Naranjas podridas

Sonia Hervás Millán *.– En un lugar de la Mancha, en el año 1936, el terror de la guerra civil derramaba sangre inocente y repartía una crueldad sin límites. En una de aquellas tardes fatídicas un militante apuntaba con el fusil el vientre abultado de Teresa al que abrazaba con fuerza.

Ese hombre le dio a elegir: O hablaba o la mataba allí mismo. A Teresa se le atascaron las palabras y cuando creyó morir, un alma piadosa habló por ella. Se salvó y la guerra civil terminó con penurias renovadas.

Aun así, Teresa dio a luz a una niña de carcajada fácil y de piel de porcelana. La llamó María. La niña creció feliz entre campos de olivos, vides y mulas, y cuando no la requerían para trabajar en el campo, acudía a la escuela y en su tiempo libre se dedicaba a los quehaceres de las mujeres del pueblo: costura y encaje de bolillos.

Pero María soñaba con una vida mejor…y sin dudarlo, cogió la primera viajera de la mañana para probar suerte en la ciudad industrial. Una vez allí, María, se empleó en el Mercado de Abastos de la ciudad. Las condiciones del recinto eran lamentables. Los desperdicios y la basura campaban a sus anchas.

Y María, diariamente, sorteaba un montoncito de naranjas podridas para acudir a su puesto de trabajo. Pasaron los años y María contrajo matrimonio con el amor de su vida: un minero taciturno y melancólico. Pero María seguía soñando… y decidió establecer su propio negocio, y muy a su pesar, con ella se asociaron el padre y el hermano. Y así, María madrugaba entre nieblas y heladas para estar al frente de las cuentas y facturas que la agobiaban.

El frío se le fue colando en los huesos y las preocupaciones se estancaron en el corazón. Los varones la tiranizaban, sin embargo, María trabajaba sin lamentarse y a la vez se embarazaba, una y otra vez, hasta que fueron cuatro. Empresa y familia no estaban hechos para la mujer. Si un chiquillo se le enfermaba, el puesto tenía que abandonar y eso a una mujer no se le podía perdonar… Y ella veía día tras día a las dichosas naranjas marchitas.

Y, despierta, seguía soñando… soñaba con tener su casa reformada, soñaba con que sus hijos estudiaran… pero los hijos se marcharon de su lado y la demencia senil vino a visitarle para arrebatarle sus recuerdos, aunque en un rincón de su mente seguía bien presente la imagen de las naranjas podridas, azuladas y envejecidas, acumulándose en el maloliente rincón del mercado donde se estrellan los sueños, donde no existen ciertos derechos.

Así fue la vida de María y así fue la situación de las mujeres autónomas de aquella época: Mujeres sacrificadas, enfermas, vapuleadas y exprimidas, para finalmente, ser olvidadas como aquellas malditas naranjas podridas.

*Relato premiado por la Secretaría de la Mujer de la Unión Provincial de Comisiones Obreras de Cuenca. 7º concurso de relato breve. 2020.

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