La persistencia de Miguel de Cervantes en Zahara de los Atunes, es visible desde el rastreo elemental del callejero.
Por más distante que pueda parecer hoy la ciudad estival y aventada por el duro Levante, poseída por los veraneantes despistados ante el paso de la historia en pantalón corto y chanclas brasileñas.
Calle Rinconete y Cortadillo, calle La ilustre fregona, calle Picaros de Conil, calle Novelas Ejemplares o calle Cervantes, dan cuenta de ello.
Y no son accidentes casuales de la toponimia.
De igual forma que la pertenencia a la Red de ciudades cervantinas corrobora la presencia de Zahara de los Atunes en la obra del autor de El Quijote.
Presencia que se concentra en citada pieza de Las Novelas ejemplares, y particularmente en varios pasajes de La ilustre fregona.
Donde se captura la relevancia de El palacio de las Pilas, también conocido como Palacio de la Almadraba.
Palacio propiedad de los duques todopoderosos, casi señores feudales, de Medina Sidonia que controlaban toda la extracción del atún rojo el estrecho de Gibraltar, a través de la suerte conocida como Pesca de Almadraba.
Suerte de pesca formada por un entramado de redes en tubo longitudinal, que como un laberinto ciego, impiden el escape de la pieza engañada y atrapada en ese pasaje de redes.
Que solo emergerá, aturdida y furiosa, al final en el copo, un punto en blanco donde el círculo de embarcaciones avisarán del final del viaje de atún.
Un final donde practicarán la Levanta y captura final de la pieza arponeada, dejando un impresionante cerco sangriento.
De ello da cuenta el grabado especial de Antón Wyngaerde de 1567.
No tanto del caserio y la pesca, sino del conjunto urbano y palaciego.
Grabado en tinta sepia, que retoma diferentes secuencias de la vida cotidiana de pescadores, pícaros, fulleros, timadores, bobos, pordioseros, aventureros y tramposos.
Personajes cervantinos propios y habituales de El patio de Monipodio, de la no muy lejana Sevilla en Rinconete y Cortadillo, que vuelven a reproducirse en los entornos de El palacio de la Almadraba y del río Cachón, que bordea la sierra del Retín para verter en el océano Atlántico.
Grabado del seiscientos donde se observa el litoral zahareño junto a la mole palaciega referida antes, como pieza principal del conjunto plural.
Mole que actúa tanto como almacén de utillaje de pesca (redes, embarcaciones y aparejos), como de artificio defensivo ante los ataques de los piratas berberiscos, habituales en la zona de un océano descontrolado.
De aquí que se denomine, ambivalentemente, tanto como Palacio como Castillo.
De todo ello, de toda esa grandeza ida, solo queda hoy una pieza semirruinosa, pese a contar con declaración como Bien de Interés Cultural de Andalucía desde 1993.
Pieza provista de usos espurios y confusos, de un ocio decadente.
Lo más sorprendente del citado callejero zahareño, no sólo es la advocación sentidamente cervantina, sino los escasos referentes literarios posteriores.
La única excepción a ello, viene de la calle Pérez Galdós, en proximidad a un borde arenoso de su geografía.
Sin que ello conlleve la identidad de la escritura galdosiana con los arenales.
Pero eso, es ya otra cuestión no menor.
José Rivero
Divagario
Bueno, precisamente, el artículo no es una ‘fruslería’. Interesante…..