Luis Pizarro.- El sábado 2 mayo de 2020 se cumplen cien años de la inauguración del que para muchos, entre los que me incluyo, ha sido el edificio más emblemático que tuvo Puertollano en toda su historia: el Gran Teatro, hoy desaparecido.
Fue tan grande la huella que dejó que es muy raro pasar por delante del bloque de pisos que hoy ocupa su lugar y, como si fuera una ensoñación, no revivir la imagen de su ilustre antecesor, ese pedazo de construcción que ataviado con sus mejores ornamentos engalanó los aledaños del Paseo de San Gregorio algo más de sesenta años. Sí, solo sesenta años, han oído bien. Cuando en bastantes ciudades que no son grandes capitales (Toledo, Segovia, Albacete, Carmona, Almagro, Almodóvar del Campo, etc.) han sabido conservar sus joyas escénicas, nosotros nos permitimos el lujo de consentir entre todos que se fuera al garete.
Aquel domingo, 2 de mayo de 1920, el día de su presentación en sociedad, se celebraba el primer día de la Feria de Mayo. Imaginemos que algo semejante se produjera ahora. ¿Qué sensaciones recorrerían nuestro cuerpo? Ya sé que en la actualidad, la globalización, ha hecho que estemos muy acostumbrados a vivir acontecimientos de todo tipo y en todos lugares, no ya de nuestro país, sino del mundo, lo que quizá pueda haber disminuido nuestra capacidad para asombrarnos. Aun así, no es utópico pensar que rebosaríamos de orgullo por todos nuestros poros, en el convencimiento de que estábamos viviendo un acontecimiento extraordinario.
Pues bien, les ruego que hagan otro esfuerzo de imaginación y se trasladen cien años atrás, sin que hubieran pasado ni dos años del final de la Primera Guerra Mundial, en un Puertollano en el que ya empezaban a asomarse los síntomas de la crisis minera que agobió al pueblo tras finalizar esa contienda bélica. A pesar de ello, era el primer día de feria y se estrenaba un edificio como no se había visto en muchas leguas a la redonda. Para un pueblo como era el nuestro en aquella época, era casi como contemplar la finalización de una catedral. Un momento muy oportuno para festejar el veinticinco aniversario de la feria que había puesto en marcha el alcalde Fulgencio Arias Cabañero, que ya tenía el relieve suficiente para que la ciudad apareciera más iluminada que de costumbre. La gente tenía ganas de meterse en el bullicio y disfrutar de la algarabía inherente a una fiesta como esa; y, por si eso no bastaba, muchos de ellos contemplaban con admiración, si no con pasmo, cómo se erguía ahora frente a sus ojos algo que quizá no pensaron ni por asomo que un día lo verían en su pueblo. ¡Puertollano tenía un teatro, y menudo teatro! Si cerramos los ojos un momento, seguramente nos puedan venir, envueltas en el ruido, imágenes de los carruseles, de los charlatanes, de la verbena, de las luces, de feriantes tratando de seducir con sus atracciones para que los paseantes se gastasen los cuartos. Y en medio de todo aquello, el Gran Teatro contemplando el espectáculo desde su alto trono. Incluso desde Madrid y otras capitales, según afirmó la prensa de la época (Vida Manchega), vinieron crecidos contingentes. Debió ser inenarrable.
En el solar que ocupó el que fue convento franciscano de Puertollano, donde la familia Porras tenía inscrita desde 1902 la propiedad de un terreno rústico conocido como “El Convento”, Alfredo Porras Delgado (Puertollano, 1857) heredó dos hectáreas el 19 de agosto de 1918, y en ese lugar decidió edificar el coliseo, no sin la ayuda inestimable de su hijo Adolfo Porras García (Puertollano, 1901), un jovencito por entonces, que ya dejaba entrever su gran talento, y no tardaría mucho en erigirse en cabeza visible de la empresa. Sin duda, seríamos muy injustos si no reconociéramos aquí la valentía de ambos para emprender una tarea de tal magnitud, al decidir dotar a su pueblo natal de un tesoro como aquel. Mientras otros que pudieron se lo guardaron o se lo llevaron, ellos invirtieron para elevar el grado de cultura de la tierra que les vio nacer.
En cuanto a la fábrica, si hemos afirmado que era un edificio majestuoso, no era una afirmación huera porque los planos fueron firmados por el acreditado arquitecto de Madrid, Francisco Reynals Toledo, que desarrolló buena cantidad de edificios en la capital de la nación, hermano, además, de Eduardo, arquitecto modernista de larga tradición, que había fallecido en 1916. Se trataba, por tanto, de un edificio de firma, si bien hay que reconocer que el maestro de obras y verdadero propulsor de las mismas fue el contratista catalán Roberto Aleu Torres, puesto que Reynals, aduciendo problemas de salud que le impedían desplazarse a la localidad ─seguramente era ya bastante mayor─, abandonó pronto la dirección de la construcción. No obstante, como es bien sabido, eso no impidió la culminación de un edificio dominado por la monumentalidad con que Reynals Toledo lo concibió.
Allí se regocijaron puertollanenses y foráneos durante gran parte del siglo XX, de forma que prácticamente no se podía entender que hubiera un acto o espectáculo en la ciudad sin la presencia del Gran Teatro. Por su escenario desfiló la crème de la crème de todo lo que tuviera valor en las artes escénicas. Por otro lado, no debemos dejar olvidado el Gran Café, que regentado por la familia Olmo fue otra de las señas de identidad de esta magna obra. Y todo eso hasta que a principios de agosto de 1982, la piqueta se llevó para siempre un trozo del corazón de cada puertollanense que lo pudo saborear. Solo un trozo, porque el resto nunca nos lo podrán arrancar, al menos a los que tengan sensibilidad suficiente para apreciar lo que se perdió. Ahora que el Gran Teatro cumple 100 años, tenemos nostalgia, sí, y a mucha honra.
Posdata: al margen de los citados en el texto, las fotos que aquí aparecen no pretenden sino ser un pequeño homenaje a los muchos trabajadores que desfilaron por la empresa. En representación de ellos pueden contemplar con traje y corbata a Luis Alcázar Gómez (taquillero), y apoyado en el pedestal, Pablo Valderas Mozos (portero).
Luis Pizarro es autor de la «Historia del Gran Teatro en Puertollano», editado por Ediciones Puertollano, que lo puede vender a domicilio, sin gastos de envío. Email: edicionespuertollano@gmail.com