Las estatuas

No hay ciudad que no muestre su propio censo estatuario en lugar bien visible: la calle. La calle es el lugar exacto de las estatuas aunque las haya en el interior de museos, palacios e iglesias. Las estatuas no son imaginería religiosa, tienen una pátina mundana que las aleja del solado eclesial. Una estatua es el reconocimiento de un personaje celebre y  la memoria de sus pasos por este mundo. ¿Buenos o malos? Los pasos, digo. Bueno, este es el debate, uno más, que avivan las lumbres  virtuales.

El mundo es hoy un pueblo de verduleras, infantilizado, ruidoso, observado por el ojo de una televisión cada vez más tóxica, como si la humanidad fuera un simple patio de butacas absorta y manipulable. Así que, según se mire, el representado en piedra, mármol, madera o en cualquier otro material, será digno de permanecer en pie o a caballo sobre el pedestal, o en caso contrario, ser pasto de la cólera por afrentas del pasado.  Lo de la muerte de Georges Floyd fue triste – ¡quién puede negarlo!- pero lo montado después es la prueba palpable de que el mundo es una pasarela de you tube,  y la llamada guerra de las estatuas una ñoñez como la copa de un pino con un virus letal descojonándose de la risa. De pronto ciudadanos de conocidas urbes  se levantaron –posaron, la revolución es más seria- en una puesta en escena de filmoteca: hay quien mantiene que el racismo grosero regresa de las tinieblas, y que ser negro hoy, en 2020 es una pérdida de tiempo porque la vida y la hacienda no valen nada. Excepto la de Obama, norteamericano, negro y presidente de los Estados Unidos e inquilino de la Casablanca de 2009 a 2017. Algo no cuadra porque si después de ocho años de presidencia de un señor de color, las cosas andan en USA como en los tiempos de Malcolm X será que el señor Obama se empleó poco…No sé.    

Que ahora contemplemos el derrocamiento estatuario de hombres pretéritos  es para echarse a llorar, o reír. O temblar. Más que nada porque un riguroso escrutinio moral a fondo de cuantas estatuas hay en el mundo no lo soporta ni la madre Teresa. Sobre todo si los iracundos y callejeros jueces populares acometen las tareas de limpieza… muchos años después,  obviando el contexto, la legalidad y las costumbres del momento en que vivió y murió el desdichado estatuado,  si es que lo saben.  

Pues qué quieren que les diga, que hay pueblo y populacho. Pueblo es el que se manifesta  por  la causa de Floyd  y populacho quienes arremeten contra la Historia y  los hitos en efigie de la especie humana.  Pero Cervantes, no, hombre, no, eso no se hace, don Miguel merece un respeto. Su profanación en bronce es la prueba de la nueva  sociología surgida al albur de la instantaneidad virtual que reduce todo a un gigantesco plató de la televisión.

De conocer la Historia, nada. Las circunstancias de cada época, la evolución del pensamiento humano, los cambios resultantes de ese pensamiento, el progreso material, el gigantesco rastro de Artes y Letras que hemos recibido , eso no se tiene en cuenta.

Ah, ni siquiera se tiene en consideración la bella lírica de Pablo Guerrero

Tú y yo, muchacha, estamos hechos de nubes
Pero ¿quién nos ata?
Dame la mano y vamos a sentarnos
Bajo cualquier estatua

Ojo, dice cualquier estatua, no especifica, ni tiene reparos, se deduce que la sombra de cualquier estatua es buena para esperar tiempos mejores. Hasta los tiranos son dignos usufructuarios de la memoria en mármol, si quiera para que quien que lo contemple lo sepa. Tirar una estatua a un rio en tiempos de paz solo por un calentón urbano es grotesco. 

No es admisible, en fin,  lo de las estatuas en este melifluo acomodo social porque no es el descontento de los negros en un país que ha presidido durante ocho años uno de ellos, todo cuanto ocurre es delicuescente, youtubico. Una ciudad sin estatuas es una ciudad incompleta, roma, desmemoriada, ingrata. Un asco de ciudad. 

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3 COMENTARIOS

  1. Y es que a nadie le interesa saber cuál es de verdad la Historia real de los hechos si ésta no se acomoda a su interés y a su conveniencia…..

  2. Muy cándido le leo, don Valero. Lo que está ocurriendo es el desenlace lógico de la siembra de odio hecha por la izquierda para recuperar el poder. La victimización de colectivos y el señalamiento de los culpables. Y digo cándido porque en España somos peritos en resentimiento colectivo con fines ideológicos y de poder. Aquí se profanan tumbas, se quitan estatuas y nombres de calles con el mismo afán que los antifas useños queman su prosperidad y hunden su democracia. Aquí alcanzamos lo sublime, hacemos una ley para reescribir la historia. Pero manipular la historia y la naturaleza humana es doloroso y acarrea mucha injusticia y sufrimiento. En esa mentira estamos viviendo. El último logro de nuestros salvadores antifascistas son 50.000 muertos y 8 millones de personas sin trabajo.

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