Manuel Valero.– La Historia ha dispuesto que el Voto de Puertollano se celebre este año 2020 bajo la sombra letal de una pandemia. Puede que no sea la primera vez porque en la segunda década del siglo XX apareció la gripe española (nos colgaron ese sambenito por ser honrados e informar sobre ella), y en la segunda mitad del siglo XIX nos zarandeó el cólera que se llevó al doctor Carlos Mestre, hacedor de la Casabaños.
Pero como si lo fuera. En este tiempo de modernidad global la tradición y la reedición de la tragedia coinciden en la celebración de una costumbre. Por eso, el Voto adquiere en estas postrimerías de mayo un significado especial más allá de todo folclore. Aún no sabemos cuántos paisanos nuestros nos han abandonado, lo sabremos, pero no han sido pocos. De ahí que la cita con la tradición sea también una cita con la memoria caliente, como el pan, de los ausentes. Con nombres y apellidos, con familias dolientes.
El parte de bajas no es sólo numérico sino nominal aunque su descenso suponga un respiro en el consciente colectivo. El Santo Voto, la tradición más singular de Puertollano nació, según las crónicas y los historiadores, en 1348 cuando la peste dejó el viejo villorio reducido a un puñado de familias y los supervivientes prometieron gratitud a la patrona si la muerte dejaba descansar su guadaña. Y así ocurrió, no por gracia de la Virgen de su nombre, o sí, allá cada cual, sino porque todo lo que empieza acaba y agotado el mal y casi diezmada la población, la vida resurgió de nuevo para caminar por la línea del tiempo hasta lo que somos ahora.
Hubo antes otras alteraciones del Voto. No se celebró durante la guerra civil porque el voto era una cosa del pueblo y el Santo Voto era cosa de curas y creyentes en unos tiempos en que religión y política andaban a cara de perro.
A pesar de todo y con las medidas de seguridad de por medio, el encendido de las 13 calderas por un representante de cada grupo o profesión que se las ha tenido que ver con el bicho desde el primer momento, apenas sin blindaje, a cara descubierta y jugándose literalmente el pellejo, adquirirá un simbolismo estremecedor. Esta vez no es la alegre celebración de una tradición tan nuestra, con la multitud reunida a recoger el panecillo y el rancho, sino un memorial insólito, un recuerdo palpitante y aún tierno, porque el Covid 19 no arderá del todo en el fuego purificador. El Voto de 2020 se celebrará con el enemigo a las puertas.
Los munícipes y los trabajadores heróicos, sanitarios, voluntarios, policías, transportistas, personal de supermecados, etc, procederán al encendido cuyo guiso se repartirá luego entre los necesitados y las instituciones, laicas o religiosas, que velan por ellos. Curiosamente, la pandemia ha cargado también de significado el fin social del guiso con patatas. No ha mucho – la Historia es un suspiro- eran la familias de dineros las que se repartían el magro y dejaban el menudillo a los paisanos de alpargata. Con la llegada de la democracia y el bienestar, el Voto emergió como el exacto cumplimiento de la tradición y la gente no aguardaba ya su turno en la fila para paliar el hambre sino para revivir la tradición.
Será un encendido memorable, de un simbolismo estremecedor. La amenaza aun merodea y las bajas aún duelen. Una tradición que nació en un escenario de muerte regresa luego de siglos al mismo escenario. Han cambiado muchas cosas, pero sólo en los avances técnicos, científicos y médicos. La espina medular del hombre sigue siendo la misma porque la muerte no ceja y cuando se hace masiva pareciera como si la Historia regresara al pretérito medieval.
Un recuerdo vivo por los ausentes, un homenaje previo al que tendrán en su día. El Voto de 2020 será un Voto histórico. Serán trece vecinos los que prendan las ollas y de algún modo seremos todos los que simbólicamente lo hagamos con ellos. O casi todos, porque hoy somos menos que ayer. Como dijo Harold McMillan, que fue primer ministro británico (1957-1963)
“Tradición no significa que los vivos estén muertos, significa que los muertos viven”
El sacerdote Mariano Mondéjar, víctima de la pandemia dejó también recogido en su librito sobre la historia de Puertollano estos versos de ciego que aludían al terrible zarpazo de la peste medieval en la ciudad minera y que incluí en mi última novela El esplendor y la ira
En el año mil trescientos
Cuarenta y ocho se vio
Invadido por la peste
Que tanto estrago causó
Y fue tan grande el espanto
Que a todos llegó a causar…
Que en las calles se quedaban
Los muertos sin enterrar
Estos días de horas interminables, no han sido tan tétricamente medievales, si exceptuamos la primerísima fila de hospitales y residencias de ancianos y de aquellos que murieron en sus casas. Entre la salvaguarda del hogar, el filtro informativo y el confinamiento hemos tenido la sensación de que todo ocurría muy lejos. Tremendo error. El enemigo estuvo y está muy cerca. Yo mismo, participé en una reunión en el centro de transeúntes. Falleció una vieja voluntaria, amiga de mi madre, y el bueno de Juan Carlos con quien me vine en el autobús, charlando como si nada, tuvo que ser hospitalizado.
Muchos hemos estado próximos, tal vez demasiado. Otros, lo tuvieron dentro. Otros no pudieron vencerlo. Ese será el primer pensamiento de nuestros 13 vecinos que prendan el fuego purificador. Nunca el Voto adquirirá un sentido tan profundo y simbólico cuando el 27 de mayo a las 11 de la noche, las llamas alumbren la plaza de la Virgen de Gracia. Que sea en la memoria de los que se fueron y los que se lleve la letal enfermedad.
Viva el Voto y Muera el Virus.
Siempre nos explican la Historia de manera lineal, aunque podría ser cíclica.
Y es que la realidad viene y va. A menudo, de manera imperceptible, hasta que llega una gran convulsión.
¡Feliz celebración!……
De hecho,estamos reviviendo la dictadura pero con otro rostro.