Cuaderno de pandemia (y 25)

Manuel Valero.- Y al final de todo, qué. Cuanto ha sucedido nos ha puesto de algún modo frente a un espejo que nos ha dado la imagen exacta de nuestra insignificancia. Desde los inicios del confinamiento duro hasta hoy mismo que se debate un último coletazo de la alarma general.

Ha sido una experiencia general y particular en la que se ha mezclado lo sublime y lo ridículo y por la que hemos tenido la oportunidad de ver en la realidad cruda un fotograma sobrecogedor de la ciudad solitaria y vacía. Esta crisis ha cebado dos cosas: las preguntas y la sobreinformación. Se han escrito toneladas de papel (y pantallas) sobre el verdadero origen del bicho que la parió, se han revelado informaciones preventivas e inaplicadas que ponían los pelos de punta, se ha debatido y se ha comprobado después del desleimiento de una trémula ilusión  que los intereses particulares casan muy mal con el interés general.

Las redes sociales han contribuido a hacer más llevaderas las presencias ausentes, se ha generado una nueva nomenclatura para la posverdad de la posverdad anterior y sobre todo se ha reducido el mundo a una simple naranja arrugada y olvidada en el frutero de la nevera.

Ya no hay Estados y la interrelación estratégica del mundo lo circunscribe a un único barrio global sobre el que deciden instituciones supranacionales. Se ha hablado del surgimiento de un nuevo paradigma cuyos hilos ya no están en manos de nuestros dirigentes democráticos endeudados hasta las cejas hasta la eternidad vigente y la siguiente, se ha puesto a prueba el rol de los líderes mundiales como si representaran un papel observado desde la penumbra por un consejo de sabios, se ha experimentado con la eficacia de los sistemas de salud nacionales, se ha comprobado la respuesta civilizada de la gente en la que muchos han visto el adocenamiento necesario para la implantación de un control distópico y una sociedad permanentemente escrutada.

Las redes sociales han hervido también  en fogosos debates sobre los verdaderos responsables de este ensayo global predicho por algunos apellidos de riqueza apabullante y se han pedido responsabilidades por la inacción urgente cuando se tenía información fidedigna del tsunami que asomó la cresta en Duhan.

Las redes son inmisericordes, es el lugar donde la gente se agolpa pidiendo la cabeza del enemigo. Se ha despertado también una solidaridad natural y espontánea para abrazar en el calor del reconocimiento a quienes estaban en primera línea de playa cuando se acercó el monstruo, pero también ha dado la cara una irreverente chabacanería que convertía algunos balcones en discotecas una vez conocido el registro numérico de las bajas.

Se ha utilizado el drama para activar una oposición electoral rebozada  con el sufrimiento, se ha especulado con una nueva realidad que no se sabe exactamente qué es, se ha puesto en duda todo, cosa que está bien, pero que no ha logrado fijar una foto lo suficientemente clara que indique la puerta de salida hacia la feliz y añorada realidad de antes. O de después.

Todo se ha mezclado en la coctelera del mundo, desde lo pequeño a lo inquietante y, al final, se ha hecho visible, que el control de nuestras vidas no sólo depende de nosotros.

Se teme la segunda parte. No solo la posibilidad de un rebrote sino el coste económico y social de esta singularidad de la que éramos ajenos cuando despedimos el año 19 entre cánticos y brindis  y ya nos estaba acechando la cosa. La necesidad de una autarquía encadenada es tan prioritaria como lógica, aunque los grandes popes de la economía tengan ya listos los planes de cobro a los Estados depauperados y entrampados por los siglos de los siglos amén. Primero el consumo local, luego el provincial y en círculos concéntricos el territorio nacional. No queda otra. Comprar bis a bis, y pegarte unos días de asueto en cualquier parte de la provincia. Y más allá, pero luego.

Y el costo emocional. ¿Cuánta gente no saldrá de esta tocada en su equilibrio mental? ¿Los suicidas se contarán como bajas del Covid? En mi ciudad ha habido casos de personas que han decidido adelantar su final en este mundo de locos, como supongo habrá ocurrido en otras ciudades.

