha producido el éxodo del 2,8% de la población al medio rural, esas cifras podrán seguir creciendo e invertir el ritmo seguido en la flecha de la despoblación. Aunque China lo desmienta.

Periferia sentimental
José Rivero

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3 COMENTARIOS

  1. ¿ Cuántos muertos, arruinados y desempleados hacen falta para que este estupendo gobierno deje de serlo y DIMITA ?

    Hay dos legitimidades, una de origen y otra de ejercicio. Este gobierno ha perdido las dos con este desastre y lo que le antecedió.

  2. Indudablemente la visión global de Koolhaas y Foster es incuestionable. No tengo claro que las concentraciones de población sean buenas pero tampoco muchos núcleos más pequeños. Esos 2,8 % que han ido al medio rural quienes son? A que se dedican? Que van a hacer en el medio rural? Yo creo que como nos dispersemos mucho acabamos del todo con el planeta

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