Quienes tenemos la suerte de contar la experiencia sin haber experimentado síntoma alguno desconocemos si en realidad ha sido así o hemos sido tocados por la cagarruta y no nos hemos dado cuenta. Y si estará por tiempo entre nosotros como un convidado tóxico.

¡Cómo pesa la sensación de que no sabemos nada en medio de la sobreabundancia informativa!  Y, al fondo, como un bajo contínuo la gran pregunta: el sentido último de la vida de cada cual y la de la propia Humanidad de la que formamos parte.

En este presente cambiante y vertiginoso, en este mundo binario avanzado en ingenierías insólitas e increíbles, en esta realidad de la inmediatez, en la selva y digital del Big Data, el hombre pareciera más solo. Y así atrapado en la malla inescrutable donde dicen se mulle una gobernanza sin rostro responsable, la inteligencia artificial, la gran red que nos maniata en esta matrix sobrevenida, uno se consuela con dos ideas delirantes. Una es filosófica: el imperativo categórico Kantiano de modo que la conducta molecular de cada hombre pudiera erigirse en una ética universal. La otra es la reacción revolucionaria en el supuesto de que en verdad se estén poniendo los cimientos de un control inusitado y virtual con la adormidera de un bienestar teledirigido. No cabría otra que mandar todos los cacharros que nos matrixfican al cubo de la basura: móviles, ordenadores, tablets, plataformas audioviosuales. Volveríamos a la edad de piedra de los tiempos analógicos, pero a lo mejor seríamos un poco más libres. O no. Vaya usted a saber.

Que ustedes soporten lo que queda con la mejor prestancia. Y no olviden el comercio de sus barrios y ciudades. A lo mejor algunas tiendas acopian en mercados internacionales pero al menos el tendero de toda la vida se lleva su parte de supervivencia. En estos tiempos modernísimos sería una gran paradoja que la autarquía solidaria le ganase terreno a la venta en línea. Cosas veredes. Lo dicho.

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3 COMENTARIOS

  1. ¿ El comercio de barrio, los mercados municipales…? Qué va, hombre, Mercadona, Carrefour… El único pardillo que compra en su pueblo a esos últimos de Filipinas, los tenderos y los mercaderes, es mi menda lerenda.

    Por lo demás, Manuel, las múltiples dudas que parecen asaltarle sobre esta pandemía tienen fácil resolución: su compàñero de columna, Marcelino Lastra ,como oráculo infalible. Consulte y tendrá todas las respuestas.

  2. Un poquillo pronto para el artículo, creo. Aún no nos han quitado los puntos, ni tampoco han llevado el tumor a anatomía patológica.

    Hemos mejorado, pero acabamos de pasar a planta y seguimos sin poder recibir visitas.

    Por lo demás, creo que seguimos dando mucha importancia a las redes, los españoles lo hemos hecho bien, en general, hemos sido positivos y creo que tampoco hemos salido tan mal de estos pocos días que en la vida de los que lo hemos superado…, no significan nada.

    Me imagino a quienes sufrieron la Guerra Civil, o los peores años de ETA en Euskadi y esto del Covid -si no has perdido algún ser querido- no es más que una anécdota en el ámbito personal.

    Desde el punto de vista económico y social es verdad que es una putada de libro, pero vamos a salir y lo vamos a hacer porque los españoles tenemos narices para eso y más.

    Por lo demás, me uno al comercio local y ánimo a la gente a que vaya a las tiendas de barrio, al mercado y, cuando lo abran al mercadillo.

    Y que se dejen de gilipolleces de Cuarto Milenio. En España estamos en una Pandemia, no en una dictadura. Cuánto aburrido haciendo guiones de ovnis.

    Ah: cuidaros. Si os cuidáis, nos cuidáis a los demás. Mascarilla, distancia social, lavarse las manos y pensar un poco antes de hacer el tonto en la calle.

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